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Los mecanismos de la perversión

Entrevista con Jesús Romero Colín. Parte 1 · María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

Jesús Romero Colín tenía once años cuando el sacerdote Carlos López Valdés de la iglesia de San Agustín de las Cuevas en Tlalpan, ofreció a sus padres ocuparse de su educación y recibirlo como interno en “la casa de Dios”. El “padre espiritual”, ocupó en lo cotidiano la función paterna. Durante años ese padre todopoderoso abusó emocional y sexualmente de Jesús niño y adolescente. Lo inició en el consumo de alcohol. Le tomó fotografías que compartía en redes de pederastia. Lo despojó de tantas maneras de sí mismo. A los 24 años Jesús tuvo la fuerza para denunciarlo.

Diez años después, el juzgado 55 de lo penal dictó una sentencia histórica: sesenta y tres años de cárcel para el sacerdote pederasta. La jerarquía católica que utilizó todo su poder para encubrir a Carlos López por décadas, emitió un comunicado: 

Nos solidarizamos con la víctima y su familia. Lamentamos profundamente lo sucedido. Estos comportamientos terribles nos producen dolor y vergüenza, y nos confirman en el compromiso de hacer todo lo necesario para sanar estas situaciones desde la raíz. Amén.

¿Cuál fue el detonador de tu denuncia, Jesús?

En el 2004 Carlos López ya estaba en la iglesia de San Judas Tadeo, fueron a repartir panfletos de denuncia en la puerta, decían que Carlos López Valdés abusaba de los niños. Ya existía una investigación dentro de la iglesia por la denuncia de Alexander. Le llegó la información a Jonás Guerrero, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México. Mandó al sacerdote Roberto Montoro a que investigara. En 2007 los obispos Jonás Guerrero y Marcelino Hernández tenían ya la propia declaración de Carlos López Valdés firmada por él, aceptando que había abusado de mí, tengo el documento.  

Ellos lo exhortaron a que se entendiera conmigo en: “Lo psicológico, lo económico y lo moral”,  le hacían un extrañamiento para que se fuera a atender a la casa Damasco de la colonia Postal. El tratamiento (para sacerdotes con problemas “afectivos”), dura tres meses. Salen y los cambian a otra iglesia. Pensé que iban a castigarlo, que lo iban a expulsar del sacerdocio. Lo cambiaron a San Pedro Apóstol. Yo vi el cambio, allí estaba el obispo Jonás en la iglesia presentando al pastor ante su nueva comunidad. ¿Qué implicaba? Esas familias no estaban enteradas de las denuncias en la parroquia donde cometió los abusos, había familias que iban a llegar con sus hijos a entregárselos. Iba a hacer de nuevo lo que me hizo a mí. 

El perverso y sus cómplices


Ya sabían que era un pederasta. 

Ese día de la bienvenida en San Pedro Apóstol, (2008), estaban dos niños con Carlos López, uno tenía trece años, el sacerdote lo traía como su predilecto. Estaba un adulto que fue víctima y cómplice de él, víctima porque vivió con Carlos López Valdés desde los nueve años, tenía ya 35. Había estado toda la vida con él. Observé toda la barra de vida: el adulto, el niño predilecto, el otro niño. Yo, mirando desde afuera y tal vez todavía adentro. Los adultos que fueron sus víctimas tomándole fotos, los dos niñitos muy felices. Observé la escena, escuché hablar del “ buen pastor”  y me dije: “No puedo, no puedo ser parte de esta mierda”.

Le hablé a mi analista: “Me siento como ellos, como el obispo que no está haciendo nada, no puedo”. Me dijo: “No te puedo pedir nada, pero me lo voy a saltar esta vez, vete para tu casa y te prohíbo que tengas contacto con él”. 

Me fui a mi casa, le dije a mi mamá todo lo que me había pasado a lo largo del tiempo. Nunca se lo había dicho. No podía. Decidí romper. Me estuvo buscando por seis meses. Me empecé a empoderar para plantear la denuncia. Conocí a Católicas por el Derecho a Decidir, se presentó un foro de pederastia donde estaban los ex Legionarios y Joaquín Aguilar, Erik Barragán. 

