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Femineidades. Ese oscuro objeto en litigio

¿Cómo enfrentamos la tan afortunada y tan temida diferencia? | María Teresa Priego

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Escrito en OPINIÓN el

Una niña pequeña mira a su madre, (o a su figura materna). Caminan juntas. Es muy probable que la madre sepa hacia dónde se dirigen. La niña – en principio - se deja llevar. Ya pasó mucho tiempo desde ese proceso al que el psicoanalista Jacques Lacan llamó: “El estadio del espejo”, cuando la niña y el niño aprenden a diferenciarse del cuerpo materno, ante la superficie de un espejo. “Tú”. “Yo”. “Yo”. “Tú”. Pasar de la fusión de los orígenes, a la separación indispensable. Pero los procesos que se abren para la una y el otro suelen ser muy distintos. A cada quien el suyo, en términos generales: esa niña que toma la mano de su madre vivirá con ella un largo camino inscrito en la identificación. Consciente e inconsciente. Anhelada y rechazada. Singularizarse, elegirse a una misma, implica separarse. La separación es una de las vivencias más dolorosas de la condición humana.

Identidad

   De niñas y adolescentes nos reunimos en corrillos, nos contamos secretos, jugamos, pensamos y soñamos juntas. La amiga preferida de “sangre y muerte” - como pacto gitano - es un clásico en la vida de las mujeres. Somos amigas porque “nos identificamos”, porque “nos parecemos”, porque “pensamos igual”, porque “compartimos esperanzas y proyectos”, porque conversamos de esos cuerpos nuestros que son “tan semejantes”. ¿Qué significa “identificarnos”? ¿Qué tan “igual” pensamos realmente? ¿Qué tan “semejantes” son nuestros cuerpos? Hay algo de esa demanda de amor inscrita en la relación madre-hija que se reproduce en la amistad entre mujeres. Hay algo en esa demanda femenina que tiene mucho que ver con la especularidad y con el anhelo de fusión.

El amor por los libros

   La fusión es la condición privilegiada de la con-fusión. ¿Quién eres tú y quién soy yo? ¿Qué es tuyo y qué es mío? ¿Qué sucede si esta vez no estoy de acuerdo, si pienso distinto a ti? Si la mismeidad se impone como la condición del amor entre mujeres, la diferencia sólo puede vivirse como traición. En la cultura mexicana, esa mismeidad femenina ha sido sostenida y reforzada por siglos de “destino” femenino determinado de antemano. Aunque los hijos varones fueran llamados a retomar el oficio del padre (por condiciones de clase, tradición familiar, o ambas), existía/existe un margen más amplio de elección. “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”, la pregunta dirigida al varón. “Vas a ser una muy buena esposa y madre”, la afirmación dirigida a las niñas. Una ya “sabía” quién era y quién iba a ser. Las virtudes reconocidas como femeninas se asociaban/se asocian con la renuncia: La abnegación, la modestia, el desprendimiento, el sacrificio. Ese “ser para los otros”, que Simone de Beauvoir se empecinó en nombrar y señalar.

Sororidad

   Desde esa: “Lógica de las idénticas”, como escribió la filósofa feminista Celia Amorós, inscrita en la negación de la individualidad y de la vastedad de los anhelos, las niñas escuchábamos/escuchan muchas veces, cada día, que su valor consiste en “ser elegidas” por un hombre. Convertirse en “la más mirada de la fiesta”. Es en esa oscura rivalidad por convertirnos en “objeto de amor” donde nos enseñan a diferenciarnos, para al final de cuentas: cumplir el imaginario “destino” indiferenciado. La “femineidad”  concebida en su manera más tradicional, transformada en objeto de litigio. Todas/os los seres humanos deseamos ser objeto de amor, sin duda. Hay muchas maneras de lograrlo que no implican, ni la rivalidad, ni la renuncia. Podemos desearlas, imaginarlas, trabajarlas, construirlas.

La importancia de las olas

   ¿Qué hacemos con esa cantidad de necesidades contradictorias? La mismeidad exige el no reconocimiento de las diferencias. ¿Cómo llegamos a los espacios de trabajo y/o de activismo? Marcadas por un lado por el pacto de los orígenes y por el otro por la indiferenciación que nos impone la cultura y al mismo tiempo: deseosas de ganarnos un espacio. Quizá es hacia adentro de los feminismos donde nombrar la rivalidad nos resulta más doloroso. “¿Rivalizar yo con ella? ¡Jamás! Somos compañeras”. Y sin embargo. El anhelo de sororidad existe, pero no necesariamente fluye sin corrientes subterráneas. No a todas se nos da bien lo mismo. Se dice fácil. Si nos costaba un enorme esfuerzo decirle a la amiga amadísima de adolescencia: “Soy distinta a ti”. Si temblábamos de miedo ante la pérdida cuando ella nos decía: “Lo siento, no coincido, quiero otra cosa”. Si nos sentíamos tan abandonadas cada vez que la madre o la figura materna miraba hacia otro lado, (¡Y qué bueno que también miraba hacia otro lado!), ¿Cómo enfrentamos la tan afortunada y tan temida diferencia?

Rivalidad

   Si escribo: romper la especularidad, me asusto yo misma. “Romper” es brusco. Intempestivo. ¿Quién de nosotras no ha vivido esas rupturas? Esa pérdida de la amiga, de la compañera entrañable, tan entrañable, que no nos dejábamos crecer la una a la otra por la dificultad de entender nuestras singularidades. Esa ruptura provocada con frecuencia por la rivalidad que se niega. ¿Qué es tuyo? ¿Qué es mío? ¿Qué es nuestro? Suponemos (y por momentos estamos convencidas), de que si somos distintas entre nosotras y lo conversamos en toda su profundidad, caeríamos en un hoyo negro y cada una se quedaría sola. ¡Sola! Traicionada y/o traidora.

El Día Internacional de las Mujeres

   Enfrentar la rivalidad que puede despertar el analizar y disolver “la lógica de las idénticas”, es un reto mayor. ¿Junto a la rivalidad aceptamos la envidia? ¿Y nuestra misoginia inconsciente? Sería bueno hacerlo. ¿Quién está dispuesta a mirar hacia adentro y aceptar un sentimiento tan doloroso? ¿Las mujeres podemos ser destructivas unas con otras? ¿Acaso no sería darle la razón a la misoginia histórica? Al célebre: “Mujeres juntas, ni difuntas.” También puede ser el comienzo necesario para construir-nos. Para aceptar la infinidad de femineidades que existen. Para que “La Femineidad”, (una sola y con mayúsculas), deje de ser el objeto (claustrofóbico), en litigio. Juntas. Con mucho menos con-fusiones. Más seguras. Más firmes. Más libres.

Los mecanismos de la perversión

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