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El feminicidio de Mariana Joselin Baltierra Valenzuela

“En vano dibujas corazones en la ventana: el caudillo del silencio abajo, en el patio del castillo, alista soldados”. Paul Celan

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Escrito en OPINIÓN el

 

Mariana tenía 18 años. Salió por la mañana para hacer unas compras. Cualquier cosa puede suceder, cualquier cosa, hasta la más terrible.

Mariana pensó, (¿quién podría suponer algo distinto?) Que tenía derecho a su vida, a la cotidianidad. Ir a la tienda por un litro de leche, por un pan; atravesar el umbral, cerrar un poco los ojos ante el sol intenso de esa mañana. Ese, “ahora vuelvo”, que se da por hecho. Esa frase confiada.

Una lee la noticia y piensa: “Otra adolescente asesinada”. Sí, una asesinada más. Pero es ella, esta vez; es una niña, adolescente, una mujer concreta cada vez. Con su nombre, con su vida. Rebotamos contra las paredes. Desesperadas/os. ¿Por qué nadie detiene la maquinaria de la destrucción? Durante 24 horas estuvo desaparecida. Y nos decimos lo mismo ante las imágenes que circulan todos los días a través de la Alerta Amber, los boletines de urgencia: la van a encontrar. Va a regresar a su casa.

El domingo, se emitió la alerta por dos adolescentes desaparecidas en la Colonia Obrera. "Las van a encontrar. Van a regresar a su casa". ¿Cómo se construye la maquinaria de la destrucción? Ese inmenso entramado de indiferencias, descuidos, irresponsabilidades, omisiones que llevan a la impunidad.

Por una nota en el periódico El País nos enteramos que el asesino de Mariana tenía ya una denuncia (hecha por su hermana), por haber intentado asesinar a su madre. El violador y asesino de la pequeña Valeria Gutiérrez Ortiz de 11 años (el conductor de la pesera que tomó la niña), tenía cuatro denuncias anteriores por agresiones a mujeres. Nos enteramos cuando se le investigó, después del asesinato de Valeria. Las denuncias no le impidieron seguir libre, ni asumir la responsabilidad de conducir un camión.

¿Qué sucede con las denuncias? Si realmente el asesino de Mariana había violentado a su madre y las autoridades fueron informadas, ¿qué vino después? ¿A nadie le pareció relevante un intento de matricidio? ¿No es punible? ¿A nadie se le ocurrió que era indispensable detenerlo? ¿Nadie pensó que esa furia misógina estaba allí, lista para desatarse de nuevo a la primera oportunidad, o contra la madre misma o contra otra persona de su mismo sexo? ¿No hay nadie allí para entender lo evidente: el criminal impune sigue su camino hasta que el crimen por odio se realiza? Las veces que se lo permitan. ¿Qué es lo que suponen? ¿Que la agresión a la madre fue un “pleitecito” familiar y “la ropa sucia se lava en casa”? ¿Así de “rebeldes” son ahora los muchachos? ¿Un psicópata se va a “curar” en el camino, no es indispensable intervenir, porque cualquier tarde mirando hacia el horizonte, o la luz de un arbotante, le va a llegar una epifanía?

El propietario de la carnicería lo contrató, y le ofreció una habitación en su local. No sabemos si antes, lo conocía. Mariana, esa mañana pasó por allí. Las cámaras de la tienda en donde hizo sus compras la grabaron al entrar y al salir. Estaba viva, Mariana. Entre las nueve y las diez de la mañana caminaba con su bolsa del mandado. Parece que hay otras cámaras en la zona, pero estaban averiadas. Tan cerca de su seguridad, de su hogar.

Anden, “autoridades”, salgan a decir las infamias de siempre: “era de noche”, “la minifalda”, “¿Qué hacía sola a esas horas?” “¿Por qué le dio permiso, señora?” Esas infamias, siempre inaceptables, que se les revientan en la cara. Valeria “es culpable” de haber tomado un pesero. Mariana “es culpable” por haber salido a la calle. Ambas, como todas las niñas adolescentes y mujeres asesinadas cada día en México, “son culpables”, por ser, justo lo que son: niñas, adolescentes y mujeres.

El ayudante carnicero la encerró en la carnicería. La violó y le abrió el vientre. El hombre que intentó, según la declaración de su hermana, asesinar a su madre, a Mariana le abrió justo el vientre.

Una vez más, el crimen que podría haberse evitado. Una vez más, una adolescente asesinada tras violación y torturas. Una vez más un sádico libre por las calles esperando su momento. Una vez más una muchacha que no regresa. Una vida arrebatada. Una familia que sale desesperada a las calles a buscarla. Una vez más el criminal pudo hacerlo. Y los vecinos se reúnen y acompañan a los dolientes. Se suman a las exigencias de seguridad y justicia. ¿Cómo podría existir la seguridad, donde no existe la justicia?

“En vano dibujas corazones en la ventana”. Vuelvo a ese poema. En vano, Mariana, soñabas con el futuro. En vano, dabas por hecho que tenías una vida por vivir. La escritura del poeta Paul Celan. La escritura del horror, ese horror que irrumpe a cualquier hora de la noche y del día. Porque se le permite. El Mal. Y sí, eso existe. El odio a la vida, existe. El odio a los otros, existe. El odio a las mujeres. Esa ciega omnipotencia desde la cual un ser humano dispone de la vida de otro. El feminicidio es nuestra realidad cotidiana. Nuestra tragedia negada.

Este país al cual la corrupción, la ineficiencia, el caos, el “salvo mi puestito o mi puestote a como sea”, convierten en el espacio inhabitable. El país de Mariana. El de Valeria. El nuestro. El de la negación. El de la desmentida cotidiana: “No es tan grave”. “No exageren”. El de la impotencia. Este país en el que un intento de matricidio no significa nada. Hasta que el asesino abre el vientre de una adolescente y la deja desangrarse. Tirada en el piso de una carnicería. Se llamaba Mariana Joselín Baltierra Valenzuela y fue asesinada entre las nueve y las diez de la mañana de un día soleado. A unos pasos de su casa. Fue asesinada porque era mujer. Quizá, en este feminicidio específico: porque en su vientre estaba la posibilidad de maternar. Se llamaba Mariana Joselín Baltierra Valenzuela, y fue violada y brutalmente asesinada en el municipio de Ecatepec.

@Marteresapriego