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Los verdaderos costos de la austeridad lopeciana (3a parte)

La austeridad lopeciana no beneficia a nadie y sin embargo causa enormes y profundos daños y perjuicios a los ciudadanos. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

El imparable frenesí de la aplicación de “medidas de austeridad” gubernamentales nos da la oportunidad de seguir comentando diversas facetas del tema. Empiezo por recordar que matemática y formalmente hablando los sistemas económicos y sociales son ecosistemas complejos porque cumplen con ciertas características que, entre otras tantas cosas, generan situaciones insospechadas y resultados imposibles de prever. 

A pesar de ello, es el día en el que la mayoría de los programas curriculares (no sólo en México sino en el mundo) no ha incorporado esta nueva visión y siguen privilegiando la enseñanza con una visión lineal que no se parece en nada a lo que acontece en el mundo real. Eso ha propiciado que una mayoría de los egresados, al menos de la carrera de economía, salgan desprovistos del conocimiento que se necesita para alcanzar un entendimiento profundo del funcionamiento real de las economías.

Una consecuencia directa de ese enfoque tradicional son algunos chistes clásicos entre economistas, como el que dice que un buen economista es aquél que tiene muchos argumentos para explicar porque no pasó lo que sus modelos aseguraban que iba a pasar.

Mi punto en este caso es simplemente resaltar que, si bien es cierto que hay situaciones imprevisibles frente a las que no hay mucho más que hacer que invertir en la prevención y en los factores que mejoran la resiliencia, hay muchas otras situaciones absolutamente previsibles que se deben de considerar para tomar buenas decisiones. En el caso que nos ocupa podemos identificar muchas consecuencias claramente previsibles que se vendrán en cascada como consecuencia de las acciones de la austeridad lopeciana.

Como lo hemos comentado muchas veces, el mantra gubernamental se basa en dos pilares retóricos y etéreos: el supuesto combate a la corrupción y la austeridad lopeciana. El primero es una burda simulación y el segundo es un concepto gaseoso salido del pensamiento mágico con el que López Obrador aborda a la economía. 

Ya hemos comentado que la austeridad lopeciana es sustancial y significativamente distinta de las dos austeridades en las que su autor se ha inspirado: la republicana y la franciscana. Estas últimas se despojan de lo superfluo sin menoscabo de su capacidad de servicio y sin mermar el bienestar de los destinatarios de sus propósitos y de sus acciones. Muy al contrario, como ya se ha ido evidenciando, el despojo irracional de recursos propios y ajenos que profesa la austeridad lopeciana no beneficia a nadie y sin embargo causa enormes y profundos daños y perjuicios a los ciudadanos.      

Muchas de las consecuencias de las medidas de austeridad gubernamental son previsibles e irán acumulando costos descomunales.

Cuando López Obrador recurre a frases huecas como “ya nos estamos recuperando” o “ya estamos saliendo del hoyo”, sin entender en ningún momento ni la gravedad ni los alcances de lo que está pasando, las referencias que menciona son indicadores como el registro de nuevos empleos en el IMSS o la entrada de remesas. En el primero de los casos el indicador es insuficiente, como lo comento en los párrafos que siguen, pero el de las remesas es un caso de risa loca. López Obrador presume el incremento de remesas como un éxito de su gobierno cuando la razón de fondo es que el incremento de los niveles de pobreza que él mismo ha provocado obliga a los mexicanos que trabajan en Estados Unidos a incrementar la ayuda económica de sus familias en México. Presume lo impresumible con sombrero propio.

El indicador de la creación de empleos para presumir una supuesta recuperación es inadecuado e insuficiente por varias razones. Una razón de fondo es que la métrica para medir adecuadamente el proceso de recuperación debe incluir los costos de oportunidad y de retroceso en los niveles de bienestar provocados por la pérdida de ingresos. 

