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También es un virus de odio

La seguridad tuvo que colocarse afuera de los centros de salud ante la oleada de ataques que se han producido en contra de quienes laboran ahí. | Leonardo Bastida

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Escrito en OPINIÓN el

Ligia salía de comprar en una tienda de conveniencia, terminando su turno en el hospital donde ha trabajado por muchos años. Aún portaba su uniforme de enfermera. Estaba en la banqueta, esperando cruzar la calle cuando sintió un chorro de agua caliente en su espalda. Otra persona le había tirado un vaso de café y le gritó que se alejara porque le podía infectar. 

Rafael esperaba el autobús en la parada cercana al hospital donde labora. Vestía su uniforme de enfermería. Deseaba ir a casa. De repente, sintió una lluvia de huevos sobre su cuerpo acompañada de una gran cantidad de risas. En Guadalajara, varias enfermeras han denunciado que nos las dejan abordar el transporte o les han arrojado agua con cloro. En Oaxaca, personal de los centros de salud en comunidades rurales han denunciado que donde rentaban para vivir, les han pedido desalojar el espacio, no les han querido vender alimentos, les impiden circular por las calles y les acusan “de estar contagiados del virus”.    

Hospitales rodeados de patrullas y camionetas con elementos de la Guardia Nacional es una imagen común en varios centros de salud. La seguridad tuvo que colocarse ante la oleada de ataques que se han producido en contra de quienes laboran en esos espacios para evitar que estas suban de escala. Otras medidas implementadas han sido habilitar hoteles para que trabajadoras y trabajadores de la salud puedan hospedarse, ya sea porque así lo decidan de manera voluntaria, o porque no puedan regresar a sus casas debido a que sus vecinos les impiden el paso o les acosan para que se vayan del lugar. También, hay transportes especiales para quienes trabajan en los nosocomios a fin de evitar que no estén en la calle o en el transporte público solos.  

De esta manera, se ha generado un sentimiento de odio en contra de quienes realizan labores de atención a la salud, una emoción que como señala Sara Ahmed en su libro “La política cultural de las emociones”, propicia el alejamiento del “otro”, definiendo, en este caso, como ese “otro” a quienes visten batas blancas, uniformes quirúrgicos, cubrebocas, y otros elementos alusivos, y, en el imaginario colectivo, están en contacto con el “coronavirus”, aunque no se entienda en sí cuál es su trabajo, las medidas que toman para evitar una infección y si de verdad entran o no en contacto con personas con covid-19.

Esa desinformación es la que propicia ese odio, sustentado en prejuicios y estereotipos, sin sustento ni un proceso de racionalización de la información, y que es una respuesta a ese miedo, definido por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, como esa incertidumbre derivada de la ignorancia con respecto a una posible amenaza y a lo que se debe hacer al respecto para dar una solución.     

La violencia en contra del personal de salud no debería ser el asunto que más preocupara a los gobiernos, sino las diferentes necesidades que los profesionales de la salud están señalando ante la vorágine que ha implicado dar una respuesta sanitaria a la enfermedad de covid-19.

Algunos aspectos que deberían estarse o haberse debatido son el de la aplicación de las pruebas de detección del coronavirus SARS-Cov- 2 al personal de hospitales y centros de salud, sobre todo, de aquellos donde mayor número de personas se atienden por esta enfermedad que provoca problemas en las vías respiratorias. 

Como han señalado investigadores del University College de Londres, a través de un comentario publicado en la revista “The Lancet”, la aplicación de pruebas de detección de covid-19 al personal de salud es necesaria si se toman en cuenta factores como evitar la fatiga de la fuerza de trabajo por la sujeción a cuarentenas innecesarias; reducir la diseminación de la enfermedad en situaciones como la presencia de casos asintomáticos o atípicos y cuidar a los profesionales de la salud. Además de no mermar los equipos de trabajo de los diferentes hospitales y centros de salud, que, ahora, más que nunca, requieren del mayor capital humano posible.

En su análisis, los autores señalan que estas medidas de aplicación de pruebas, si bien deben tener como prioridad al personal que directamente atiende a las personas diagnosticadas, podrían implementarse en otros sectores involucrados como es el del personal de trabajo social, que atiende a familiares o realiza labores de información.  

Otro artículo, redactado por Beatriz Brown, del área de bioética de la Escuela Médica de Harvard, pone énfasis en el dilema que enfrenta el personal de salud de atender o no a personas con #covid-19 ante la falta de insumos suficiente para desempeñar su labor. Dándose la situación de que un acto obligatorio de brindar atención se ha convertido en supererogatorio, entendido como un más allá del deber, al realizarlo sin el cumplimiento de las medidas sanitarias suficientes o reutilizando el material disponible. Sumado a la amenaza de las instituciones de salud de despedir a quienes hablen del tema ante los medios de comunicación.

Otros debates que involucran al personal de salud es el del tan cuestionado y lamentable triaje, o la necesidad de incrementar la telemedicina o las aplicaciones digitales para evitar el contacto humano.

En sus nuevas directrices en materia de derechos humanos, la Oficina de la Alta Comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha exhortado a todos los países a garantizar que los países con menos recursos tengan el equipo de protección necesario para todos sus proveedores de atención de salud; la disponibilidad de fondos públicos y privados para garantizar que el equipo de protección y otros suministros médicos estén disponibles y accesibles; evitar el acaparamiento de equipos de protección esenciales y el lucro con ellos, y proteger a los trabajadores y las trabajadoras de la salud, garantizar su remuneración adecuada e implementar medidas de apoyo al personal de salud con perspectiva de género, pues actualmente, 70 por ciento de quienes integran los equipos de salud son mujeres.

La respuesta al covid-19 exige muchos esfuerzos. El sector más exigido y envuelto en una vorágine es el de la salud, que ha buscado, de diferentes maneras, poder brindar soluciones a una emergencia sanitaria, que, propia del siglo XXI, es totalmente líquida, en el sentido del registro de una serie de cambios inflexivos repentinos, exigentes de nuevas estrategias. 

En esa liquidez, el miedo ha permeado en la sociedad, provocando reacciones adversas en contra de quienes buscan una solución a la situación. Este nuevo coronavirus ha reforzado otros males pandémicos contemporáneos como la desinformación, el pánico colectivo, la desigualdad social, la injusticia y el odio, entre muchos que aquejan a nuestras sociedades.  

Dar una señal de apoyo y afecto a quienes están todos los días brindando respuestas en los servicios de salud y otros, puede ser la mejor vacuna para aliviar a nuestras sociedades de los vicios que les han venido aquejando desde hace ya varios años.

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A mi padre, siempre dispuesto a la ayuda. Para Daniel Bernal Méndez, incansable en Sonora. Para Araceli Gómez Pasaran, reivindicando el trabajo social. A quienes están dejando cuerpo y alma desde sus trincheras, cualesquiera que sean, para reivindicar la dignidad humana.