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Los canallas

Los canallas roban, secuestran, asesinan; ejercen la trata de personas; se pasean por los espacios del dinero y del poder con sus cuellos blancos. | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Ante hechos crueles, devastadores, una se pregunta, ¿cómo pudo? ¿cómo pudieron? ¿cómo es posible destruir a pasos acelerados el planeta en aras de una cada vez mayor acumulación de riqueza para unos cuantos? ¿cómo es posible alterar los medicamentos para los niños con enfermedades graves para obtener un beneficio económico sacrificando sus vidas? ¿cómo es posible acechar en una frontera a personas en estado de completo desamparo para arrancarles lo poquísimo que tienen? Para abusar sus cuerpos. Para tratarlos como material de desecho. ¿Cómo es posible despojar a pueblos enteros, orillarlos al hambre, a la desesperación? ¿cómo es posible desatar niveles tan elevados de violencia?

En palabras del psicoanalista Gustavo Dessal: “a los canallas podemos encontrarlos en todo el espectro clínico. Los neuróticos, los perversos, los psicóticos. Canalla es aquel que se afirma, digamos, en el goce que ejerce sin ninguna clase de responsabilidad ni de limitación, que es consciente de ello, y que no le importa en absoluto las consecuencias que eso tenga para los otros”. ¿Qué acota al canalla? Nada que exista adentro suyo. Nada, porque su manera de habitar el mundo es la negación de la existencia de los otros en tanto que personas y la convicción de su derecho absoluto a un goce tan sin límites como le sea posible.

La impunidad le sirve banquetes. Si lo suyo es probar que la ley no existe para él, o que con ella puede hacer lo que le viene en gana, la impunidad se lo confirma. La confirmación de la inexistencia de la ley desata la crueldad omnipotente. Disfrazada o explícita. ¿Qué los detendría? El psicoanalista Octavio Chamizo dedicó uno de sus seminarios en el Colegio de Saberes al tema de la culpa. ¿Es la culpa necesaria para crear vínculos? Sin duda. ¿Qué seríamos sin culpa? ¿qué seríamos sin esa emoción intensa que nos revela, nos recuerda que el otro existe y que existen los límites en nuestra relación con los otros? La culpa nos susurra o nos grita que no tenemos derecho a infligir daños. Nos detiene. Nos acota. Nos lleva a humanizar y a humanizarnos.

¿Cuál era la finalidad de la tragedia griega sino el acceso a la “catarsis” a través de la aceptación de la culpa? Aceptación que abriría un camino posible hacia otras nuevas maneras de ser. Si la culpa crea vínculos es porque nos permite mirar al rostro de otro ser humano y reconocerlo, reconocernos en ese, “¿por quién doblan las campanas?” del poeta John Donne. Ese, “ningún hombre es una isla”.

Los canallas roban, secuestran, asesinan

Ejercen la trata de personas. Se otorgan el derecho a disponer de vidas, subjetividades, cuerpos. Los canallas se pasean por los espacios del dinero y del poder con sus cuellos blancos. Con tanta frecuencia son personas respetadas. Admiradas. Temidas. La ley no los alcanza, porque la ley está en venta. Nada que no sea ellos mismos, su bienestar, su ejercicio de poder les quita el sueño. Y esa pulsión de muerte que desatan contra su entorno. Intentamos entender y no entendemos. Ese más allá de la comprensión tiene que ver con la dificultad para asimilar los mecanismos recurrentes de la crueldad.

“No es frecuente que esta clase de personas se presenten y demanden un análisis. No ocurre con mucha frecuencia. Esta clase de individuos, como son personas que principalmente no tienen relaciones ni con su inconsciente ni experimentan el sentimiento de sentirse divididos ni cuestionados frente a su propio accionar, son personas que no se preguntan nada”, explica Dessal. Anoche vi una serie que narra la vida de Pablo Escobar. La escalada de poder y la impunidad. La escalada de una mente criminal. En una escena –después del avión que Escobar hace estallar en un intento por asesinar al presidente Gaviria– la madre del narcotraficante le pregunta a su nuera: “él no fue, ¿verdad? Él no haría estallar un avión”. La nuera responde: “Claro que sí lo hizo. Tendría sus razones”.

¿Cuáles podrían ser “las razones” del canalla? El imperativo de sus pulsiones. La duda no cabe. Como afirma Dessal: duda quien sabe que está dividido. Quien es capaz de experimentar culpa. Quién es capaz de cuestionarse y soportar sus preguntas. “Estamos hechos de palabras y, por lo tanto, no hay nadie, ningún ser humano, que esté liberado de la implicación en el mal. Por supuesto que la labor civilizatoria, lo que llamamos el proceso cultural, hace que efectivamente las pulsiones se encaucen de tal manera que, a partir del lazo social, la gente pueda convivir…”

Amanecemos con la imagen de los canallas armados esperando a la caravana migrante en la frontera. ¿A cuántos canallas han tenido que sobrevivir los migrantes en su éxodo? “Que se vayan de regreso a su país”. ¿Hacia dónde irían ellos, los sobrevivientes de una devastación tal? Y mientras caminan sobra quienes se pregunten: ¿de qué más es posible despojarlos? ¿qué queda aún por arrebatarles? La guerra y sus canallas. El capitalismo salvaje y sus canallas. La xenofobia, la homofobia, el racismo, el clasismo y sus canallas. Los canallas del narco y sus poderes paralelos. Trump ganó una elección. Ganó una elección Bolsonaro. Echar hacia atrás ese “proceso civilizatorio” que nos permite convivir. El temible avance –a veces pareciera imparable– de la deshumanizante lógica canalla. “Ningún hombre es una isla”. Ningún hombre, ninguna mujer es una isla. Y sin embargo…

El trabajo en defensa de los derechos humanos

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