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Empantanados por el intelectualismo reverencial

En los medios tradicionales y en las redes sociales proliferan opiniones hechas al vapor, sin conocimiento de causa. | Leonardo Martínez

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Escrito en OPINIÓN el

Las mismas palabras y los mismos conceptos tienen diferentes significados en distintos idiomas. A veces las diferencias son grandes y a veces se trata de matices en la interpretación, pero siempre traen una carga histórica y un cierto arraigo cultural que incide en la forma en la que las o los interpretamos.

Quiero referirme hoy a la figura del intelectual. Tengo la impresión de que, en algunas sociedades como la francesa, la italiana, la alemana y las anglosajonas, es una figura más bien respetada porque el término se le suele aplicar a personas que trabajan seriamente sobre las ideas, que crean conocimiento y que se les reconoce un intelecto que utilizan seria y proactivamente en el debate público y la discusión académica. Hasta mi entender, no es común que el término se use peyorativamente o para denostar el papel que juegan en la esfera pública, a pesar de que eventualmente tomen posiciones extremas en el espectro ideológico.

Ah, pero en América Latina, y particularmente en este país, la cosa cambia. Aquí el término suele venir acompañado de una carga de desprecio, se le ve con suspicacia y cuando se le acompaña con un complemento como orgánico, bueno, el concepto cae al mismo nivel de mantenido o chayotero.

La verdad es que la mala percepción que se tiene del intelectual en México no es gratuita. En otras épocas la sumisión de muchos de ellos al poder fue muy evidente. Ahora, la proliferación de opinólogos con delirios de omnisciencia que pululan en universidades y medios de comunicación, ha dañado la imagen de las personas que se toman seriamente el oficio de pensar, reflexionar y discutir civilizadamente las ideas. Además, la alta velocidad con la que se vive actualmente implica, entre otras tantas cosas, que el público exija comentarios y opiniones inmediatas, a veces en tiempo real y de todo tipo de acontecimientos, demanda que sólo puede satisfacerse con comentarios al vuelo y opiniones superficiales.

El resultado es que en los medios tradicionales y en las redes sociales proliferan opiniones hechas al vapor, sin conocimiento de causa, muchas veces tocando temas de fondo que no son sencillos de abordar, pero que la gente consume frenéticamente sobre todo cuando vienen de alguien que se ha ganado el mote de líder de opinión, no a base de estudio, reflexión y trabajo, sino a base de carisma, chistoretes y simpatía.

Pero el problema que quiero comentar tiene que ver con algunas de las condiciones que definen la situación actual. Estamos pasando por una etapa en la que la polarización de la sociedad, orquestada y dirigida cotidianamente por López Obrador, ha crispado el ambiente y ha radicalizado las opiniones a favor y en contra de su liturgia. Si esto en principio no ayuda en nada para encontrar un diálogo constructivo, el problema se agrava cuando se ha ido formando un frente de batalla, radical e intolerante, constituido básicamente por académicos y comunicólogos de ambos sexos. Estos son los intelectuales orgánicos del momento, en el sentido mexicano del término.

Algunos han tomado por asalto los canales de la televisión estatal, otras rescataron sus programas de radio, otros han permeado la prensa, hay quienes han conseguido que los inviten a formar parte de mesas de opinión en la televisión privada y, una verdadera legión, se mueve como cardúmenes en las redes sociales. Si bien en general y salvo contadas excepciones no destacan por tener una buena capacidad analítica, lo que los define, sin lugar a dudas, es una actitud lastimosamente reverencial ante su líder y guía.

Es penoso ver cómo reaccionan automáticamente con vituperios, amenazas y diatribas ante cualquier comentario que cuestione lo dicho por el mesías. La falta de conocimientos de fondo y de argumentos bien fundamentados, aderezados por una visión lineal y maniquea de todas las cosas, los mantiene en un nivel superficial de agresiones rápidas y burdas descalificaciones. La arena pública para el debate de las ideas y la búsqueda de soluciones a los grandes problemas del país se ha convertido en un pantano en el que se hunden los mejor intencionados.

Visto con perspectiva histórica resulta claro que esto ha pasado en muchos lugares, en tiempos distintos, y que lo único bueno es que el intelectualismo reverencial va generando mecanismos de autocorrección alimentados por la decepción y el desencanto de la misma sociedad que lo ha incubado. Esos son los mecanismos que transmiten la energía cinética al péndulo de los cambios y las refundaciones sociales. Lo que lamento de verdad es que la velocidad con la que esos mecanismos se mueven no es tan rápida como muchos quisiéramos.