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Educación y covid: el valor de lo comunitario

La escuela no es un lugar, sino una comunidad de aprendizaje. Es bueno, quizás, recordarlo ahora. | Norma Loeza

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Escrito en OPINIÓN el

Quizá parezca lugar común y trillado decir que estamos tratando de entender la peor crisis de nuestra era y que para afrontarla carecemos de referentes positivos. Sin embargo, es preciso recordarlo constantemente cuando de análisis se trata. No es fácil asumir que frente a lo que vivimos no hay personas expertas, no hay procedimientos, no hay teoría probada para transitar un trayecto poblado de sorpresa, incredulidad e incertidumbre. 

La pandemia por la covid-19, ha puesto en claro lo que las abuelas en su inmensa sabiduría ya nos advertían: el hombre pone, Dios dispone, llega el diablo y todo lo descompone. En educación como en muchos otros temas, estábamos lidiando en contra del rezago, las barreras de acceso, la mejora de la calidad, la formación docente –todos ellos rubros con enormes problemas por resolver– cuando hubo la necesidad de hacer lo impensable: cerrar las escuelas para frenar los contagios e intentar implementar de un día para otro, una estrategia que permitiera continuar el proceso educativo a distancia. 

Ni qué decir que eso –simple de contar, complejo de asumir e instrumentar– es ahora un serio problema que además mantiene en crisis no sólo al personal docente y a las y los estudiantes. La situación también puso en apuros a las familias, las comunidades, los centros de trabajo. El que las escuelas estén cerradas evidenció otras desigualdades profundas relacionadas con las problemáticas domésticas, como la triple jornada de las mujeres, la violencia, la desigualdad en el acceso a mecanismos digitales y electrónicos, la imposibilidad de cuidadores/as de supervisar y acompañar las tareas educativas de niñas, niños y jóvenes, entre otras.

¿Cómo podría un abuelo o abuela ayudar a quienes están a su cuidado a prender la computadora –si la tienen– y seguir las clases en línea? ¿Cómo podría un hogar sin recursos digitales integrarse a la educación a distancia?

La pandemia vino a enseñarnos algo que ya sabíamos, pero que no se colocaba en el centro del debate acerca de la desigualdad: la brecha digital existe. Y con ella, el desigual acceso a mejores opciones y condiciones para el desarrollo. Si bien ya había décadas de trabajo tanto en México como en el mundo, para construir nuevas tecnologías aplicadas a la educación, no había habido la necesidad de aplicarlas en forma masiva y como única opción para la enseñanza.

Y cómo a problemas complejos, soluciones concretas, quizás el tema no es digitalizar a todo el país de un día para otro. Ni qué decir que, además, es una meta imposible de alcanzar, partiendo de considerar el país que somos y los recursos con que contamos.

Pienso ahora que esta empresa titánica de llevar la educación a todos los niños y las niñas, en los tres niveles de educación básica, y de jóvenes para la media y superior, tendría que resolverse de otras maneras. 

Ello implica pensar que la escuela no es un lugar físico, en sentido estricto, sino una comunidad de aprendizaje. Si, es lo primero que nos enseñan a las maestras y maestros en las clases de didáctica, pero estamos lejos de reconocer ese principio en medio de la institucionalidad y la burocracia.

Una comunidad de aprendizaje es capaz de construir sus propios procesos para lograr avanzar con los objetivos educativos, no sólo en términos de conocimientos, sino también en herramientas para la vida. 

En esa comunidad intervienen padres y madres de familia, estudiantes, personal docente, autoridades, familias. Las discusiones acerca de cómo no se consideró el tema de los cuidados –que recaen principalmente en las mujeres– y de la carga que implica aumentar horas y responsabilidades a las agotadas madres de familia, pasa necesariamente por rescatar el valor de lo comunitario.

La responsabilidad compartida, las tareas repartidas, los recursos disponibles y la asesoría profesional, son ahora los nuevos elementos a considerar en el proceso educativo a gran escala. Construir ambientes para el aprendizaje requerirá que las comunidades educativas colaboren de manera conjunta con objetivos compartidos, algo que hay que admitirlo, no estaban acostumbradas a hacer.

Es aquí donde es bueno recuperar qué es lo que hace funcionar a miles de escuelas multigrado repartidas por todo lo largo y ancho del país, marginadas, excluidas con mínimos recursos y con todo en contra. Al final, es el aprecio y valor que representa la escuela para pequeñas comunidades, lo que hace que funcionen, se mantengan, se cuiden y en ocasiones hasta prosperen.

Apreciar el valor que tiene la educación de manera colectiva, sin duda permitirá que más allá de las carencias, se vislumbre la necesidad de abordarlo en conjunto. En donde la triple jornada de las mujeres no se amplíe, en donde las y los profesores no se sientan rezagados por las nuevas tecnologías, en donde las y los niños no se sientan obligados a evaluarse, sino curiosos por aprender de nuevas formas.

Ello no quita el hecho de que para muchas personas, la educación no llegará de modo universal, agravando las de por sí ya difíciles condiciones de niñas y niños excluidos de su derecho a la educación. Pero puede ayudar a paliar los efectos más graves de la falta de acceso a una educación de calidad y avanzar en otra condición básica del enfoque de derechos humanos aplicado a las soluciones de los problemas públicos: la capacidad de participar y proponer para la solución de los retos colectivos. Y eso no es otra cosa que construir en resiliencia, recordando que la escuela no es un lugar, sino una comunidad de aprendizaje. Es bueno, quizás, recordarlo ahora. 

*Norma Loeza

Educadora, socióloga, latinoamericanista y cinéfila. Orgullosamente normalista y egresada de la Facultad de Ciencias Políticas sociales de la UNAM. Obtuvo la Medalla Alfonso Caso al mérito universitario en el 2002. Fue becaria en el Instituto Mora. Ha colaborado en la sociedad civil como investigadora y activista, y en el gobierno de la Ciudad de México en temas de derechos humanos análisis de políticas y presupuestos públicos y no discriminación, actualmente es consultora. Escribe de cine, toma fotos y sigue esperando algo más aterrador que el Exorcista.