Main logo

Pandemia y Pandemónium

Aquí es el reino de la necesidad, de la precariedad y la penuria. | Teresa Incháustegui Romero

Por
Escrito en OPINIÓN el

Como han previsto filósofos, sociólogos, geógrafos económicos y estudiosos de todo el mundo[1], la pandemia del SARS-COV2 covid-19 que irrumpió en enero de 2020; tratada con las técnicas y tecnologías del siglo XXI como un problema de salud, pero abordada por la OMS, con el mismo viejo enfoque sanitarista de las pestes medievales, no es un problema pasajero y sus secuelas representan no sólo la muerte de millones de personas, sino el declive de toda una forma de vivir, de trabajar, de hacer negocios, de educar, de entretenerse y de ser y presentarse como personas.  Por lo que, dicho en breve, lejos de ser sólo una pandemia, es un pandemónium con cambios tecnológicos, económicos, sociales y culturales inimaginables algunos de ellos, por lo que, a partir de ella, podríamos establecer una marca de antes y después en la historia de la humanidad.

El Pademónium: evocado por Dante (La divina comedia) y después por Milton (El paraíso perdido) para hacer referencia al lugar o ciudad donde se alojan y reúnen todos los demonios; una escena con tintes apocalípticos donde reina el caos, el ruido, la muchedumbre, la confusión, difícilmente cuadra con el sueño de la felicidad global en clase turista, que nos había ofertado el neoliberalismo en su fase expansiva. Si todo el futurismo que se ha podido proyectar en el cine y la literatura desde Occidente posmoderno, a partir de 1984 de George Orwell, remite a la distopia, la realidad y el futuro que se vislumbra con la pandemia de covid-19 no se queda atrás.

Pide a la vieja normalidad que vuelva.

Ha pasado la primera oleada de consideraciones y notas románticas en las redes, sobre los cisnes, peces y tortugas regresando a sus santuarios, porque la humanidad fagocitaria estaba en cuarentena. La vuelta a los bares y restaurantes; los jóvenes y no tan viejos exhaustos del encierro que aglomeraron las riveras de los ríos, playas, y bailaron en reuniones nocturas a cielo abierto, en el primer mundo, no tiene correlato en el tercero, aún cuando la banda se reúna a chelear valiéndole madre el virus.

Aquí es el reino de la necesidad, de la precariedad y la penuria. Las salidas de este crítico tobogan que se vislumbran apenas para 2022 no serán las mismas en el Norte que en Sur globales. En el Norte se acelerará la Revolución 4.0 (R4.0 en lo que sigue) en sus sectores terciario y productivos, induciendo una gran desmovilización de personas en los centros urbanos y mucho más en las poblaciones suburbanas y rurales, reduciendo también la mano de obra migrante necesaria en los servicios e industrias menos cualificadas.

En Latinoamérica tendremos que observar si ese gran segmento productivo de Mypimes  (aprox 99% en promedio de los establecimientos mercantiles formales según CEPAL[2]) que aunque poco eficiente y precarizado, había sido nuestro motor generador de empleo, puede regresar al funcionamiento y coexistir con el concentrado segmento de industrias y actividades terciarias del Norte global en nuestros territorios, en plena profundización de la R4.0. 

De cara a este segmento estaría el panorama de subempleo, cuentapropismo, e informalidad de los segmentos pobres o de los pequeños negocios de subsistencia que conocemos históricamente en nuestras regiones, correspondiente a la población que caracterízaríamos como Descalificada, Desintegrada y Desechada (el amberso 3D en la pobreza).

En tal situación es muy probable que se agudicen las desigualdades preexistentes en nuestra región. Incluso que surjan nuevas desigualdades asociadas a las tendencias económicas de la llamada R4.0.  Nuestra desigualdad histórica poscolonial, por clase, etnia, género, color, más la originada en identidad sexual, las discapacidades y territorio, ha sido profundizada por los efectos de la pandemia.

