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Nada muere si lo recuerdas

Hoy he decidido escribir este texto en torno a la muerte por quienes se han ido en el contexto de una pandemia que no respeta nada. | José Luis Castillejos

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Escrito en OPINIÓN el

La muerte o fin de la vida cabalga intensamente desde Asia, África, Oceanía, Los Andes, la Sierra Tarahumara, la Costa de Chiapas, Norteamérica, en el corazón de todos. Hoy me siento dolido.

Me está impactando la muerte de amigos, familiares, conocidos. La muerte se está llevando a mucha gente buena y algunas malas. Y cala hondo esta soledad de no poder hacer nada, de no saber cómo defender a quienes aprecio, amo y añoro.

Hoy he decidido escribir este texto en torno a la muerte por quienes se han ido en el contexto de una pandemia que no respeta raza, color, sexo, edad, posición económica, egos o pobreza.

Hoy mi dolor es hondo y me siento desventurado y no hay mucho que hacer más que cuidarse.

Quiero libertad, la libertad de vivir sin miedo, de correr, de viajar, de ir por el monte o las ciudades o tomarme un café, o gozar de la playa o robarme un beso sin que me ronde la muerte, sin que esperen los gallinazos.

Y no es temor a morir, es rabia a no poder defenderse frente a una pandemia que consume vidas humanas, agota médicos y exhibe, en el caso de México, un sistema hospitalario quebrado.

No hay nada más triste que morir solo, sin el abrazo o el beso de despedida del esposo o la esposa, o del hijo, del nieto o del amigo. Eso encabrona.

Molesta que esta pandemia nos robe la felicidad a todos y se lleve las almas. Molesta que la muerte ronde los hogares, que se pasee por los hospitales y que arrebate el alma tierna de un niño o el callado llanto de una madre.

¿Pues qué quiere? La cuota mundial pagada ya es alta y no hay forma de parar esta tendencia.

Hay día en que me levanto y me veo al espejo y sonrío. ¡Estoy vivo!, pero en las noticias se siguen dando cifras de muchos muertos.

De hecho con el encierro mucha gente está muerta en vida. Algunos sucumben comiendo sopa, algo de frijol, tortillas y sin ingresos para solventar sus necesidades. Otros mueren por falta de medicamentos, pruebas del covid y oxígeno.

Hasta hace poco casi todos éramos felices pero hoy la emoción va muriendo poco a poco.

No deja de preocuparme que mueran en esta embestida niños y ancianos.

Curioso ¿no? que yo que vengo de una tierra con olor a café, bañada por el aroma a mar, a ríos, a montaña, a gente cálida, a besos furtivos, le tenga miedo a la muerte.

Vengo de la tierra del sur, donde se vela a los muertos con una cruz y un santo, sahumados con copal y ocote, y olor a parafina y con flor de corozo, entre gritos de dolor, y jugadores de póker y de dados.

Las despedidas de mis amigos cada vez me saben más tristes. Siento que temen morir o temo yo morir.

Y como decía León Gieco: Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.

Nadie morirá si lo recuerdas.