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Si al andar se hace camino, también se hace al navegar

En México, quien tuvo mayor miopía mediatica para enfrentar los cambios fue la televisión. | Jorge Alberto Meneses Cárdenas

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Escrito en OPINIÓN el

Decía Carlos Monsiváis que en los albores del siglo XX el cine construyó imaginarios nacionalistas en el periodo pos Revolución Mexicana. Mientras la pantalla grande en la primera mitad del siglo fue un medio para mostrar al continente los estereotipos del charro mexicano, el pachuco, la migración del campo a la ciudad o a la madre abnegada de las familias “tradicionales”, la radio fue un artefacto fundamental para quitar el aislacionismo en los contextos rurales de América Latina y narrar lo que sucedía a los contemporáneos a fuera del rancho.

La ventaja de escuchar la radio desde los ranchos más remotos fue porque se podía saber lo que había en las ciudades, incluso más allá de las fronteras nacionales. Ese artefacto se convirtió en un testigo parlante de los quehaceres cotidianos en la casa; un conector de lo local con lo trasnacional que acompañaba en las rutinas a las “esclavas del hogar”, pero más temprano que tarde la publicidad de la radio les asignó un nuevo mote: “las reinas de la casa”.

Contaba mi padre que cuando la tele llegó a su barrio -en la Ciudad de México- por las tardes sus amigos y él pagaban 20 centavos en una tienda para poder ver los programas de los años cincuenta. De allí que el incipiente autocontrol infantil, fue la verdadera tarea fuera de clases para obtener la cartilla de madurez infantil: debían ir con la vejiga vacía porque en caso de querer salir a orinar tendrían que volver a pagar. Algo que no se podían permitir ante la austeridad de su presupuesto infantil.

Así mismo, en la segunda mitad del Siglo XX, la televisión pronto se convirtió en un medio que les mostró a los niños lo que no les contaban en la escuela sobre la historia real de los adultos. Si las telenovelas les mostraban que tanto “los ricos también lloran”, que el amor “no sabe de clases sociales” y que a los niños no los traen las cigüeñas, los noticiarios nocturnos mostraban violencias y guerras a lo largo y ancho del mundo, pero sobre todo esos niños y niñas confirmaron sus hipótesis: que los adultos mentían como deporte de alto rendimiento.

Con el tiempo la pantalla chica se diversificó en contenidos ya que produjo o re-produjo noticieros para reseñar lo acontecido en el día a día, caricaturas animadas para niños, melodramas que caricaturizaban las relaciones de pareja y transmisiones deportivas internacionales como las olimpiadas de México 68 y el mundial del 70. Además, con el incremento de las audiencias también se integraron nuevos contenidos como la llegada del Papa Juan Pablo II a México, la re-transmisión internacional de la serie mundial de beisbol con Fernando Valenzuela como estrella latina de los ochenta, el futbol europeo con Hugo Sánchez triunfando en la liga española a pesar de la xenofíbia en las tribunas, o las peleas de box de Julio César Chávez, que fueron el preámbulo para el pago por evento.

Pese a los cambios y las adaptaciones en los contenidos, la televisión mexicana no escuchó ni quiso darse cuenta lo que Bob Dylan pregonaba: “The times they are a-changin”. Los cambios iban surgiendo de la mano de una generación que estaba construyendo prácticas desconocidas por sus antecesores, como ya lo indicaba desde los sesenta la antropóloga Margared Mead, quien ya escribía que las generaciones pasadas no habían experimentado lo que los jóvenes de ese momento estaban viviendo de la mano con las innovaciones tecnológicas.

En México, quien tuvo mayor miopía mediatica para enfrentar los cambios fue la televisión. No supo ver a lo lejos que las audiencias no eran pasivas y prefirió navegar en las producciones y contenidos ya probados. Tal vez por eso se explique el envejecimiento de sus programas informativos e infantiles, cuando ya se asomaba el internet como una red de redes descentralizada.

Justo en la última década del siglo XX el internet irrumpe y comienza a erosionar los imaginarios de las fronteras nacionales y la hegemonía de la televisión. Como muestra vale decir que las computadoras y el correo electrónico formaron parte de las armas para mostrar las demandas y las estrategias de comunicación polìtica del Ejército Zapatista de Liberación Nacional con el mundo globalizado.

Tanto Manuel Castells como Carlos Monsiváis señalan que el surgimiento del Internet coincide con la crisis del capitalismo y la mayor visibilización del feminismo como un movimiento y paradigma emancipador. Ahora que el Internet es apropiado de maneras diversas, erosionando lo público y lo privado, los medios “tradicionales” no han sabido entender como dice una canción de Radio Futura que –El futuro ya está aquí–, y que las mujeres son jefas de familia, profesionistas y agentes de cambio y no princesas de caricaturas, ni que los indígenas y los afrodescendientes son primitivos contemporáneos, estigmatizados por el blanqueamiento del maquillaje televisivo.

Por eso es que la revolución de las interacciones que posibilitó la web 2.0 a través de la ubicuidad en múltiples redes, plataformas y aplicaciones sociodigitales, no sólo está siendo construida de sobreinformación y sobreexposición revuelta de noticias falsas que buscan incidir en los gustos de consumo y en la opinología presentista de la esfera pública; porque a pesar de los bots y los trolls no debemos olvidar que l@s internautas no sólo pueden ser vistos por el Estado y por el mercado como agentes pasivos víctimas del sistema algorítmico, porque están mostrando que si al andar han hecho camino, también lo hacen al navegar.