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La pospandemia y la búsqueda de una nueva normalidad

La pandemia actualizó al extremo la profilaxis de la muerte. | Teresa Incháustegui Romero

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Escrito en OPINIÓN el

Cuando se comienzan a despejar las nubes y vapores del gran confinamiento y el cierre de la economía global que trajo el covid-19 al mundo en 2020 se habla del retorno a la normalidad y lo que dejará la pandemia. Aunque cabe esperar todavía sorpresas de un virus tan contagioso como desconocido que a seis o siete meses de su aparición (entre octubre a diciembre de 2019) no ha terminado de sorprender a los científicos que lo estudian, los mas humildes de los cuales confiesan que aún no saben mucho sobre el mismo. Pero, los gobiernos mueven de nuevo los engranes para reiniciar su economía, poniendo al descubierto como señala Rita Segato, que la ignición de la máquina como el apagón vienen de lo político, del Estado.

Los gobernantes y las élites saben que el oxígeno financiero de las economías se agota y ante el escenario de que un impasse mas prolongado desate un colapso incontrolable de las economías y movilizaciones sociales o que experimentos comunitarios innovadores y exitosos muestren que no hace falta el dinero para intercambiar, producir y satisfacer las necesidades esenciales, se aprestan a regresar a la normalidad.

El arranque será probatorio y cauteloso, tentando el terreno hasta encontrar un cierto equilibro entre funcionamiento económico y riesgo sanitario. Se calculan ya los rebrotes del virus. Pero, lo que es ya evidente, es que estos saltos de animal al hombre en la flora micro orgánica muestran la ruptura de la seguridad humana asentada en la supuesta supremacía o triunfo de la civilización y la ciencia sobre la naturaleza, por lo que el escenario de estas invasiones viene a ser como el cerco de los bárbaros sobre las fronteras de Roma. Han venido para quedarse.

Seguramente el entorno global de las economías permitirá a las grandes empresas ir desplazando los encadenamientos productivos, como señala D. Harvey[1], para abreviar o diversificar las cadenas de suministro, mientras se mueven hacia formas menos intensivas en trabajo y a una mayor interveción de la inteligencia artificial (robots). A medio y largo plazo esto significará reducir empleo, impactando tanto la demanda final, como la del consumo productivo.

La OIT en sus previsiones considera indispensable introducir los protocolos de la sana distancia en los centros de trabajo, adecuando instalaciones, procesos y estándares laborales. La instalación del teletrabajo, las reuniones a través de plataformas virtuales; la intensificación del trabajo flexible y un gran incremento de la externalización de procesos a través del freelance. Sumariamente la recuperación del empleo será lenta y parcial.

La afectación que las medidas de sana distancia impondrá en las actividades de tiempo libre, teatro, cine, espacios deportivos, bares, restaurantes, reducirán el número de personas que podrán hacer uso de estas actividades, elevando costos y precios de los mismos, pero también reduciendo la cantidad de personas que pueden emplearse en los mismos. Lo mismo puede decirse del sector turístico y de los viajes que serán muy restrictivos y caros. Mujeres y jóvenes que han encontrado un nicho flexible para generar ingresos en estos trabajos, verán reducidas sus oportunidades.

Con ese panorama caben muchas preguntas acerca de cuál será la normalidad a la que retornaremos. La duda es si realmente volveremos a ella.  Parece claro que no vamos a volver a esa idea de “un mundo abierto” que colocó en el imaginario el neoliberalismo de la globalización, un mundo a la mano de quienes querían comprar y vender; de los que podían viajar y consumir; de los que necesitaban migrar para encontrar satisfactores y seguridad de vida. Es dudoso igualmente que volvamos a vivirnos y pensarnos individual y socialmente en ese horizonte temporal terso y continuo, como en una línea recta tendida e infinita, que caracterizó la experiencia del tiempo en Occidente moderno.

El mundo de las generaciones posmileniales que veían sólo al futuro. El mundo donde las personas y las empresas calculaban sus gastos, vacaciones, proyectos e inversiones a mediano y largo plazos con ese céteris páribus (las demás cosas iguales) con la que habían funcionado los negocios y las personas desde la posguerra.

Rita Segato[2] nos recuerda que el virus trajo a Lo real (citando a Lacan) a lo cotidiano recordándonos que somos parte de la naturaleza, develando la ilusoria idea que reinábamos sobre ella. Razgando de tajo ese posicionamiento inagural e imaginario de la modernidad a cargo de Galileo, Descartes y Bacon, donde el humano es el sujeto y la naturaleza el objeto. La pandemia mostró que somos sujeto y objetos de nuestra propia racionalidad explotadora.

