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Todo cambia el ahora

Nescimus quid loquitur

Por
Escrito en VERACRUZ el

El “ahora” se nos escapa de las manos mientras se va convirtiendo inmediatamente en “pasado”. Decisiones, rutas trazadas en papel.

Caminos que fuimos tomando mientras se forjaba la realidad frente a nuestros ojos; palpable presente que nos tiene de vez en cuando entre las cuerdas, haciendo lo que sea que hagamos.

Tomar el camino de la derecha o de la izquierda; abrir una puerta o entrar de una vez por la ventana; adentrarnos en el bosque oscuro o pasar por sendas un poco más iluminadas; atravesar lo salado del mar o lo profundo del desierto; cruzar la calle o tropezar en el intento.

Toda ruta que elegimos, forma parte de los giros que da la trama de nuestra propia historia y la de los demás, que, de cierta forma se interconectan.

Nuestro presente en sí, es el cúmulo de todas aquellas decisiones que tomamos, y las que los demás eligen en su momento. Todo cambia el ahora.

Tantos fantasmas habitando el ayer, que alimentamos con aquellas decisiones que consideramos hubiera sido mejor tomar. Escenarios que nunca pasarán.

Realidades alternas sujetas desde cuerdas. Versiones del ahora que cohabitan cómodamente, mientras nosotros, aunque sólo podamos vivir una de todas, terminamos agobiados ante la pregunta cotidiana, ¿Qué hubiera sido?, seguida siempre de tres puntos que se suspenden en la infinidad.

En momentos de crisis, la inconformidad con el presente nos asalta y alimenta nuestras dudas, sobre todo, nos obliga a observar nuestros pasos desde el inicio de los tiempos, buscando siempre el error.

Qué hubiera sido de mí, si no hubiera aceptado aquella plática inesperada con esa persona de la cual me terminé enamorando perdidamente; qué hubiera sido si aquel día decidía no salir de casa y leía ese libro que tenía pendiente; qué hubiera sido si no aceptaba aquel trabajo, o estudiaba otra carrera de las tantas que tenía en mente; qué sería de mí sin las decisiones que he tomado. Definitivamente no sería el mismo, y mi vida, no sé si peor o mejor, pero sería distinta.

No hay decisiones pequeñas ni grandes, sólo hay decisiones, y todas ellas, por más insignificantes que parezcan, nos cambian la vida.

Muchas veces no valoramos el presente que tenemos. Nos ahogamos en lo abisal de un tiempo que ya no será; quedamos atrapados en telares temporales que enmarañamos desde cuestionamientos tardíos, pensando que la vida sería mejor con otras decisiones. No necesariamente.

No hablo de que decidir se reduzca al hecho de hacerlo y después, “ver qué pasa”; mucho menos de que después de esto, debamos quedarnos únicamente en la aceptación del camino que tomamos; hablo también del aprendizaje, de mejorar y buscar hacer las cosas de manera distinta.

No hay buenas ni malas decisiones, sólo hay decisiones, a secas, que tomamos con la información que tenemos. La síntesis indivisible de aquello que hemos vivido; el cúmulo que nos define la existencia.

Ni más, ni menos. Avanzamos, considerando que ese paso que daremos, entre todas las aristas posibles, es el mejor que podemos tomar.

Vivir implica decidir. Hacerlo o no; tomar un camino u otro; hasta no decidir implica una elección por sí misma. Al final, cada paso construye la realidad que vivimos, y va trazando sutilmente la silueta del futuro que observamos en el horizonte.

Aunque no todo queda en lo que hagamos y dejemos de inventar. De un momento a otro, todo puede cambiar de golpe por circunstancias ajenas a nosotros, sin que podamos resistirnos a ello.

En prospectiva, existe el término “cisne negro”, que se refiere a aquellos fenómenos que no podemos predecir por más información que tengamos sobre el objeto de estudio, o sobre la decisión que estamos por tomar, si lo aterrizamos en terrenos más mundanos.

Por más vertientes que tracemos como probables y posibles, al final, hay situaciones que no podemos predecir: la aparición de un virus o enfermedad mortal; el impacto de un avión comercial en nuestro hogar mientras dormimos; un huracán o meteorito que terminan destruyéndolo todo; o simplemente, morir de un infarto sin tener siquiera antecedentes de este tipo.

Pero los anteriores son casos atípicos, fuera de las expectativas regulares, porque en sí, en un escenario normal, mientras más información tengamos sobre lo que vamos a decidir y contemos con una asimilación del aprendizaje de lo que hemos hecho, mayor será la precisión que tendremos para “predecir” las consecuencias venideras.

Al final, todo esto se puede entender desde la probabilidad y la prospectiva. Siempre hay un margen de que las cosas no salgan como nosotros queremos, y en sí, una verdad absoluta que tenemos que asimilar, es que no tenemos el control de todo.

Lo único que podemos hacer, es gestionar lo mejor que podamos las consecuencias naturales de decidir, sin que tengamos que torturarnos por lo que no podemos cambiar, y tratemos de detener el mayor tiempo posible, aquel deseo humano e ineludible de consumirnos en imaginar lo que pudo ser.

Datos del autor:

Licenciado en Derecho por la Universidad Veracruzana

Consultor Político y de Comunicación/ Humanista/ Escritor y poeta/ diletante de la fotografía.

Xalapa, Veracruz; México / Twitter e Instagram: @JAFETcs / Facebook: Jafet Cortés