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¿Juntos por la paz? (2ª parte)

Mientras el prejuicio y el credo impulsen la hechura de políticas, cualquier programa estará condenado al fracaso. | Edgar Guerra*

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Escrito en OPINIÓN el

En la entrega anterior mostré cómo las artes y las actividades culturales han sido pensadas como instrumentos útiles en la construcción de paz. En contextos de conflicto y posconflicto como Bosnia-Herzegovina, Ruanda o Colombia, gobierno o sociedad civil han lanzado programas en donde las artes y la preservación y rescate de la cultura proyectan distintos fines: tanto construir o reconstruir el tejido social, como contribuir a la edificación de una memoria colectiva o constituir resiliencia social. En muchos de esos contextos, los efectos han sido positivos y, hoy en día, la literatura especializada documenta resultados e impactos nada despreciables, tanto en el nivel emocional y psicológico, como en lo social.

Recientemente el gobierno de Andrés Manuel López Obrador presentó el programa Juntos por la Paz. Se trata de una colosal estrategia de prevención, tratamiento y rehabilitación, encaminada a disminuir el uso de sustancias ilícitas (drogas) y atender el consumo problemático (adicciones). Cabe decir que en México no tenemos un problema grave de consumo de drogas ya que solo el 6.2% de la población adolescente reconoce haber utilizado drogas, al menos una vez en el último año.[1] Sin embargo, en la concepción del presidente, la estrategia debe focalizar sus esfuerzos en los jóvenes, porque para él, representan una población en situación de riesgo.

Por tanto, el programa estratégico Juntos por la Paz tiene como objetivo erradicar el consumo de drogas dentro de este sector, pues, de acuerdo con el anuncio oficial, ello disminuiría la delincuencia y la violencia. Para ello, aprovecharían varios programas de gobierno encabezados por organismos como el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE), la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (CONADE) y la Secretaría de Cultura, entre otros.

Es precisamente a través del programa Cultura Comunitaria de la Secretaría de Cultura que el gobierno de AMLO pretende dirigirse al sector de los jóvenes a través del uso de las artes y la cultura. Un programa que, por cierto, da continuidad a Cultura para la Armonía, una iniciativa de gobierno, bastante similar, lanzada durante la administración de Enrique Peña Nieto. Simplificando el argumento, se trata de impartir clases de arte para impedir el consumo de drogas.

En el núcleo de la estrategia Juntos por la Paz se encuentra la idea de establecer “clubes por la paz”, que no son sino espacios institucionales y comunitarios situados en las plazas públicas de varios municipios de México, en los que se pondrá a disposición de los jóvenes actividades territoriales, orquestas, talleres de teatro y de ajedrez, entre otras. Es aquí donde ambos programas, se acoplan, pues Cultura Comunitaria parte, precisamente, de esa visión territorial sobre la construcción de paz, a través de “semilleros creativos”.

A decir de la presidencia, la estrategia busca, mediante la reapropiación de espacios públicos, recuperar la sensibilidad social y generar un cambio cultural que permita a los jóvenes aprender a escuchar, dialogar y cuidarse. Esto en parte, a través de la enseñanza de las artes y rescate de patrimonio cultural y con el fin de generar conciencia acerca del problema de las drogas y disminuir la delincuencia.

Sin embargo, a pesar de que, en apariencia, existe una feliz coincidencia entre los objetivos y estrategias de ambos programas (el arte y la cultura para alejar a los jóvenes de las drogas y reducir la violencia), lo cierto es que los fundamentos normativos que pretende el programa Cultura Comunitaria se contraponen con los fundamentos normativos del programa Juntos por la Paz. Se trata, en última instancia, de dos modelos de política pública anclados en valores contrapuestos. Por un lado, el programa de AMLO Juntos por la Paz, apuesta por la abstinencia, como virtud que los jóvenes deben abrazar para lograr su plenitud y felicidad. Por otro lado, el programa Cultura Comunitaria apuesta por cultivar la tolerancia ante la diversidad, así como incentivar la participación ciudadana como mecanismo para reactivar lógicas comunitarias y de desarrollo personal.

Por si fuera poco, si bien ambos programas coinciden en su preocupación acerca del recrudecimiento de la violencia en México, ambos divergen en cuanto a su concepción sobre las causas del problema y las formas y mecanismos en que ocurre. Cabe decir, además, que no existen documentos de investigación que respalden su diagnóstico del problema, ni el diseño de políticas encaminadas a resolverlo.