Y que, aunque haya diferencias y desigualdad en la forma en que los individuos ricos y pobres, quedamos expuestos al riesgo, ontológicamente no podemos sustraernos a ello, que nadie queda a salvo; a menos de que el proyecto de poblar la Luna se concrete en los próximos años. En este plano afirma que además de exhibir los resultados del extractivismo colonialista, el virus pone límites a la omnipotencia racionalista de la civilización capitalista. Evidencia el límite de la naturaleza como res-extensa, como cosificación infinita. El salto de un virus del animal al humano dice debe leerse como recolocación de ser humano en la posición de ser parte del mundo natural con sus azares, que por centurías creímos dominada.

En la percepción humana, algo muy fuerte habrá cambiado. El espacio será otro, más restringido, mas cerrado y el tiempo puede llegar a representársenos como un presente discontinuo, accidentado. Al no haber cura probada ni vacuna disponible contra este virus, las medidas de restricción y control poblacional se mantendrán en períodos, rangos o zonas, al menos hasta que la cura aparezca. Las prevenciones sanitarias estarán todo el tiempo pesando sobre la circulación de personas y las mercancías. Quiénes nos hemos librado de contagiarnos en el confinamiento, tendremos siempre la incertidumbre de hacerlo cuando se abran de nuevo las actividades, vivir en la conciencia de la muerte próxima, inminente, puede ser que nos permita situarnos en el aquí y ahora.

La gran estratagema del Occidente moderno ha sido desplazar la muerte del horizonte próximo de las personas a través de los incrementos sensibles de Esperanza de vida, que incluso hasta hace poco se calculaban llegaría a 150 años de vida en el siglo XXI, gracias a la medicina genético-biológica. Occidente excluyó de la mirada la presencia de la muerte como señala Philippe Aries (La Muerte en Occidente) con toda la parafernalia de los servicios hospitalarios-funerarios que se apropian del cuerpo de los enfermos y los sustraen a sus familiares hasta la cremación, etc. La pandemia actualizó al extremo la profilaxis de la muerte. En el desfile silente y escamoteado de más de medio millón de cadáveres enzipados en bolsas de plástico y cremados en serie en todo el mundo, se ha atropellado hasta el derecho a la experiencia del dolor de los deudos.

La parte de quienes hemos podido pasar el encierro viviendo la pandemia desde las pantallas, de la Tv o la computadora, sin la urgencia del ingreso día a día, no pudimos conectar del todo a esa atmósfera emocional de dolor, soledad y muerte que rodea a los centros hospitalarios. Hemos visto pasar la muerte, como los hebreos vieron al Ángel exterminador, parados ante umbral de las casas y con la túnica ceñida. El confinamiento nos aisló, en un doble sentido. Por un lado, nos obligó a recluirnos con los que compartíamos la vida, en realidad la vivienda y a volcar la atención entera en un solo espacio: trabajo de cuidado, quehaceres domésticos, educación, teletrabajo, todo quedó unido en tiempo y lugar en una cotidianidad de claustro. Por el otro lado, nos aisló emocionalmente de la experiencia del otro, al blindarnos con el miedo al contagio; nos volvió espectadores frente al drama de la enfermedad, la necesidad y la muerte. Los medios nos aleccionaron sobre los que retaron la muerte, los que cayeron en las calles y salieron envueltos en bolsas. Nos mostraron la necesidad y el dolor, sólo para refrendarnos el privilegio de habernos quedado en casa. ¡¡¡Venid benditos de mi Padre!!!

Mas allá de este regocijo de clase media, la pandemia estrelló contra sus rocas la ilusión de igualdad que aún quedaba. Dejó claro que no todos estamos igualmente expuestos al riesgo y no sólo por la posibilidad o no de guardar la cuarentena, sino por los recursos y la disponibilidad de infraestructura sanitaria u hospitalaria. Si en un inicio el virus atacó a las élites, en su fase explosiva en la Fase III es sin duda una pandemia de los pobres, de quienes no pudieron quedarse en casa obligados por sus centros de trabajo a laborar, o por su precaria condición económica. Mujeres y hombres con empleos informales que por millones siguieron saliendo y laborando en las calles o en sus centros de trabajo sin ninguna protección.

En México mostró que hay un inframundo en el subdesarrollo. Que no sólo el estrato donde uno nació sino el lugar donde vive, lo expone a uno de modo radicalmente diferente. Vivir en la periferia de las grandes ciudades, ser migrante en la frontera sur o la frontera norte, en las comunidades indígenas o en barrios precarizados, es tener un horizonte distinto frente al riesgo del contagio. Ese es el reconocimiento que comanda los cierres de los pueblos, el veto de las comunidades a que su único y precario hospital quede subsumido en el flujo indeterminado del autoritarismo sanitarista que rota enfermos de covid-19 según las camas disponibles. Para estos mexicanos el estado sanitarista de hoy está muy cerca del estado simulador de ayer y antier, que alquiló mastógrafos, tomógrafos, camas y quirófanos para las inauguraciones y dejó cascarones en lugar de hospitales.

En juego está pues el significado de la pandemia y los discursos de lo que será el retorno a la normalidad. Los medios evangelizadores afirman que la pandemia no educó, nos enseñó a valorar las cosas sencillas que nos pasaban desapercibidas y que regresaremos a la normalidad con los valores humanos fortalecidos. Aquí de nuevo caben muchas preguntas.

