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¿Que vivan las fiestas cívicas?

Las fiestas cívicas son importantes para el apoyo y legitimación de los gobernan-tes. | José Antonio Sosa Plata

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Escrito en OPINIÓN el

Los héroes, celebraciones y fiestas son recursos esenciales en el proceso de construcción y consolidación de una nación. Las estrategias de comunicación de gobierno deben considerarlos y adecuarlos a las necesidades de cada contexto histórico, pero sobre todo cuando se ha hecho un compromiso de cambio o transformación del sistema político.

Las religiones han sido los mejores proveedores del poder político en cuanto a símbolos, imágenes, representaciones, tradiciones, rituales, celebraciones y festejos. El objetivo de reafirmar la fe, fortalecer la solidaridad, generar recursos y controlar a las comunidades ha sido, casi siempre, bien recibido y apoyado por las autoridades gubernamentales.

El hecho de compartir momentos de felicidad, alegría y regocijo en torno a acontecimientos, personajes o imágenes simbólicas ayudan mucho a mantener la gobernabilidad. Por un lado, porque la fiesta es espacio de distracción y distensión de conflictos. Por el otro, debido al valor que tiene dentro del proceso de construcción del tejido social.

Por si no la has visto: ¡Que viva México!, película del cineasta soviético Serguéi Eisenstein.

En consecuencia, las fiestas cívicas son más efectivas para los grupos que detentan el poder cuando la gente hace a un lado las diferencias sociales, abriendo paso a una fugaz pero intensa percepción social de cohesión, inclusión y unidad. O cuando la celebración resalta y enaltece los acontecimientos históricos para refrescar la memoria colectiva de la gente en torno a las grandes hazañas logradas por los héroes.

Por lo anterior, en nuestro país abundan las festividades cívicas y religiosas. La experiencia que hemos desarrollado es considerada por algunos historiadores como todo un fenómeno político y social. La relevancia que tienen ha sido fundamental para afianzar no solo el nacionalismo, sino un sentimiento excepcional de amor a la patria.

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De igual forma, se ha recurrido a la organización de festejos para contener el enojo y el malestar de la sociedad. Uno de los ejemplos más nítidos se vivió en México cuando agonizaba el Porfiriato. Aprovechando el primer centenario de nuestra Independencia, se preparó una gran fiesta nacional, sin precedente en la historia del país.

El “capital simbólico” que intentó construirse en el umbral de la Revolución Mexicana pretendía algo más que mantener la hegemonía de la dictadura. Buscaba debilitar y contener el hartazgo de la sociedad a partir de la propaganda basada en una imagen de progreso cultural y material de una nación que se dirigía hacia la modernidad.

Los propagandistas de “don Porfirio” también trataron de proyectar la figura del presidente como el prócer y el gran patriota que consolidó la obra de la Independencia, y también de la Reforma juarista, hasta convertir a México en un país pacífico y moderno. El eje fue el uso de imágenes, en las cuales “el presidente también solía aparecer en una triada completada por Hidalgo y Benito Juárez, siendo Díaz interpretado como el héroe del progreso”.

Por si te interesa conocer más: Omar Fabián González Salinas. Fiesta cívica y culto al "Padre de la Patria" en el estado revolucionario, 1910-1940. Secuencia, Revista de historia y ciencias sociales, Instituto Mora y CONACYT, número 93, 2015.

¿Por qué no funcionó la fórmula? Las celebraciones y la fiesta del centenario de la Independencia pretendieron dar señales de bienestar y prosperidad. Sin embargo, la realidad se impuso. La diversión que se planeó fue insuficiente para cambiar con imágenes propagandísticas y fuegos pirotécnicos el humor social. No alcanzó para disimular la injusticia y la pobreza de la mayoría. Mucho menos para generar la confianza y las expectativas de un futuro mejor.

Esa experiencia y muchas más que se han vivido en otros países han confirmado que, en efecto, las fiestas cívicas son espacios y medios que hacen del “capital simbólico” una de las herramientas más útiles de la comunicación política. Sin embargo, la democracia y el actual ecosistema de comunicación le han restado fuerza a la fórmula, a pesar de las modificaciones que se han hecho de sus usos y significados para que resulten más atractivas.

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¿Quién se puede negar a disfrutar de un momento de ocio, alegría, orgullo y esparcimiento? ¿Quién cuestiona con facilidad los gastos excesivos de los festejos, sobre todo cuando sirven para romper la tensión o la preocupación que provoca la vida cotidiana? El espectáculo y la fiesta deben seguir. Pero funcionarán en forma más efectiva cuando la imagen de bienestar y prosperidad que buscan transmitir se apeguen con mayor fidelidad a la realidad de la población.

Recomendación editorial: Orián Jiménez Meneses y Juan David Montoya Guzmán (Editores). Fiesta, memoria y nación. Ritos, símbolos y discursos, 1573 - 1830. Universidad Nacional de Colombia, 2011.