Con la nueva normalidad es previsible se agregue una otra dimensión por el cruce de la diferencia generacional y educativa a partir de calificaciones profesionales segmentadas en orden al manejo de recursos, metodologías y tecnologías digitales, ligados a la eficiencia y competitibidad de las empresas en pleno recambio tecnológico. En estos términos la desigualdad entre las mujeres jóvenes, técnicas y profesionales con alta calificación (aprox entre 20 y 32% de las mujeres ocupadas en actividades remuneradas) y el 28 ó 32 de las mujeres pobres adultas y jóvenes sin calificaciones y aún sin formación alguna para el empleo se profundicen.

En un contexto de Pare-Siga en el funcionamiento de las economías y con altibajos en la recuperación, los gobiernos tenderán a reiterar la contención sanitaria a partir del confinamiento con la consiguiente sobrecarga en los hogares. Para las familias, hogares y personas, la vida cotidiana es ya un juego bascular en el dilema entre “el cuidado de la salud y la continuación de la vida”. Una triste paradoja por cuanto para muchos cuidar la salud, en los términos del confinamiento representa la muerte económica o, la hambruna. Lo que nos confina a una ridícula ecuación de suma cero, donde lo que se gana en el manejo del contagio o, claramente hablando, en el equilibrio de la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, se pierde por el hambre, el aislamiento, la incertidumbre, a cargo de las familias y la sobrecarga de trabajo, inseguridad y desprotección de las mujeres.

El poder y el control cambiando de mascarilla

Porque el confinamiento como medida central para contener al virus privatiza el impacto sanitario y económico de la pandemia, en la medida en que deja la seguridad y la protección a la disponibilidad de recursos de cada persona o familia. Esta privatización radicaliza la desigualdad social en términos de vivir o morir, por lo que conlleva la actualización de la consigna biopolítica del neoliberalismo: hacer vivir-dejar morir en una reformulación donde la gubernamentalidad del Estado se recoloca en el control de la población ofreciendo la seguridad a través del miedo, ejerciendo simultáneamente, un poder disciplinario en el cuerpo individual y un control regulador de la población. Mientras se deja a la suerte o a los recursos personales o familiares,  las vidas “poco dignas” de ser vividas: personas pobres, con salud precaria, enfermas crónicas o en edades avanzadas.

En términos foucaultianos, el dispositivo del confinamiento impuesto en la pandemia es una combinación de libertad y coacción (soberanía y libertad) que regula claramente los contactos, espacios y sujetos. Acorta la oscilación de las conductas y las apetencias conductuales, pero también la distancia física del poder sobre los sujetos.  A la “sana distancia” interpersonal que impone, responde con el control de la movilidad de los cuerpos.  La libertad y la voluntad de los sujetos están suspendidas.

El poder transmutando en la pandemia, hace vivir en ciertas condiciones y deja morir a los que no tienen estas condiciones. Los sujetos elegibles para vivir son los normalizados por el confinamiento; propietarios de vivienda, empleo integral y recursos, que en su libertad “eligen” la vida en sus términos: movilidad reducida, trabajo a distancia, o teletrabajo, contacto humano suspendido, media cara cubierta (obturando la alteridad de mirar y mirarse en el otro en el contacto visual) vigilancia intensiva en todos los ingresos a lugares públicos y monitoreo de signos vitales. Las y los sujetos jóvenes que protestan y rechazan este programa normalizador, son presentadas como las nuevas clases peligrosas, portadoras de contagio, de muerte asintomática.

Si en los cuerpos se ensaya este programa de disciplinamiento explícito, físico, directo, tanto en lo individual como en lo colectivo, en las formas de trabajo se está abriendo un largo, largo paréntesis respecto a la normas, prácticas de los derechos y libertades del trabajo, porque el teletrabajo transgrede las fronteras económicas, biológicas, espaciales  y jurídicas del trabajo construidas en más de doscientos años e ingresa de lleno a la vida y los espacios íntimos de las personas, transgrede horarios, jornadas, economiza recursos al empleador y reduce todo el espacio de la vida del trabajo a las cuatro paredes de su vivienda convertida en lugar del trabajo. Y, por si fuera poco, se educa a las nuevas generaciones en la imagen plana de las pantallas, borrando la presencia y la interrelación humana directa de sus vidas, sus emociones, sus experiencias. ¿Dónde quedó pues el problema de salud?


[1] Sopa de Wuhan….

[2] MIPYMES en América Latina Un frágil desempeño y nuevos desafíos para las políticas de fomento