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Cumbre de las Américas

Es claro que no hemos logrado resolver con éxito los problemas del desarrollo de nuestra región. | Marco Adame

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Escrito en OPINIÓN el

Será en junio cuando se lleve a cabo en Los Ángeles, California, la novena Cumbre de las Américas (CA), una iniciativa que busca reunir a personas, instituciones y gobiernos de todo el hemisferio con el fin de promover la democracia y el desarrollo de la región, en especial después de la crisis generalizada que ha ocasionado la pandemia.

La nueva edición de la CA ha estado sometida a diversas presiones derivadas de la guerra en Ucrania, de las elecciones intermedias de los Estados Unidos y de la polémica que han generado los gobiernos populistas del continente, al condicionar su asistencia a la invitación de todos los países, en especial de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Una mirada a las cumbres realizadas durante casi tres décadas, nos deja ver la necesidad e importancia de un mecanismo de concertación regional que permita poner en valor todas las potencialidades de la región y hacer frente a las profundas desigualdades entre América Norte, Centroamérica, el Caribe y el Cono Sur. En todos los casos, se ha evidenciado la limitación y alcance de este tipo de encuentros, así como la rivalidad de otros esfuerzos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que ha buscado la integración del continente desplazando la participación de los Estados Unidos y Canadá.

Como se ha podido ver, ante la magnitud de los retos que enfrenta el continente en materia económica, política y social prevalece la división y la polarización y se debilita la concertación y coordinación de esfuerzos, lo que dificulta la búsqueda de soluciones o hace que los problemas sean absolutamente irresolubles. Por lo pronto, todos los indicadores socio económicos evidencian las presiones a que están sometidos nuestros países, como la creciente inflación o la violencia e inseguridad que produce el crimen organizado; así como las dificultades para satisfacer las ingentes necesidades de los países más pobres, agobiados por una deuda externa impagables y la falta de recursos e inversiones para financiar el crecimiento económico y necesidades básicas de salud, educación y seguridad social.

La emergencia social y las exigencias del desarrollo sostenible ante los grandes desafíos de las Américas, hacen más urgente que nunca la renovación del estado democrático en cada una de las naciones. Con toda razón, la Fundación Democracia y Desarrollo ha concluido que: la respuesta efectiva y perdurable a estos retos ingentes es un nuevo impulso a la gobernabilidad democrática sobre tres grandes pilares: una institucionalidad democrática relegitimada que recupere la confianza de los ciudadanos en la política;  un nuevo contrato social que garantice condiciones de vida básica en salud universal, educación de calidad, empleo decente, vivienda digna y seguridad para todos; una gran reforma fiscal que exprese el compromiso de los que más tienen con los más necesitados y el buen uso de los recursos públicos.

Hasta ahora una buena parte de los esfuerzos realizados en busca de la unidad y la solidaridad de la región, se han basado en incentivos al comercio o han puesto su esperanza en sistemas económicos agotados por sus propias limitaciones o por la voracidad de los más fuertes. Quizá sea hora de cambiar el juego, de replantear a fondo las razones y motivos de una unidad que trascienda a los sistemas económicos imperantes y que, sin ignorar las reglas básicas de la economía, coloque a la persona humana en el centro de las preocupaciones y en el destino de las políticas públicas económicas y de fomento al desarrollo.

Quizá no deba ni pueda esperar más una deliberación a fondo, a propósito de la cuestionada Cumbre de las Américas, por la vida del diálogo franco y la apertura genuina a la solidaridad y el encuentro entre los países, en torno a un desarrollo humano sustentable, centrado en la dignidad humana y soportado en la solidaridad y subsidiaridad necesarias para construir un orden social más justo, más fraterno y más perdurable.

Es cierto que este planteamiento tiene como compañera a la utopía, más ante los resultados obtenidos, es claro que no hemos logrado resolver con éxito los problemas del desarrollo de nuestra región. Pensando en la alternativa, marcada por la injusticia, la falta de oportunidades, el recrudecimiento de la pobreza, la violencia e inseguridad, es necesario hacer un replanteamiento global, con sentido de urgencia y con un nuevo enfoque, humanista, integral y solidario en favor de un desarrollo inclusivo y resistente a las amenazas a nuestra casa común.