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Reflexiones desde el confinamiento

Elucubraciones posmodernas y aburrimiento. | Josué David Piña Valenzuela*

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Escrito en OPINIÓN el

El distanciamiento social interpuesto por casi todas las naciones del mundo debido a la crisis sanitaria que azota el planeta por el peligroso virus del covid-19 nos ha obligado a muchos —a los privilegiados de la balanza de la desigualdad— a confinarnos en nuestros hogares. Mientras tanto, no nos queda más que estar presentes en el mundo y participar en él desde las plataformas digitales; unos para trabajar, otros para informarse o simplemente para mantenerse en contacto con sus familiares y amigos. Es desde ahí que observamos el vertiginoso devenir del tiempo actual para presenciar el incierto desenlace de la trama del coronavirus. La gran ironía del mundo contemporáneo, como dice Emilio Lezama, es que para sabernos parte del mundo físico requerimos observarnos en el mundo digital. Tal vez hoy más que nunca, este axioma se ajusta de forma natural a las circunstancias del momento, en especial para la gente ordinaria como nosotros, sin maniobras de acción contundentes más que esperar absortos de cara a esta realidad.

No obstante, mientras que las directrices oficiales recomiendan el aislamiento para contrarrestar la propagación del coronavirus y reducir drásticamente los contagios, la economía mundial se contrae. Para el actual sistema de mercado sin lugar a dudas es un revés estructural e histórico. “No se había visto algo así desde la Gran Recesión”, lamentan los grandes inversionistas de Wall Street y analistas financieros. Algunos pensadores mediáticos radicales como Slavoj Zizek opinan que la epidemia de coronavirus es un ataque con la Técnica de los cinco puntos, ilustrada en la película Kill Bill, al sistema capitalista. Es decir, luego que la víctima da cinco pasos tras haber recibido esta envestida, su corazón hace implosión dentro de su cuerpo y cae.

La actual pandemia ya ha sacudido a los mercados financieros de todo el mundo. La demanda de los hidrocarburos sigue cayendo. Las grandes refinerías no pueden vender su combustible que se acumula en los tanques de almacenamiento. Hasta este momento son síntomas sombríos y negativos para un mercado global acostumbrado a una gran producción de bienes ofertados, en donde encontraba eco incondicional en las sociedades de consumo y la industria: la mano invisible se encuentra en una encrucijada por regular el mercado.

Ante este panorama el proyecto de modernidad que se viene construyendo desde comienzos del siglo XIX sucumbe una vez más frente a las adversidades del tiempo. Desde ese entonces, todas las naciones que han deseado integrarse al proyecto modernizador han debido apropiarse del lema Orden y progreso. Normas adoptadas por los gobiernos que entendían el progreso como crecimiento económico y modernización. Y el orden, como un parámetro de las condiciones de tranquilidad social en las cuales se encuentran los ciudadanos para proyectar un progreso sin pausa. Hacía adelante y sin retrocesos.

Pero, ¿acaso el progreso no era la felicidad? ¿Cómo se explica una pandemia de estas características en un mundo donde pensadores ya consideraban como post-industrial? A caso será una debida factura del planeta por los logros materiales, la urbanidad exponencial, la explotación desmedida de los recursos naturales o el enorme crecimiento de la población y su respectiva desigualdad en la distribución de bienes.

Desde el punto de vista de la economía y desde el final de la Guerra Fría, se abre por primera vez una gran fisura en el mundo globalizado. Irónicamente fue esta apertura comercial en el planeta la que facilitó la exportación del virus entre las naciones.

Aunado a ello, mientras que los gobiernos del mundo y sus sistemas de salud se ocupan de mitigar los contagios de la pandemia, se asoma un sentimiento colectivo de incertidumbre que empapa a un gran sector de la sociedad. Muchos de ellos lo externan en sus redes sociales. Expresan angustia, desolación, tristeza o simplemente aburrimiento por un obligatorio enclaustramiento. Atentos a las actualizaciones de las estadísticas de los muertos por covid-19 día con día, incluso ya como una acción automatizada, añoran la vida que llevaban antes de que nos sumergiéramos en esta condición histórica atenuante.