El uso de una analogía puede ayudar a entender mejor la justificación del argumento. Desde hace un par de décadas la crítica ambientalista empezó a surtir efectos en el tema de la medición del crecimiento económico, tradicionalmente medido a través del crecimiento del PIB. Éste suele ser usado por muchos países para comparar el estado y el dinamismo de sus economías, pero la crítica apuntaba con toda razón a que el crecimiento real tenía que incluir los costos totales del agotamiento y la degradación de los recursos naturales. En ese sentido, la salud y el vigor de dos economías con el mismo crecimiento del PIB no son iguales si los costos por agotamiento y degradación ambiental de una representan el 10% del PIB, y los costos de la otra representan el 2% del PIB. Surgieron entonces las cuentas nacionales ecológicas como una mejor manera de medir el estado real de las economías.

Haciendo uso de una lógica similar se puede argüir que la interpretación del porcentaje de empleos recuperados durante una recesión depende de la magnitud de la caída: no es lo mismo presumir que ya subimos un metro cuando el barranco en el que caímos tiene una profundidad de 5 metros, que cuando dicha profundidad es de 100 metros. Sobra decir que el abismo en el que hemos caído es el de mayor profundidad en la historia del México moderno.

Cuando las medidas de austeridad lopeciana consisten en correr a miles de funcionarios públicos, en evitar el otorgamiento de apoyos extraordinarios por la pandemia a pequeñas empresas y personas que trabajan en la informalidad, o en desaparecer fideicomisos que ofrecen becas a estudiantes, por poner sólo algunos ejemplos, el valor del daño causado a cada una de esas personas es mucho mayor que el valor nominal de los ingresos perdidos.

Cada una de las personas que ha perdido el empleo o su fuente de ingresos se mueve en un ecosistema particular en el que se definen los efectos multiplicadores y los alcances del daño que recibe. Así, la acumulación de los daños materiales, psicológicos y emocionales avanza por los caminos inherentes a cada ecosistema personal, cancelando a su paso diversas oportunidades para mantener o mejorar los niveles de bienestar. 

El daño se acumula de mil maneras. Por ejemplo, a través del aplazamiento de planes para hacerse un tratamiento médico, o por la pérdida de la oportunidad de iniciar un nuevo ciclo escolar, por no poder comprar un celular que permita el acceso a la información del universo digital o por postergar un deseado electrodoméstico que facilite las tareas del hogar. Y en los casos más graves, por el drama que viven personas en estado de pobreza ante la imposibilidad de comprar las medicinas urgentes y necesarias, por enfrentar el desalojo al no poder pagar la renta, por tener que sacar a los hijos de la escuela o por no poder completar una canasta básica de alimentos para la familia.

Para poder hablar de recuperación, para poder decir “ya estamos saliendo del hoyo” habría que demostrar que a la recuperación de los ingresos nominales que recibe una persona cuando vuelve a conseguir empleo o recupera su actividad informal, se le está sumando también el pago o la compensación de los daños acumulados, especialmente cuando éstos se deben a malas decisiones cuyos autores tienen nombre y apellido.  

Esto último merece una aclaración. Hay que diferenciar los efectos de un mal desempeño de la economía dependiendo de si las causas se deben a fenómenos de mercado o si las causas son autoinfligidas. Por ejemplo, cuando se caen los precios internacionales de petróleo los ingresos que recibe el país vía las ventas de Pemex disminuyen en consecuencia, ante lo cual no podemos hacer prácticamente nada. Un caso muy distinto es aquél en el que la disminución de la actividad económica y por lo tanto de los ingresos públicos y privados es una consecuencia de las malas decisiones de política interna.

En la mayoría de los países la pandemia empujó a sus economías a un barranco profundo, pero la gran diferencia estriba en que mientras los demás estaban parados sobre el borde del barranco, en nuestro caso la “economía moral” y sus medidas de austeridad lopeciana ya nos habían empujado al vacío. Cuando empezaron a llegar los efectos económicos de la pandemia nos preguntábamos atolondrados qué hacíamos a medio barranco. Lo peor es que al día de hoy, todavía no vemos el fondo. Continuará.