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Encontrar las palabras para decirlo

El silencio y sus transmisiones

Por
Escrito en OPINIÓN el

“Encontrar las palabras para decirlo”. La psicoanalista Françoise Dolto nació en París en 1908. Fue una de las más brillantes psicoanalistas infantiles: “Una activista de los derechos de los niños”. Trabajó en hospitales, en consulta privada, escribió libros que son verdaderos clásicos en el acercamiento a la cura de los conflictos emocionales de la infancia. Sostuvo por años un programa de radio, en el que a partir de un lenguaje cotidiano y coloquial, respondía a las preguntas de madres y padres ansiosos con respecto a la educación de sus hijos. El niño que no quiere comer, que deja de jugar, que se niega a ir a la escuela.

Un ser extraordinario que “tradujo” los conceptos más complejos del psicoanálisis para explicarlos de esa manera en la que cualquier tarde, cualquier persona pudiera comprender. ¿Cuál es el proceso más adecuado para que una bebé comience a alimentarse con biberón y vaya dejando (paulatinamente) el seno materno? ¿Cómo y cuándo comenzar el aprendizaje del control de esfínteres? ¿En qué momento un pequeñito comienza a reconocerse como “otro” diferenciado de su madre cuando se mira ante el espejo? ¿Por qué cada una de estas etapas es fundamental en la formación de un bebé? ¿Qué tiene que ver el control de esfínteres con la autonomía y por qué no debe ser una demanda precoz, ni impositiva? “Hay que escuchar a los niños”, era uno de las frases constantes de Dolto. Escucharlos y respetarlos. Mostrarles que tienen derecho a sus emociones y a las palabras.

“Las/os niñas/os tienen derecho a conocer su historia, narrada de una manera en la que puedan entenderla”. “No les mintamos a las/los niñas/os”. Dolto afirmó (como los analistas suelen hacerlo) que los “silencios” familiares, todo aquello que está “prohibido” decir, termina transmitiéndose a las generaciones siguientes de manera inconsciente. Miradas. Frases cortadas. Actos. Suspiros. Una elección y no otra. Dolores acallados que surgen hacia la superficie de los discursos y las conductas familiares. Los niños saben que hay un secreto. Saben que hay temas en las familias que se convierten en un tabú. Intuyen la naturaleza de esos secretos y cargan con dolores que, conversados, explicados, acotados a la realidad, no tendrían por qué sostenerse como daño silenciado de generación en generación. La negación crea fantasmas. Miedos hacia “ese algo” que se supone que es muy grave, puesto que no puede ni siquiera ser mencionado. 

En los primeros años de su infancia, Françoise fue cuidada por su nana irlandesa con la que mantuvo una relación muy intensa. Cuando la nana fue despedida, la niña cayó en cama con una enfermedad que se diagnosticó como muy grave. Quizá allí comenzó su aprendizaje. En algún momento tuvo la capacidad de nombrar el vínculo entre su pérdida emocional y cómo esa pérdida terminó “hablándose” en el cuerpo. Las anécdotas de sus primeros años en los hospitales son encantadoras. Françoise le hablaba a los bebés (en una época en la que a casi nadie se le hubiera ocurrido hacerlo en un hospital), convencida de que en esas palabras amorosas estaba una parte importante de su curación. Los tomaba en sus brazos y les explicaba lo que sabía de sus brevísimas vidas. Sus compañeras/os se reían, hasta que vieron los resultados “milagrosos”. Un bebé que había renunciado a comer, comía de nuevo. “Los bebés humanos son seres de palabras”.

Llegar a la escuela de medicina no le fue fácil, su madre se oponía a que su hija recibiera una educación formal. Françoise insistió y estudió enfermería. Cuando uno de sus hermanos decidió estudiar medicina, ella fue a la universidad y se inscribió también, en medio, por supuesto, de todo un torbellino familiar dado que un titulo universitario – esa era la convicción de su madre – no podía convertirse sino en un impedimento para un matrimonio “digno y burgués”. Sus padres creyeron encontrar una solución en un matrimonio “arreglado”, noviazgo que Françoise desesperada terminó rompiendo. ¿Qué deseaba, esa hija? Poder elegir. Suena tan simple y parecía imposible de lograr hacia adentro de una familia conservadora a principios del siglo XX. La depresión, producto de la ruptura de la promesa de matrimonio y el rechazo de sus padres, la condujo a un psicoanálisis.

De niña había perdido a su hermana, la hija preferida de su madre. Había sentido también que en algún lugar, su madre le reprochaba que la niña muerta fuera su hermana y no ella. El duelo mal llevado de la madre se convirtió en un lastre de culpa para la hija. Françoise tenía tanto que trabajar en un diván. Su honda vocación estaba en marcha. Se inscribió en la Sociedad Psicoanalítica de París. Trabajó en principio como pediatra. Se casó con Boris Dolto (de quien tomó el apellido) y tuvieron tres hijos. Comenzó a ofrecer seminarios de psicoanálisis infantil, tan indispensables en la formación de los pediatras. Tuvo una relación muy cercana con Jacques Lacan, que se rompió más tarde por diferencias teóricas. Murió en 1988 dejando un legado de lectura indispensable. 

“Todo grupo humano toma su riqueza de la comunicación, el apoyo mutuo y la solidaridad que apunta hacia un bien común: la plenitud de cada uno en el respeto a las diferencias”, escribió Dolto y se refería, antes que nada, al núcleo familiar. “Se necesita de una gran madurez para ser padres, porque implica estar conscientes de que no es una situación de poder, sino de deber y que no tenemos ningún derecho a esperar nada a cambio”. Cada hija/o es, debiera ser libre de expresarse, de elegir. No estar obligado a repetir historias que no le corresponden, a satisfacer deseos que no son suyos. A vivir la vida de los otros al costo de alejarse de sí mismo. La libertad y las palabras. Los límites indispensables y las palabras que liberan a las/os hijas/os de convertirse en el síntoma de los padres. Buena parte de la obra de Dolto está trducida al castellano. Para quienes se interesen, les auguro el mejor de lo viajes. 

@Marteresapriego