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Los albores de nuestro rezago educativo

Nueva España en el siglo XVIII: ¿Ilustración o escolástica? | María Eugenia García

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Escrito en OPINIÓN el

Los comienzos del siglo XVIII trajeron grandes cambios al trono español con la llegada de la casa de Borbón, que dio a la política exterior española un nuevo curso. Sin embargo, estos cambios afectaron muy poco la vida novohispana, marcada por un fuerte centralismo que florecía alrededor de colegios e iglesias.

A principios del siglo no se había filtrado en la Nueva España el pensamiento moderno –ni en el ámbito filosófico, ni en el religioso– y predominaba aún el escolasticismo. Para todo novohispano del 1700 era imposible pensar en un afán científico que no condujera al conocimiento de Dios; la teología seguía siendo el faro que marcaba los destinos del conocimiento con un racionalismo que hacía las ciencias apologéticas y dependientes, y Descartes era ignorado por los académicos.

Además del autoritarismo y del saber eclesiástico, predominaba el escolasticismo dogmático sobre el ejercicio de la razón, fundado aquél en la verdad revelada y en la habilidad retórica para transmitirla. El método empleado era el silogismo, caracterizado por el hábil manejo del lenguaje que, a veces, relegaba a un segundo término las ideas. En el discurso escolástico del siglo XVIII las ideas quedaban opacadas por la brillantez y complejidad de las palabras, en clara consonancia con el espíritu barroco todavía predominante en la Nueva España.

Las disputas escolásticas para el siglo XVIII, aunque llegaron a ser motivo de alarma y preocupación en el Virreinato, se mantuvieron siempre dentro de los límites marcados por la escolástica en el aspecto intelectual, ninguna corriente ajena a ésta –ni el Renacimiento, ni el protestantismo, ni el jansenismo– afectó el pensamiento novohispano, y las divergencias entre escuelas concluyeron con la expulsión de los jesuitas, con lo que el tomismo dominó tanto las viejas polémicas como las nuevas.

La forma en que pensaron y razonaron los hombres novohispanos fue escolástica hasta en la última etapa de la Nueva España, cuando se originó una transformación, por influjo de la filosofía moderna, que daría como resultado la escolástica moderna. Este modelo filosófico, junto con la teología, modeló, informó e impregnó el pensamiento, las costumbres, las letras, las artes y todas las manifestaciones culturales novohispanas. La influencia más importante era el pensamiento aristotélico interpretado por San Agustín y Santo Tomás. No obstante, los novohispanos no percibían una decadencia en su modelo filosófico, a pesar de estar fundamentado en el principio de autoridad que al extremarse reducía su filosofía a una disciplina y doctrina escolares. El resultado de ello fue un estancamiento tanto del pensamiento filosófico, como de las letras y las ciencias, que sería heredado a la etapa independiente.

El método escolástico consistía en el dictado riguroso, por parte del maestro, y la revisión de la información por parte del alumno para su repetición exacta de memoria; la forma fue el comentario de las obras y tratados aristotélicos, externo y superficial, basado en la explicación de términos y en la repetición de las ‘autoridades’ que otros filósofos hacían al respecto. Este modelo educativo, en el que las ciencias y la razón dependían de la teología y la fe, impedía su desarrollo a causa del ilimitado influjo que tenían en el conocimiento: todo estaba ya dicho en la verdad revelada y ello las hacía impermeables a las novedades que, de llegar a aparecer eran rechazadas.

Durante el siglo XVIII los europeos, animados ya por los avances filosóficos de Bacon y Descartes y los descubrimientos científicos de Galileo y Newton, confiaban en que la razón humana podría lograr el mejoramiento e incluso la perfección de la sociedad, ya que, liberados de la superstición y la ignorancia, las luces de la inteligencia posibilitarían descifrar las leyes de la naturaleza, lo que permitiría alcanzar el progreso y el bienestar. La confianza en la razón, la ciencia y el progreso humano, así como una secularización de la vida cotidiana y la disminución de la importancia de la religión, son características de este período en el que los llamados “déspotas ilustrados” fomentaron reformas para lograr el crecimiento económico, la modernización de la educación y la centralización y fortalecimiento del poder político.

No obstante, no sería sino a partir de la segunda mitad del siglo en que se apreciara en la Nueva España un interés por renovar las corrientes de pensamiento mediante la introducción de la filosofía moderna por parte de los pensadores jesuitas del siglo XVIII, quienes imprimirían un viraje filosófico y cultural de trascendental importancia. Lo paradójico es que esto ocurrió casi a la par que el declive de esa orden monástica en el mundo católico europeo y americano, ante el embate de una línea anti jesuítica desde la Santa Sede y la modernización borbónica española, que llevó a la expulsión de jesuitas de España y sus territorios de ultramar a partir de 1767 y a la supresión de la orden en 1773.

En la Nueva España no existió, pues, una clara corriente de filósofos ilustrados. Los filósofos modernos participaron ciertamente de los cambios, recibieron y difundieron las ideas de su siglo, se entregaron al progreso, a las ciencias experimentales y a las naturales, comprendieron el valor de la física; pero, ni en lo político, ni en lo ético, ni en lo metafísico variaron sus opiniones; esto es, no quitaron un sólo instante su atención de la fe. Ellos fueron los representantes de la escolástica moderna que gobernó la filosofía novohispana durante la segunda mitad del siglo XVIII hasta desaparecer, sin solución de continuidad, después de la Independencia de México.

 

*María Eugenia García

Licenciada en Letras Clásicas y con maestría y doctorado en Letras Mexicanas por la Universidad Nacional Autónoma de México, encabeza la Jefatura del Departamento de Difusión del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora desde 2011.

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