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Estado de negación

Hemos ido transitando por un largo proceso de asimilación que, de cierta manera ha sido como un duelo. | María Elena Estavillo

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Escrito en OPINIÓN el

No es raro escuchar que el proceso de cambio en el que está inmerso el mundo, exigirá tener nuevas habilidades, y que algunas de las más deseables son la flexibilidad, la adaptación y, sobre todo, la capacidad para aprender y desaprender. Todas estas capacidades se relacionan con el vertiginoso avance tecnológico y los cambios profundos que trae en nuestras vidas y en las relaciones humanas.

Hay procesos de cambio evidentes y predecibles. Hay otros que nos toman por sorpresa. La pandemia ha sido un cisne negro, en los términos de Nassim Nicholas Taleb. Es decir, un fenómeno atípico y, por lo tanto, difícilmente previsible, con un impacto extenso y profundo en nuestras vidas.

Colectivamente hemos ido transitando por un largo proceso de asimilación que, de cierta manera ha sido como un duelo. Me refiero al duelo en un sentido amplio, como el proceso de adaptación emocional que sigue a cualquier pérdida, que puede ser la de un ser querido, pero también la de una relación, una posesión material, un empleo.

En este caso, hemos perdido la vida como la conocíamos. Esa realidad ya no está allí y no veremos algo parecido durante muchos meses más. En algún momento, con la llegada de las esperadas vacunas quizá retomemos rutinas conocidas, pero habrá cambios permanentes, algunos que ya se anuncian y otros que no alcanzamos a apreciar todavía.

Las psicólogas[1] describen el duelo dividiéndolo en cinco fases principales: negación, ira, negociación, dolor y aceptación.  La primera etapa, que es el estado de negación, se refiere a esa reacción inicial donde como mecanismo de defensa, se rechaza la existencia de los elementos de la realidad que nos resultan dolorosos.

Esta primera reacción parece inescapable. En relación con la pandemia, hay que reconocer que, además, en un inicio la resistencia a reconocer sus profundos impactos no sólo se debió a una defensa emocional, sino al poco conocimiento que teníamos sobre este virus, la velocidad con la que se extendería, el alcance de los estragos y su permanencia en el tiempo.

En el primer encuentro con el virus, con una perspectiva optimista de que sería pasajero, parecía razonable tomarse unas vacaciones colectivas en casa de dos, tres o cuatro semanas. Y así se hizo en escuelas, oficinas de gobierno y una variedad de organizaciones.

No es que no tuviéramos señales de la llegada de un fenómeno de grandes proporciones, pero la resistencia a modificar narrativas, planes y proyectos de todo tipo, favoreció una perspectiva alegre y en cierta medida mágica, de que el infortunio nos dejaría intocadas.

Esta resistencia confirma la necesidad de desarrollar habilidades fundamentales para el mundo que nos está tocando vivir, como la adaptabilidad y la acción bajo incertidumbre, para reaccionar oportunamente y combatir los sesgos cognitivos que nos impiden enfrentar situaciones que retan nuestros conocimientos y entendimiento del mundo.

Con el transcurso del tiempo, la realidad se nos vino encima. Tenemos ahora dos cosas claras: 1) no regresaremos pronto a algo que podamos llamar normalidad; 2) cuando llegue, la normalidad será otra.

Se nos ha hecho tarde para aceptar estas dos verdades. Nuestra sociedad se encuentra en una prolongada etapa de negación donde el proceso de aprendizaje está siendo preocupantemente lento. Seguimos instaladas en la visión de una emergencia de corto plazo que dejaremos atrás en cualquier momento, cuando toda la evidencia apunta a un fenómeno de difícil pronóstico que está generando transformaciones irreversibles.

Ahora que se ha popularizado el concepto de la “nueva normalidad”, el estado de negación y los sesgos cognitivos que nos llevan a ver lo que queremos ver, han puesto el acento en “normalidad” más que en “nueva”. Pero tenemos noticias: la nueva normalidad es la incertidumbre.

Me ha sorprendido ver, en las últimas semanas, que algunas familias están considerando que sus hijas hagan una pausa en sus estudios porque consideran que la escuela en casa no vale la pena. Numerosas oficinas públicas han parado actividades, ampliado plazos o suspendido procedimientos. Otras están regresando a sus trámites presenciales, bajo una apariencia de cambio que generalmente se limita al uso de cubrebocas. Muchas patronas han retomado sus dinámicas laborales sin cambiar modelos de negocio, procesos, espacios ni organización. Otras hacen teletrabajo sin asumir la administración por resultados, sin fortalecer su infraestructura ni trabajar en ciberseguridad.

En todos estos casos vemos una escasa capacidad para adaptarse a las nuevas circunstancias, con la consecuente resistencia a hacer adaptaciones permanentes; si acaso, algunas cosméticas o parciales.

Tenemos que dejar de ver la crisis de salud y la económica como una pausa para regresar exactamente al punto donde nos encontrábamos, para retomar lo que siempre hemos hecho, de la misma forma, en los mismos lugares, con el mismo objetivo. Este enfoque simplemente retrasará la toma de decisiones para enfrentar el proceso de transformación de largo plazo que requiere reenfocar nuestras estrategias.

Además, algunos especialistas advierten que es posible esperar con mayor frecuencia la aparición de enfermedades desconocidas, por lo que se abre la posibilidad de que a lo largo de nuestra vida debamos enfrentar otras circunstancias similares.

La realidad de que este virus estará presente en nuestras vidas durante una larga temporada, que puede mutar, regresar periódicamente, o que otras nuevas enfermedades pueden surgir en cualquier momento, nos lleva a incorporar grados importantes de incertidumbre en nuestra planeación, a imaginar estructuras y organizaciones flexibles, cursos de acción modificables, tener siempre el plan B, el C y el D.

Frente a los cisnes negros en el horizonte, una buena estrategia es esperar lo mejor y prepararse para lo peor. Abandonar el estado de negación y asimilar la incertidumbre.

El mundo seguirá cambiando inexorablemente y de forma acelerada. Las personas, familias, comunidades, empresas y gobiernos que lo entiendan son las que podrán superar mejor esta crisis y salir fortalecidas para el futuro.


[1] En esta columna se usa el “femenino neutral” para sensibilizar sobre la importancia del lenguaje incluyente, cuando se trata del plural con la presencia de al menos una mujer o del singular donde la sujeta está indeterminada.