Más aún: el discurso en que se enmarca la estrategia Juntos por la Paz se elabora sobre concepciones erróneas acerca de los jóvenes. La infraestructura discursiva de este programa consiste en estrategias retóricas que vinculan juventud, infelicidad, drogas, delincuencia y violencia. De tal suerte, en el imaginario de este discurso se construye un sujeto (el joven) que es potencialmente adicto, por lo que es necesario fortalecerle emocional, psicológica y socialmente. Por otro lado, las causas del consumo se elaboran desde una perspectiva sumamente ideologizada, pues el consumo de drogas se entiende como un problema de identidad, de infelicidad, de soledad y falta de oportunidades.

Por su parte, el programa Cultura Comunitaria apuesta a estrategias que fomenten la transformación del espacio social, el desarrollo cultural comunitario y el fortalecimiento de las capacidades locales. Se trata de un plan de activación de la participación ciudadana en los niveles local y regional. A través de estrategias de mediación con contenidos lúdicos, se busca promover en los jóvenes y población en general el ejercicio y aprecio por los derechos humanos y culturales.

Desde el punto de vista del programa Cultura Comunitaria se pretende detonar procesos creativos, de producción y preservación de la cultura, el arte y el patrimonio y reconocer, preservar y rescatar las tradiciones artísticas y culturales. El fin es no solo contribuir a la formación artística, sino también, generar prácticas y relaciones solidarias entre los ciudadanos y relaciones sociales armónicas.

Cabe decir que, en abono a los potenciales efectos del programa Cultura Comunitaria, resulta sumamente interesante el interés en involucrar a la sociedad civil en los procesos de gestión cultural comunitaria y de cultura de paz. A largo plazo, estas dinámicas de organización social detonan mayores efectos y rendimientos sociales. Varios estudios muestran que estas estrategias generan la politización de la población, instituyen habilidades sociales y cívicas, fortalecen la capacidad de incidencia y de conversación pública, entre otros.

Sin embargo, un asunto es construir tolerancia, habilidades sociopolíticas y aprecio por las artes, y otra muy distinta, alentar a la población joven a abrazar la abstinencia.

En resumen, Juntos por la Paz aparece como un programa que da un respiro a la política punitiva y militarizada que fundamenta la actual estrategia de seguridad. Sin embargo, en el fondo se estructura desde una visión que criminaliza a los jóvenes. Una visión cargada de moralina sobre el sentido de la existencia humana y sobre la experiencia en la juventud.

Por si fuera poco, como muchos programas de este gobierno, Juntos por la Paz se lanzó sin contar con estudios previos, sin mecanismos de evaluación, sin conocer las necesidades reales de los jóvenes. Por tanto, acoplar el proyecto Juntos por la Paz con la estrategia Cultura Comunitaria, no solo augura magros resultados, sino esfuerzos inútiles y conflictos institucionales.

Soy un entusiasta del potencial social, más allá de su función estética y contemplativa, del arte y las actividades culturales. Los rendimientos sociales del arte y la cultura –por ejemplo, los procesos de politización, de generación de identidad, de sociabilidad, etcétera- no pueden ser menospreciados. Sin embargo, mientras el prejuicio y el credo impulsen la hechura de políticas, cualquier programa estará condenado al fracaso.

[1] De acuerdo con la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016-2017, del total de la población adolescente (12-17 años) a) 6.4% ha consumido cualquier droga alguna vez; b) el 3.1% lo ha hecho en el último año (437 mil) y c) el 1.2% en el último mes. Por su parte, los datos sobre drogas ilegales muestran que a) del total de la población adolescente (12-17 años), a) 6.2% ha consumido drogas ilegales alguna vez, b) 2.9% en el último año y c) 1.2% lo ha hecho en el último mes. En general, se trata de cifras relativamente bajas, si bien han ido en aumento.

*Edgar Guerra

Es Doctor en Sociología por la Universidad de Bielefeld, Alemania (Suma Cum Laude) y Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora (Mención Honorífica). Estudió sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Campus Azcapotzalco (Diploma a la Investigación). Está adscrito como Profesor-Investigador al Programa de Política de Drogas del CIDE en su sede Región Centro.