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Tenemos lo que pudimos negociar

Nescimus quid loquitur

Por
Escrito en OPINIÓN el

La realidad siempre ve la manera de pegarnos un puñetazo directo al rostro para que nos demos cuenta, y parte de esa verdad es que no tenemos lo que merecemos, sino lo que pudimos negociar.

Desde esta postura, todo parte de una negociación entre individuos, que finaliza al momento de que llegamos a un acuerdo, en el cual se supondría que las dos partes se verían beneficiadas, de formas distintas pero de manera justa. Toda la maraña de problemas comienza con esta última palabra, “justicia”.

¿Es justo que nos den menos de lo que creemos merecer?, no, pero es lo que aceptamos recibir. De alguna u otra forma decidimos que era eso lo único que nos debían de dar, aunque después comprendimos que no nos era suficiente o que el trato al que llegamos no era lo que correspondía.

Ulpiano -pensador y jurista romano que murió asesinado en el 228 después de Cristo-, definió la justicia como “la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde”. En un sentido ideal se gesta la justicia plena, porque en la realidad, todo depende de la negociación a la que lleguen las partes involucradas.

Esto es aplicable para los diversos ámbitos de la vida en comunidad. Me atrevería a decir que toda relación humana deviene de una negociación de por medio, donde cada quien busca un beneficio de acuerdo a su concepción de la realidad, y a través del diálogo se va cimentando un acuerdo de voluntades.

En el ámbito laboral se puede ver claramente representada la negociación. Definimos desde la contratación para un servicio o trabajo, las condiciones en la mesa: el modelo de empleo, ya sea por horas o por trabajo realizado; la actividad a ejecutar; y el pago que recibiremos por ello.

Lo anterior, claramente se rompe cuando aceptamos lo que podría definirse como “ponerse la camiseta”, hacer más de lo acordado, trabajando horas extras sin pago adicional, laborar en fines de semana, llegar antes de la hora; o peor aún, recibir violencia laboral, acoso, salarios que no corresponden, o no recibir el pago en el día acordado; condiciones indignas por parte de jefes imbéciles. Todo esto se ha vuelto una máxima generalizada en México, lamentablemente aceptada a partir de la costumbre.

El acuerdo de voluntades que se logró a partir de la negociación, se ve roto de golpe, y legitimado al mismo tiempo, desde los hechos por nosotros, que, aún al vivir esto, aceptamos continuar.

Siempre hay una negociación implícita, y las principales razones por las que seguimos, son la necesidad; el miedo de no encontrar otro trabajo, duda sembrada muchas veces desde el dicho crónico, “no vas a encontrar algo mejor”, “nadie es indispensable”; otras veces aceptamos porque no sabemos realmente cuánto valemos y cuánto vale nuestro trabajo, creemos merecer lo que nos ofrecieron, no más.

La importancia de negociar la podemos extrapolar al amor. Al final de cuentas, tenemos el amor que creemos merecer, y eso en sí, es una negociación porque aceptamos términos y condiciones implícitas, que se actualizan en la cotidianidad; cuánto das, cuánto doy, cuánto damos juntos.

Ponemos –o deberíamos poner- sobre la mesa, las cartas con las que se va a jugar, porque al final, nadie inicia una relación pensando en perder, siempre que lo hacemos es pensando que nos va a ir bien, disfrutando de una trama maravillosa, sin tratar de visualizar el final.

La excepción a lo anterior pueden ser los “vicios ocultos”, que en realidad son esas fallas estructurales que no mencionamos y hasta maquillamos, mismas que tarde o temprano se manifiestan en forma de defectos, que podrían definir una nueva negociación, significando una ruptura o la reafirmación de la voluntad de seguir.

Para que todo vaya en orden en una negociación, del tipo que sea, es fundamental que sepamos qué es lo que queremos, si no sabemos qué es lo que queremos difícilmente podremos manifestárselo a la otra persona; tenemos que saber escuchar activamente, esto requiere identificar el lenguaje no verbal, y leer a través los sentidos lo que no se dice, pero que está ahí; buscando el interés en común para que todos tengan lo que les corresponde o una parte proporcional y justa de ello.

En el ámbito de la compra-venta, el consumidor tiene la mala costumbre -por así decirle-, de negociar con el pequeño vendedor, buscando en ocasiones abusar de su necesidad para sacar ventaja. Esta práctica, de ningún modo es aplicada contra los grandes establecimientos, contra ellos, se limitan a atender las condiciones que les dictan, en la mayoría de los casos, desventajosas.

En sí, en estos términos, negociamos hasta nuestro voto con la oferta política en turno. La oferta y demanda electoral nos sugiere un diálogo con los aspirantes que, al momento de llegar al cargo público, deberían tomar esas necesidades ciudadanas y hacerlas parte de su agenda, aunque los “vicios ocultos” de estos personajes que nos venden algo que no son, nos pudieran constante y quizás perpetuamente decepcionar.

Pero esta negociación no termina con el voto, sino que continúa y nos involucra como ciudadanos a tener una participación activa en las decisiones que se toman, sin anclarnos a la agenda política de conveniencia, dándonos manga ancha para negociar a través del diálogo y la propuesta, sobre los problemas que realmente nos afectan o preocupan día con día.

Para que lo anterior suceda, la ciudadanía tendría que saber con certeza lo que quiere, y los gobernantes escuchar activamente las peticiones.

En fin, las relaciones humanas son intercambios, diálogos, negociaciones, acuerdos para lograr un objetivo, sin importar cuál sea este. La decisión está en cuánto y en qué vale la pena ceder, y en qué puntos tenemos que ser irreductibles.

Licenciado en Derecho por la Universidad Veracruzana

Consultor Político y de Comunicación/ Humanista/ Escritor y poeta/ diletante de la fotografía / Podcast en Spotify: Azul como la Nostalgia

Xalapa, Veracruz; México / Twitter e Instagram: @JAFETcs / Facebook: Jafet Cortés.