¿Nos dejará la pandemia algún sedimento de conciencia respecto a los límites del sistema económico, de las formas de vida cotidiana centradas en el afuera o, respecto a los patrones de consumo depredador y desbordado, de nuestro habitar en las cosas y los objetos, en el tener en lugar del ser?

¿Las revelaciones de lo invisible, invisibilizado lo desapercibido, lo inapreciado que nos hicieron conscientes del valor del trabajo del cuidado en los hogares, la importancia de los trabajadores de limpia de las ciudades, los productores y trabajadores del campo, los transportistas, los comerciantes de alimentos en puestos y esquinas de los barrios etc., que  son esenciales para nuestra vida, nos hará solidarios de nuestras empleadas domésticas,  debiendo por tanto ser mejor apreciadas en sus salarios, en sus derechos, en el trato?

¿Pervivirá más allá del encierro y transformará nuestra convivencia ciudadana con esos sectores golpeados, con esos trabajadores generalmente migrantes o marginalizados que reciben el peor trato social?

Sin duda, si la experiencia y las revelaciones que nos provocará la pandemia como especie humana y habitantes del mundo nos llevarán a realizar cambios y la profundidad de estos dependerá de los alcances de la interpretación y los significantes que predominen, así como de los proyectos alternativas que construyamos porque ya está claro, que el sitio a la civilización está ya colocado.

El juego político ahora, como señala Segato, será la pugna de las hermenéuticas y las elecciones políticas ante el evento. El abanico de posiciones se abre entre el juego de personajes como Trump en campaña, presentando el virus chino; el Virus de Troya desde el Asía totalitaria contra Occidente democrático y su cabeza americana; Bolsonaro y las élites derechistas latinomamericanas en la idea de combatir el virus con los recursos inmunológicos naturales del cuerpo para que sobrevivan los mas aptos, como vehículo para justificar una limpeza étnica y social que les permita la apropación de los recursos de los pueblos originarios de la amazonia y la reducción de la población en pobreza.

Está la nueva derecha y la alterright europeas que pugnan para la vuelta del estado nacionalista supremacista blanco y neofascista que ubica la logística ante el virus en la línea del “combate al enemigo”, “la unión de todos para detener la amenaza” mirando de soslayo a todos los “extranjeros” particularmente asiáticos y africanos considerados indeseables. Y está también la izquierda altermundista que desde hace décadas está llamando a abandonar las formas predominates de vida, producción y consumo, ante el cambio climático y que analiza ahora mismo el sentido de la pandemia y los derroteros de la pospandemia para la movilización alternativa.

Cabe también aquí insertar la línea discursiva del Aquí no pasá nada, de quienes buscan seguir montando las cortinas de humo en el escenario, mientras cambian el mobiliario, los actores y el telón de la trama; el papel de los actuales organismos internacionales y los gobiernos que son justamente lo que hablan del retorno a la normalidad, poniendo bajo el égida de los grandes consorcios farmacéuticos -que son a veces los mismos que manejan las explotaciones agroalimentarias como Bayer, responables de la depredación de la naturaleza- y ponen en manos de los consorcios financieros y sus técnicos, la interpretación de la pandemia y las soluciones para enfrentar el virus. Son los que plantean las socializacion de costos de la recuperación combinada con costos para la población e incentivos a las empresas, esa vieja receta de cargar con los negativos a toda la población, mientras se quedan con las ganancias.

En la izquierda altermundista el debate se cifra en la conciencia de que sólo desde una “disponibilidad distinta para la vida y para lo inevitable de la muerte” (Rita Segado dixit) puede construirse un proyecto histórico que reconstruya y construya vínculos entre las humanas y humanos y entre éstos y la naturaleza, versus el proyecto de relanzamiento neoliberal extractivista con un estado a modo (Keynesiano para los ricos y controlador de la población pobre) con el proyecto histórico de las cosas, continuando la cosificación de la naturaleza y de las personas.

En este “proyecto histórico de los vínculos” se ubica el ecofeminismo y el alter feminismo “con su meta idiosincrática de felicidad y realización”, recuperando la politicidad de lo doméstico y la comunalidad de la reproducción humana. Para este proyecto el mundo de las pospandemia será sin duda un gran laboratorio para desarrollar nuevas formas de producir y gestionar los recursos y la riqueza natural y la recreada. Nuevas formas de vivir y convivir, de consumir, de intercambiar y habitar el planeta. En este hay que sumarnos.


[1] D. Harvey “Polítiica anticapitalista en tiempos del coronavirus. En Sopa de Wuan. Disponible en:   ttps://www.elextremosur.com/nota/23685-sopa-de-wuhan-el-libro-completo-y-gratis-para-leer-sobre-el-coronavirus/

[2] Rita Segato: Todos somos mortales. El Lobo suelto. Disponible en: http://lobosuelto.com/todos-somos-mortales-segato/