Hubo un acompañamiento, una empatía: “No estás solo en esta lucha”. Fuimos totalmente manipulados y  algunos ya no pudieron salir de allí, tal vez ellos no lo vean así, pero con el tiempo se darán cuenta que también les hice un favor al quitarles a Carlos López de encima. 

 ¿Cómo se inició el abuso?

A los once años fui a vivir a la iglesia, a mis papás los veía en la misa de los domingos y los sábados íbamos a comer a la casa, iba el cura conmigo siempre. Después, cuando empecé a estar mal, como a los catorce años, yo ya no iba los domingos y Carlos López continuó yendo a comer a la casa de mis padres como hasta mis veinte años. La promesa que Carlos Valdés nos hizo fue el acceso a una buena escuela, una buena educación y ni más ni menos que vivir en la “casa de Dios”. Para mis padres, él era el vehículo para el éxito de su hijo y además, era “un santo”.

El abuso comenzó en 1994. “Tú duérmete acá conmigo”. Existe una regla de obediencia extrema, de sometimiento. Tú no te atreves a cuestionar, no te puedes oponer. Yo tenía once años y él era casi Dios.

¿Había testigos de la relación de abuso sexual sistemático que mantenía contigo?

Muchos. Fuimos a Cuernavaca con un sacerdote que se llama Eloy Díaz, Carlos López abusó de mí, el otro sacerdote entró al día siguiente a despertarnos, estábamos desnudos en la cama: “¿Desayunamos?”, como si fuera algo natural. Cuando esa borrachera en la alberca yo tenía trece años. Carlos le dijo a Eloy: “¿Cómo ves a este? Está mejor que X, ¿no?” X es esta persona que llegó a los nueve años a vivir con él, ahora ya tiene cuarenta. El que le tomaba fotos conmovido en la iglesia. 

El universo cerrado, el niño y el Amo ¿Alguien se acercó a ti, alguien por lo menos dijo: “Lo siento mucho?”

Nadie lo mencionó siquiera. Nadie. El abuso era evidente, la iglesia de San Agustín de las Cuevas tiene quince recámaras y yo dormía en la recámara del párroco, yo no tenía mi recámara propia. Todo mundo lo sabía. Los chavos que tenía allí viviendo, supongo que pasaron por lo mismo, los seminaristas a quienes les daba albergue, los diáconos que iban a hacer su preparación y vivían un año en la iglesia, los sacerdotes que llegaban como auxiliares. 

Unos sacerdotes que ahora tienen cargos importantes y que estuvieron ahí me tenían amistad, pero nunca se tocó el tema. Los trabajadores, los sacristanes, tuve amistad estrecha con ellos, lo sabían. Dentro del ambiente religioso tú no puedes cuestionar al superior, y el superior de esa iglesia era Carlos López Valdés. 

Algunos de ellos se convirtieron en sus víctimas- cómplices, tan  a pesar de ellos mismos.

Complicadísimo para la propia víctima cuando los abusadores son seriales. Yo estuve rozando la línea, es la verdad. Yo me enteré y vi en las fotografías que tenía cómo el sacerdote sí abusaba de más niños. Si no hubiera denunciado, hubiera sido víctima-cómplice. La red te atrapa. Si no tienes las herramientas, las capacidades, las fuerzas, si no logras identificar el abuso, ahí te quedas. 

 ¿Cómo ejercía y “naturalizaba” ese dominio cotidiano?

Me ha costado mucho trabajo sacarme sus modos de manipularme, yo dependía de él, yo trabajaba en la iglesia, pero no tenía un sueldo, cualquier cosa que necesitaba tenía que recurrir a él. “Necesito tenis”. Primero había un reclamo de dos horas y después me daba los tenis. Era convencerme de que yo no merecía nada. Te acostumbras a vivir con culpa, a que no tienes derecho a pedir. Lo viví desde el inicio a los once años. No tienes derecho a nada. ¿Cómo vas a tener derecho a defenderte o a denunciar? 

 Ha sucedió que la comunidad acose a una familia que denuncia. 

