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Diario de una señorita decimonónica en cuarentena (2a parte)

Fragmentos imaginarios de un diario íntimo. | María Teresa Priego

Por
Escrito en OPINIÓN el

(Diagnosticada como histérica por el célebre profesor Jean-Martin Charcot, especialista, en el hospital de La Salpêtrière, del tan misterioso padecimiento femenino). 

(Noveletta por entregas)

SEGUNDA PARTE

Querido diario: 

Me despierto en la madrugada con una opresión en el pecho. La reconozco. Me reconoce. Una mano que termina en garras me toma por los cabellos. Es el miedo a la muerte. ¿Habrá alguna manera de decirlo -en esta penumbra, la madrugada, ya casi- sin que suene catastrófico, solemne? Puede suceder cualquier día, morirse. Un hacha invisible cae y corta la vida de tajo. Sucede en segundos. No es que no lo supiera, es sólo que sabiéndolo, no lo sabía. 

En las esquinas los pregoneros cuentan que los bárbaros infectaron los pozos, los lagos, los ríos. Una puede morirse por beber un vaso de agua. Es tan fácil, que sorprende estar viva. Hay segundos en que pareciera inminente. Qué intensa novedad, ser mortal. Es irremediable. Inventemos lo que sea necesario, para desplazar esa certeza. Para que ocupe el espacio interior que le corresponde, sin ocuparnos de la cabeza a los pies.

 

Querido diario:

Esta opresión en el pecho podría ser el anuncio de una enfermedad pulmonar. Seguiría la tos. Las manchas de sangre en el pañuelo. Como en la novela: Marguerite Gautier tose junto a su ramo blanco de camelias. Alexandre Dumas, (hijo), escribió en esas páginas la historia de su amor imposible por la “cortesana” Marie Duplessis. ¿Qué lo hizo imposible, sino una sociedad absurda y su doble moral? A Marie, a los 12 años, la puso en venta su padre. A cambio de garrafas de alcohol. 

¿Qué posibilidades tenía? ¿Morir de tuberculosis después de toda una vida de miseria,  como su madre? Sus protectores le permitieron aprender a leer y a escribir, estudiar música. Conocer lo que en su infancia nunca tuvo: saberse amada.

 

Querido diario:

Anoche, una vez más soñé con Marie Duplessis. La vi rodeada de amigos en sus lujosos salones, cuando recibía a la intelectualidad de París. Una muy inteligente y admirada demi-mondaine. Conoció a Alexandre Dumas (hijo) y se enamoraron. Un año intenso, recíproco. Pero Marie era “indigna” y tuberculosa. Me disgusta esa palabra. “Poitrinaire”, es más noble que “tuberculosa” o “tísica”, y describe con exactitud dónde se ubica el dolor físico y moral que lleva a la muerte: justo en el pecho. La abandonó, el joven escritor, hijo de su tan célebre padre. Marie conoció después a Franz Liszt. Como el personaje que la recrea, Marie Duplessis, murió de tuberculosis.


Querido diario: 

Encuentro copia de la carta que Alexandre escribió a Marie. La carta de ruptura fechada el 30 de agosto de 1885 a la medianoche. 

“Querida Marie, no soy lo bastante rico como para amarla como yo quisiera, ni lo bastante pobre como para ser amado como usted querría. Olvidemos los dos entonces, usted un nombre que debe serle más o menos indiferente, yo un amor que se convierte para mí en imposible.

Es inútil decirle cuán triste me siento, dado que usted ya sabe cuánto la amo. 

Adiós, entonces.

Tiene usted demasiado corazón como para no comprender la causa de esta carta y demasiado espíritu como para no perdonarme. 

Mil recuerdos.

Alexandre Dumas”.


Querido diario:

A los pocos meses de su muerte, Alexandre escribió “La dama de las camelias”. Me pregunto cómo habría sido la vida de Marie de haber tenido la oportunidad de ser escritora y no la amante del escritor, música y no la amante del músico. En cantidad de ocasiones me encontré con el señor Dumas en restaurantes, teatros y veladas literarias. La última vez, bebía cognac en el Cafè de la Paix, esperaba para asistir a la ópera.

Marguerite Gautier, su personaje de ficción es célebre, le atrajo una gran éxito en el mundo literario. ¿Y Marie, la mujer de la realidad? Tuve tan presente la breve carta de despedida que le envió. Escribí un mensaje en un pedacito de papel, con mi mejor caligrafía: “Mil recuerdos”, Y firmé: Marie Duplessis. Se lo dejé al pasar por su mesa rumbo a la puerta. Tuve el anhelo de que al recordarla, la llevara a la ópera con él. Adentro suyo. Esa noche en la Ópera Garnier la historia de otra “cortesana” inolvidable: Manon Lescaut.