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La vida pendiendo de un hilo

Nescimus quid loquitur

Por
Escrito en VERACRUZ el

¿Han tratado de escribir sintiendo que se caen a pedazos, que les falta el aire y el cuerpo –maltrecho- les sofoca de a poco?, así me siento en este momento mientras escribo, y mientras lo hago, ocupo lo que tengo para rememorar la vida que me tocó vivir.

Desde hace algún tiempo había dejado de apretujarme un malestar, como el de ahora, permitiéndome respirar aire fresco.

Pero ahora, la ruleta rusa de siempre, me dispara nuevamente, en vísperas de que un año más culmine. Me permito recordar algunos pasajes de mi vida -específicamente de mi niñez- y aquellos relatos sobre mi nacimiento.

Todo el tiempo estamos perdiendo salud, desde que nacemos la vida se nos empieza a ir de las manos, a cuentagotas o de golpe.

Mi nacimiento fue difícil. Ocho meses, 3 kilos 700 gramos, y un padecimiento que podría traducirse –de cierta forma- como una “enfermedad de la sangre”. Al final la rehabilitación duró tantos años como pudo durar.

Mi infancia fue dura –no como muchas otras, pero lo fue-, y en gran medida ayudó el amor y cuidado de mis padres. Uno termina por acostumbrarse a ir al hospital, a que le saquen sangre, a consumir múltiples medicinas, y delirar hasta el cansancio por la fiebre que en ocasiones se vuelve incontrolable.

Cuando estás enfermo te sientes cansado –rondan los espíritus del sueño perpetuo sobre ti-, el apetito desaparece por completo –la vida no sabe a nada-, el ánimo se disipa de golpe –con una fuerza que cultiva miedo-, evitas a toda costa tener contacto con el mundo -te encierras en ti mismo- y esto, en ocasiones, lo complica todo.

En este punto podría aventurarme a declarar que sea un malestar físico o emocional, los síntomas anteriores se manifiestan de alguna manera y en alguna medida.

Estar enfermo no sólo es el hecho de padecer ausencia de salud, sino la frustración que nos causa sentirnos así, llegando en ocasiones a no poder más, perdiendo el ánimo de luchar.

Tocar fondo. Activar nuestro sentido de supervivencia, y movernos del pantanoso terreno donde nos encontramos, romper la inercia que nos seguiría arrastrando a lo más profundo, sin titubeos.

Puedo asegurar que es peligroso perder las ganas de luchar, porque de esa espiral cuántica no hay salida, espacio en el tiempo donde la desesperanza le quita el sabor a todo, nos cubre por completo.

Así es como pertenecí un tiempo a los llamados “Niños de cristal”. Una semana estuve enfermo, y a veces, dos también; crecí estando en casa y jugando solo la mayoría del tiempo. Quizás todo esto en algún momento cultivó un miedo o rechazo por salir.

Forma parte de mí todo esto, y me ha enseñado a abrazar la soledad; la ausencia de salud te hace comprender muchas cuestiones que vas asimilando en el transcurso de la vida. Ayuda a ser conscientes sobre el dolor de los demás.

Estos tiempos de pandemia, he podido comprender que más que el dolor que puede tener la gente por perder la salud, es la vida en sí, porque la mayor parte del tiempo estamos rotos, descosidos, maltrechos, y nadie se da cuenta de ello, no lo logramos externar, no por completo.

A veces ante esta realidad que nos abruma, lo único que buscamos es una especie de consuelo o señal que nos motive a seguir, y el amor siempre va a ser un buen ejemplo de ello.

Nada nos cuestan esos “pequeños” actos de bondad que para alguien podrían ser esa luz, esperanza, esa fe; que les cause una sincera sonrisa, o simplemente, les acompañe en su lucha por salir adelante.

A veces nos ensimismamos tanto en lo que sentimos, que perdemos de vista dónde está la salida.

En múltiples ocasiones haría bien que nos prescribieran, algo más que medicamentos; sería correcto que nos indicaran en una receta –como mínimo- salir y degustar –sin exceso- aire fresco, o recibir el respiro que nos puede dar la visita de una persona que amamos con el alma.

Recuerdo a tantas personas que han partido – término común que utilizamos por miedo a la palabra “morir” y sus conjugaciones-, a aquellos que no pudieron librar sus malestares o que la vida les fue arrebatada de un solo tajo; recuerdo sus rostros y voces que van componiendo en mi memoria, historias que vivimos, relatos que siguen siendo parte importante de mí.

No valoramos nuestra salud por una reacción humana, que se ha vuelto cotidiana: Nadie administra en abundancia, sólo en tiempos de crisis.

Ahí es donde se forma el anhelo de buscar lo perdido. Hasta entonces –mientras la salud nos acompaña-, nos atragantamos de vida pensando que “de algo nos tendremos que morir”, y aunque esto sea cierto, también lo es el hecho de que lo que cuidamos –como la salud-, en la mayoría de los casos, tiende a durarnos más.

Los humanos somos seres muy frágiles, en realidad -algunos menos que otros, pero lo somos-, y esta pandemia nos obligó a cuidarnos, algo que no hacíamos ni haríamos si no hubieran tocado -desde hace dos años- las campanas de lo que parecía el fin del mundo. Pero no se cerró el telón, la obra continúa y mientras sea así, nos toca permanecer de pie en la lucha por vivir, y que esa vida que vivamos, sea digna de ser vivida.

Datos del autor:

Licenciado en Derecho por la Universidad Veracruzana

Consultor Político y de Comunicación/ Municipalista/ Humanista/ Escritor y poeta/ diletante de la fotografía.

Xalapa, Veracruz; México / Twitter e Instagram: @JAFETcs / Facebook: Jafet Cortés