Al respecto, este conjunto de personas manifiestan abiertamente cómo no son capaces de sobrellevar el aislamiento, sobre todo por este cambio abrupto en sus rutinas de trabajo; una situación que los está llevando al borde de un colapso mental. Esta condición de hastío colectivo puede ser abordada, tal vez, desde la Teoría marxista de la alineación, una distorsión que causa, de acuerdo con Marx, la estructura de la sociedad capitalista en la naturaleza humana, específicamente en las conciencias al vender su fuerza de trabajo y su actividad productiva al mercado.

Es decir, para cualquier trabajador sin distingo de profesión o grado escolar su actividad vital es el trabajo, obviamente porque le asegura los medios necesarios para subsistir. No obstante, las personas se sumergen demasiado en esa dinámica moderna (muchas veces por confundirla con una autorrealización profesional o en el caso de millones de personas, porque si no trabajan no comen) al grado de volverse menos dueños de sí mismos; lo que significaría una pérdida del sentimiento de la propia identidad y la pérdida de la capacidad de las personas para reconocerse a sí mismos en el mundo.

Desde la publicación de Desobediencia civil y otros escritos, Henry Thoreau ya reflexionaba sobre el modo en que los seres humanos pasaban sus vidas en el nacimiento del capitalismo. Para él, el mundo era un lugar de ajetreo, bullicio y lamentaba cómo todas las noches el resoplido de las locomotoras no lo dejaban dormir. Para Thoreau hubiera sido maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez, sin embargo, esto era imposible: no había más que “trabajo, trabajo, trabajo”.

Tal vez muchas de las emociones en las que están envueltos muchas jóvenes debido a la cuarentena simplemente son porque se sienten improductivos en un mundo que exige todo lo contrario y condena el aburrimiento y la ociosidad. Nos han educado en la idea de que nuestras vidas solamente adquieren valor si somos productivos. Thoreau describe esta condición muy bien: si un hombre pasea por el bosque por placer todos los días, corre el riesgo de que le tomen por haragán. La vida cotidiana dentro del modo de producción capitalista puede partirse de una manera muy sencilla —lo estamos experimentando hoy—, y cuando se ve interrumpida la actividad productiva, las personas rápidamente extrañan sus rutinas: exigen restituir el orden al que estaban acostumbrados, su zona de confort.

Los grandes intelectuales y críticos contemporáneos ya se encuentran trabajando en interpretar la realidad de frente a la pandemia del coronavirus. Reflexionan sobre la forma en que los procesos sociales y políticos virarán una vez mitigados los contagios ya que los gobiernos abran una vez más las fronteras y los mercados. Hasta el momento hay un punto en que todos están de acuerdo: la actual contingencia mundial es una fisura en el actual sistema económico y se debe proponer un nuevo modelo.

Suficiente estrés nos causa cuando los columnistas opinan al unísono que la crisis desatada por la pandemia repercutirá en todas las facetas de la vida como para presionarnos por sentirnos aburridos por la improductividad. El ocio no debe ser usado de forma despectiva, sino apreciado como una oportunidad para canalizar nuestras emociones de formas creativas. Las formas con las que la mayoría se gana la vida, dice Thoreau, son simples tapaderas y un evitar el auténtico quehacer de la vida. Incluso Zizek recomienda, para quienes nos encontramos inmersos en la disyuntiva de sucumbir al “aprovechamiento del tiempo”, dejarse llevar con gusto a todos los placeres culpables: distopías catastróficas, series de comedia televisiva de la vida diaria con risas enlatadas como Will y Grace, podcasts de YouTube sobre las grandes batallas del pasado. Mis preferidas son las oscuras series policíacas escandinavas (preferiblemente islandesas) como Atrapados o Asesinatos del Valhalla.

*Josué David Piña Valenzuela es egresado de la maestría en Historia Moderna y Contemporánea del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Es especialista en modernismo mexicano y prensa escrita de finales del siglo XIX. Ha colaborado en la revista Bicentenario. Actualmente se desempeña como editor web en Culiacán, Sinaloa, en el periódico digital Fuentes Fidedignas. Se interesa en abordar problemáticas sociales del estado como el desplazamiento forzado por la violencia y la desaparición forzada.