Main logo

Urgen alternativas distintas

Parece que Morena está siendo víctima de su propio éxito. | Agustín Castilla

Por
Escrito en OPINIÓN el

Se suponía que el contundente triunfo del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador iba a traer consigo la renovación de la clase política y una necesaria oxigenación de la vida pública de nuestro país. Esa era una de las principales demandas de una sociedad cansada de la frivolidad, corrupción y excesos del otrora grupo en el poder, que provocaron un gran desgaste y el descrédito de los partidos políticos tradicionales. Sin embargo, dos años después no es mucho lo que ha cambiado, y de hecho la crisis por la que atraviesa nuestro sistema de partidos es cada vez más preocupante.

Aunque el presidente todavía conserva un buen nivel de respaldo, esto no necesariamente se traduce en apoyo a su partido, en tanto que la oposición sigue sin levantar cabeza después de la tremenda derrota sufrida en 2018, por lo que un amplio sector de la población que se encuentra inconforme con el desempeño gubernamental y el rumbo que está tomando el país, no se siente representada por ninguna de las opciones existentes.

Parece que Morena está siendo víctima de su propio éxito. A tan sólo 4 años de su fundación se alzó con la victoria en la elección presidencial, obtuvo la mayoría en ambas cámaras del Congreso federal así como en un gran número de congresos locales, y actualmente gobierna en 7 entidades federativas (Cdmx, Chiapas, Tabasco, Veracruz, Puebla, Baja California y Morelos), pero al mismo tiempo no ha podido resolver ordenadamente la disputa por la dirigencia del partido, está incurriendo en las mismas prácticas que supuestamente tanto combatieron, y las acusaciones entre corrientes reflejan la profunda división interna así como el nivel de deterioro en un partido sumamente pragmático -a pesar de su reiterado discurso ideológico- , sin identidad propia, que no ha logrado institucionalizarse y en el que mal conviven posiciones muy divergentes cuyo único elemento de cohesión es la figura presidencial. Por ello no es de extrañar que en los últimos meses haya perdido más de 15 puntos y actualmente se ubique entre el 22 y el 30% de la preferencia ciudadana.

Sin embargo, esa baja en la aceptación no se ha trasladado a favor de ningún partido de oposición, de acuerdo a algunas encuestas la mayoría de la ciudadanía no tiene confianza en los partidos (64.5%) y aproximadamente el 49% se considera independiente y no sabe si acudirá a votar o por quien.

Lamentablemente hasta el momento, la oposición ha desempeñado un papel marginal en la arena pública no sólo por la correlación actual de fuerzas y su desventaja numérica en el Congreso, sino por la falta de liderazgos sólidos que unifiquen, así como por su incapacidad para ejercer una crítica activa y consistente, impulsar una agenda propositiva y colocar temas en la discusión pública de la cual están prácticamente ausentes.

Se perciben desarticulados, reactivos, sin discurso e incluso en muchas ocasiones temerosos, arrinconados -sobre todo en el caso del PRI-. Tal parece que únicamente le apuestan al fracaso de este gobierno y no han hecho nada por reinventarse y recuperar la credibilidad, lo que necesariamente tendría que pasar por el reconocimiento de los excesos y errores en que incurrieron y demostrar que realmente han aprendido del contundente mensaje que les transmitió la ciudadanía a través del voto.

Tampoco las organizaciones que buscaron el registro como partidos políticos ofrecían nada nuevo, basta con repasar sus antecedentes así como los nombres de quienes está detrás para comprobarlo, y de hecho en su gran mayoría estaban destinadas a convertirse en satélites del partido en el poder como el PT, el PVEM y el PES -que hasta el momento ha logrado recuperar su registro-. La excepción es México Libre cuyo futuro lo decidirá el TEPJF, pero que en principio difícilmente representaría una opción fresca que, más allá de intentar recuperar el pasado, realmente contribuya a reivindicar el quehacer público.

Es necesario que se impulse el surgimiento de alternativas distintas que, partiendo de la convicción plena del respeto a la legalidad, a los principios y valores democráticos, así como del compromiso categórico para no incurrir en los mismos vicios, promuevan espacios plurales e incluyentes de reflexión y diálogo abierto para la formulación de propuestas viables que permitan atender nuestros múltiples problemas y profundas desigualdades, y para ello se requiere de una convocatoria amplia que aliente la participación ciudadana. Se trata de construir algo diferente y mejor de lo que tenemos, pues de lo contrario se corre el riesgo de que se pretenda aprovechar la inconformidad y el vacío para generar movimientos cuyo propósito sólo sea oponerse -de lo cual no se puede esperar mucho- o, incluso que deriven en nuevos e indeseables populismos -del signo ideológico que sean-.