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¿Reaprendiendo a vivir?

En tiempo de crisis, el gobierno no puede con todo y la sociedad no puede sola. l José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Las acciones y protocolos que ha anunciado el Gobierno de México para dar inicio a la #NuevaNormalidad, nos dan una idea del cambio drástico que experimentaremos en nuestra vida cotidiana. Las adaptaciones que tendremos que hacer son diversas. Requieren de un enorme esfuerzo para que la convivencia se mantenga dentro un modelo de vida democrático y civilizado.

Es mucho lo que debemos aprender. Son demasiadas actividades nuevas las que pondremos en práctica. Por un lado, en el espacio privado del hogar. Por el otro, en los lugares de trabajo, en las escuelas, en nuestra movilidad cotidiana y en prácticamente todo el espacio público. Parece un lugar común y hasta una obviedad, pero lo cierto es que nada volverá a ser como antes.

Vivimos ya en #UnMundoRaro

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El primer paso de la adaptación a la nueva realidad tiene que ser el reconocimiento del problema. A pesar de los enormes esfuerzos de comunicación que ha realizado el gobierno (con resultados que sin duda se deben reconocer), llama la atención que aún haya gente que no cree en la enfermedad, o que no sabe con claridad o no quiere hacer lo que se necesita para evitar el contagio.

El equilibrio entre las decisiones para gestionar la emergencia sanitaria y la crisis económica ha trastocado los límites de algunos valores y derechos humanos esenciales. El derecho al trabajo, por ejemplo, se vio severamente afectado por las medidas de confinamiento. Y lo que es peor: está dañando más a quienes menos tienen o viven en situación de desventaja. 

El derecho a la salud no se ha podido ejercer a cabalidad. 

Primero, porque la tasa de letalidad del covid-19 es muy superior a la media mundial. Segundo, por las difíciles condiciones y pocos recursos con los que tiene que trabajar el personal del sector salud. Y tercero, por el incremento en enfermedades como la obesidad, diabetes, hipertensión o tabaquismo, resultado de malos hábitos que son consecuencia de un modelo económico al que no se ha podido, o no se ha querido, combatir con políticas públicas eficientes. 

El abandono en este sector viene de décadas atrás y es inaceptable, con o sin pandemia. 

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En los primeros días de la Nueva Normalidad se perciben pocos cambios en relación con el último mes de la Jornada Nacional de Sana Distancia. La mayoría de la sociedad mantiene la disciplina de quedarse en casa todo lo que sea posible. Pero la necesidad económica y psicológica de salir a enfrentar la vida está provocando algunas reacciones negativas para adaptarnos a los nuevos escenarios.

En las ciudades más pobladas, la lucha por el espacio vital desatará agresiones que aún no se sabe cómo se van a controlar. Los graves problemas económicos incrementarán los índices de delincuencia y violencia. La polarización, la división y el conflicto se acentuarán mientras no se asuma un cambio de actitud desde las altas esferas del poder. 

El miedo y la incertidumbre también pueden transformarse en enojo y violencia.

Algo similar puede suceder con el pesimismo, la angustia, la ansiedad y el sentimiento de impotencia que ya está provocando la #CrudaRealidad en los millones de desempleados que hay en el país y en quienes están siendo afectados en forma severa por la multicrisis. Si a esto agregamos la osadía o actitudes temerarias que asumen algunas personas para resolver sus problemas más apremiantes, la zona de riesgo se incrementa.

Las actitudes, emociones y reacciones negativas no se corregirán con spots.

Las buenas intenciones, o contar hasta diez, tampoco alcanzan. La mayoría de los países democráticos que van más adelante que nosotros en sus programas de desconfinamiento nos han dejado claro que la politización de los procesos es inevitable, más en los que tendrán elecciones en el corto y mediano plazos. Pero también nos han dejado claro que la misión de reaprendizaje debe ser una labor conjunta entre gobiernos y sociedades.

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La información confiable, basada en la verdad, es uno de los ejes sobre los que deben estar sustentadas las nuevas estrategias de comunicación. Pero hay otro que no se puede dejar de lado: el plano emocional. El reto principal consiste en crear, influir y potenciar actitudes y sentimientos positivos, de manera particular los que estén directamente vinculados con la salud emocional de la población.

Un proyecto así es viable, posible y factible.

Para gestionar la crisis con eficacia, también hay que gestionar las emociones de la sociedad. Se trata de promover —con toda la fuerza de los medios de comunicación— el respeto, la tolerancia, la comprensión, el acuerdo, el optimismo, la responsabilidad y la disciplina. También la prevención, la precaución y, sobre todo, la serenidad. Todo en el marco del cumplimiento de las leyes y respeto a la pluralidad y a la diversidad. 

Con la Nueva Normalidad se ha abierto una ventana de oportunidad para vivir en un país mejor. La misión de este proyecto se parece mucho a la que nos han propuesto la mayoría de los líderes políticos desde hace mucho tiempo: bienestar, calidad de vida, justicia, igualdad, equidad y felicidad. Sin embargo, su incumplimiento ahora tendría costos mayores para las autoridades porque las emociones, en una crisis, suelen ser más fuertes que la razón. 

Para seguir avanzando, la comunicación política tiene un papel fundamental. Ahora, más que nunca, hay que promover el trabajo conjunto entre gobierno y sociedad. Sin falsa retórica. Con acciones concretas y susceptibles de realizarse en forma conjunta y coordinada. Pero ni uno puede con todo, ni la otra puede sola. Las condiciones para lograrlo ahí están. Debemos y podemos aprovecharlas.

Recomendación editorial: Antoni Gutiérrez-Rubí. Gestionar las emociones políticas. Barcelona, España, Editorial Gedisa, 2019.