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Egoísmo ¿una mala palabra?

Un gobierno inteligente aprovecharía el sentido de autocuidado personal para construir narrativas de protección general y colectiva. | José Roldán Xopa

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Escrito en OPINIÓN el

Al menos en el discurso público reciente, las referencias al egoísmo han sido acompañadas de una carga negativa: el egoísmo no solamente es indeseable, es, además, algo que los adversarios son; lo contrario es la generosidad. 

Así, se escucharon afirmaciones del tipo siguiente: los egoístas son quienes reclaman –para protegerse egoístamente– a los demás que se pongan el cubrebocas; o bien, los egoístas son los habitantes de la colonia del Valle, los clasemedieros.

El egoísmo se entiende pues como una caracterización del comportamiento de los seres humanos valorable negativamente, de inmediato en el discurso político al distinguir entre buenos y malos.

Según el Diccionario de la Real Academia, el egoísmo significa un “inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás”.

Por supuesto, bien aplicada la caracterización, tendría que encontrarse en quienes se aplica tal inmoderación y exceso.

Sin embargo, más allá del uso cotidiano o político del egoísmo, y de que su empleo pueda ser panfletario, el egoísmo tiene una explicación biológica

Richard Dawkins, profesor de etología en la Universidad de Oxford, publicó en 1976 “The selfish gene” (Oxford), cuya traducción al castellano “El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta”, publicado por Salvat, tiene ya 20 ediciones. Este libro va más allá de las aproximaciones superficiales al egoísmo, reta las apreciaciones ingenuas al respecto y nos pone ante una afirmación fuerte: ”Sin egoísmo la humanidad podría no existir”.

El egoísmo, en la investigación de Dawkins, está, en principio, la auto preservación de las personas. Por lo general, los seres humanos nos auto cuidamos, evitamos dañarnos, buscamos prolongar nuestra existencia. El egoísmo ha desempeñado su función en la evolución de la especie.  

Qué es el gen egoísta, se pregunta Dawkins, No es –dice– sólo una simple porción física de ADN:

“Al igual que el caldo primario, es todas las réplicas de una porción particular de ADN, distribuidas en todo el mundo. Si nos permitimos la licencia de hablar de los genes como si tuviesen propósitos conscientes, asegurándonos siempre de que será factible traducir nuestro impreciso lenguaje a términos respetables si así lo deseamos, podemos formular la pregunta: ¿qué está tratando de hacer un gen egoísta? Está tratando de hacerse más numeroso en el acervo genético. Lo logra, básicamente ayudando a programar los cuerpos en que se encuentra para sobrevivir y reproducirse.” 

Pero, y esto hace más interesante el libro de Dawkins, la supervivencia también explica el altruismo y la cooperación entre los seres humanos. El egoísmo no es ajeno a que cooperemos con otros.

La serie coreana de moda en streaming “El juego de calamar” podría ser vista en clave dawkiniana: los seres humanos tienen en el horizonte, si deciden en conjunto estar en el juego, un premio ligado a la supervivencia. Es un juego ante situaciones límite, en la que el premio invoca al egoísmo y la supervivencia lo hace tanto al egoísmo como a la cooperación. Entre ellas hay también límites difusos: hay cooperación cuya causa es el egoísmo.

Regresando a Dawkins, la bondad, el altruismo, la generosidad también están presentes en el comportamiento humano, pero no necesariamente equivale a que ese comportamiento sea premiado. Para ilustrar lo anterior recurre al siguiente ejemplo:

“En la jerga del beisbol se dice que “los buenos chicos acaban los últimos”- El biólogo Garret Hardin utilizó esta expresión modificada, para resumir el mensaje de lo que él denominó ”sociobiología” o “condición del gen egoísta”. Resulta fácil ver que cuadra perfectamente. Si traducimos esta frase coloquial al lenguaje darwiniano, el buen chico es un individuo que ayuda a los de su misma especie, a sus propias expensas, para que sus genes pasen a la siguiente generación. Los buenos chicos, por consiguiente, parecen destinados a disminuir en número: la bondad muere de muerte darwiniana” 

El juego del calamar es la cruda escenificación de la supervivencia, como nos lo podría parecer la darwiniana preservación de las especies, donde hay egoísmo, traición, generosidad y muerte de chic@s buenos y malos. Pero hay otra narrativa detrás: el juego es a su vez el espectáculo para satisfacer los deseos de los poderosos y los intentos de la autoridad por impedirlo; los primeros, esos sí de exceso e inmoderación salvajes, los otros, de asomos de civilidad.

Así pues, el entendimiento del egoísmo va más allá de la facilona calificación de quienes usan o piden usar cubrebocas para protegerse a sí mismos, o bien, a los habitantes de una colonia clasemediera de la Ciudad de México, sólo por el hecho de vivir ahí.

Del egoísmo surge el autocuidado y también la cooperación para mejorar el cuidado. Del egoísmo, por supuesto, también surge el exceso y el abuso e instrumentación de los demás, sea en el terreno de los actos cotidianos, de los negocios o de la política. 

Pero precisamente porque del egoísmo se genera el cuidado y la cooperación, así como el abuso, se requiere valorarlo y, en su caso, reconducirlo o limitarlo.

Un gobierno inteligente aprovecharía el sentido de autocuidado personal no para reprimirlo sino para construir narrativas de protección general y colectiva. Es función del Estado ponderar y construir los intereses generales. 

Esta narrativa y liderazgo estuvo y sigue estando ausente. El uso del cubrebocas, por ejemplo, tuvo en el portavoz de salud, mensajes vacilantes, contradictorios. La posición del gobierno en este renglón fue también parte del problema. Desplazar ahora el problema a quienes “desde su egoísmo” llamaban a usar el cubrebocas resulta una afirmación que se da desde la ligereza cuyo efecto es eludir responsabilidades.