Cuando Joaquín Aguilar denunció en el Ministerio Público, el sacerdote llevó a cuarenta miembros de su comunidad a declarar en su favor. Joaquín sufría porque  

le pusieron “el calienta-sotanas” en su colonia. Gente que ataca a la víctima para estar más cercana a la figura de poder, a esta figura sacralizada. Como gente que dona cantidades exorbitantes de dinero y siente que ya está más cerca del cielo. 

Hubo personas cercanas para quienes las puestas en escena fueron más fuertes que la realidad. 

Por eso es tan difícil tratar ese tema y es muy triste, pero uno también: a mí nadie me puede dar el lugar, yo me lo tengo que dar, eso lo aprendí a punta de golpes emocionales muy fuertes. Fue una fortuna que lo haya logrado. Lo tengo que decir: el miedo de la familia al qué dirán, ese miedo de aceptar las  responsabilidades de cada quién. Te repiten: “Ya déjalo, lo vas a olvidar” . 

¿Sostiene la desesperación que se siente ante la negación del daño? La doble cosificación que implica.

Sí, lo sentí más claro y manifiesto en el inicio, cuando entró la denuncia. Tenía 24 años, ahora tengo 35 años. Me hicieron una pregunta que no me habían hecho: “¿Tú a qué edad, en qué momento te sentiste abusado por este señor?” Me sentí abusado, acepté que era abuso, a los 20 años. Me ponía en situaciones de riesgo que atentaban contra mi vida, me martirizaba por lo que venía arrastrando. ¿Había nacido mal? La red que el sacerdote me aventó encima incluía meterme estos mensajes en la cabeza. Siempre eres el culpable. Te drogas porque “eres malo”, dejas la escuela porque “eres tonto”, tienes bronca con amigos porque “eres muy problemático”, así eres. Yo estaba atrapado, gracias al psicoanálisis pude ordenar mi historia. Justamente es la cuestión de la palabra, de hablar. 

A tus 20 años el abuso emocional continuaba, ¿y el sexual? La negación de la violencia por parte de la víctima misma, ¿tiene que ver con la distancia que el perverso le impone con respecto a la realidad?

Ya no. Muy complejo, una mezcla cotidiana de: “igual sí puede ser amor de su parte”, igual le tenía tanta admiración. Incluso tienes que pagar con algo todo lo que te está “ayudando”. El parteaguas fue entender que la sintomatología que arrastraba tenía un origen, no puedo decir que solo del abuso, hay una parte de infancia, pero el abuso provocó gran parte de lo que me destrozaba la vida. 

Con la psicoanalista por primera vez pude hablar, se lo pude decir a alguien. 

Acomodar, estar quitándome la culpa. Quizá haya personas que no lo entienden, pero las víctimas de abuso lo reconocen perfectamente: sentir esa culpa por no haber dicho que no, por no haberle dicho a alguien, por no haberte alejado. Sentir esa culpa por haberlo permitido e incluso cosa que es complicado mencionar, por alguna vez, en algún momento determinado de los abusos, haber sentido algo de placer físico. Complicado de procesar para un menor de edad, aún para un adulto que sufrió abuso en la infancia.

En esa relación de posesión que se le impuso a un niño, ¿no poder rebelarse se agudiza por el miedo a la pérdida del amor?  

Con el miedo a la pérdida y con el miedo de no poder cumplir con ese ideal que ni siquiera es tuyo, sino de la familia, de los demás. En una mezcla tremenda con los ideales religiosos, los dogmas: obediencia, perdón, sacrificio. El “cordero de Dios”, era algo que yo había introyectado creo que desde que empecé a hablar. Fue muy difícil para mí romper. Mira, me llamo “Jesús”.

Hay dos palabras escritas al pie de la cama en el sueño que narras en Agnus Dei.

Omiso-Ominoso. Salió a lo largo de mi  trabajo de análisis. El abuso estaba ahí presente, sabes que está sucediendo, tratas de voltear al otro lado y negarlo: eres omiso. Es ominoso, porque como en ese término de Freud, es algo tan familiar. Carlos López también era mi padre. Las cosas como son: gran parte del tiempo lo consideré como mi padre y desgraciadamente, también abusaba de mí. Una persona muy perversa y en su goce sin límites: los actos sexuales sucedían en la noche y al día siguiente era como si no hubiera pasado absolutamente nada: “Vete a la escuela”. 

Extrañamos a Marichuy

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