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Contra la política de la soledad

Seguir en la lógica de la pertenencia a partir de la exclusión y discriminación, nos condena a la soledad. | Fernanda Salazar

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Escrito en OPINIÓN el

Desde hace años, la Organización Mundial de la Salud había advertido que para 2020 la depresión sería la segunda causa de discapacidad en el mundo y la primera para países en vías de desarrollo. Hoy, en medio de una pandemia por el virus de covid-19, especialistas afirman que ésta, la depresión, podría ser la próxima pandemia. Sabemos, por encuestas realizadas para Colaboratoria, que en México 19% de la población dice sentirse inquieta, 17% angustiada, 8.6% enojada, alrededor del 4% preocupada y 4% deprimida. Esto suma más del 50% de la población. 

Una de las causas relacionadas con estos estados anímicos es la sensación y experiencia de soledad que, además de las fuertes consecuencias personales tiene, también, consecuencias políticas que no estamos viendo ni anticipando. 

La soledad es “el estado de angustia o incomodidad que resulta cuando uno percibe una brecha entre los deseos de conexión social y las experiencias reales de este tipo. Incluso algunas personas que están rodeadas por otros durante todo el día experimentan una soledad profunda y generalizada”. Es decir, no se trata de una idea estigmatizante sobre quienes deciden, desde su libertad, no tener pareja, vivir solos o solas, no tener familia, etc., sino del impacto que tiene la percepción de no cubrir las necesidades afectivas y de vínculo con otras personas. 

Si la soledad ha sido analizada como una de las causas por las que la mayoría de la población mexicana está viviendo estados de ánimo adversos que pueden impactar en las relaciones personales, en el trabajo y en su posicionamiento en el debate público, entonces esto no es, ni puede ser considerado como un tema personal ni privado, sino como un asunto político en tanto afecta el sentido de pertenencia a una comunidad, la disposición a ver y actuar por otros y las ideas de soluciones para la situación personal y colectiva.

En el podcast de Talking Politics llamado The Politics of Loneliness, la autora Noreena Hertz habla sobre la manera en que la soledad está impactando las decisiones políticas de las personas. Específicamente, sobre la falta de un discurso político progresista capaz de articular soluciones que construyan desde el concepto de comunidad para llenar los espacios que las derechas ultraconservadoras han ido aprovechando a partir de la necesidad de pertenencia de los individuos, que perciben su exclusión de proyectos políticos que se autodenominan incluyentes y, por tanto, van en busca de otras posibilidades que conectan con sus más profundas necesidades. Múltiples análisis fueron hechos tras el triunfo de Donald Trump y del Brexit en 2016 y parece que poco hemos aprendido y puesto en marcha para enfrentar esos retos con éxito. 

Entender esto a la luz del contexto mexicano es fundamental. En días recientes, hemos visto debates sobre el papel de la oposición con sus manifestaciones en el centro de la Ciudad de México y también sobre el papel del gobierno durante esta pandemia. La realidad es que la disputa está en aquello que nos es común, construido, en buena medida, a partir de la exclusión del otro. Es cierto que en ello hay debate muy basado en clasismo, racismo y elitismo. No obstante, lo que quienes se autodenominan progresistas no están entendiendo es que la soledad y la necesidad de pertenencia atraviesan a todas las clases sociales, el género, la raza, la nacionalidad, etc. Más aún, el actuar político no necesariamente (y me atrevería a decir que excepcionalmente) está determinado por una única identidad, sea esta la de clase, raza, género, religión, etc., sino por la combinación de estas y, de manera fundamental, por las emociones.

Si hay un sector amplio de la población que se siente en soledad, desesperación y con pocas alternativas porque el Estado está ausente y sus necesidades de conexión insatisfechas, basta que alguien se acerque a presentarle alternativas: entre ellas, pueden estar las más conservadoras e intransigentes; aquellas que rechazan la diversidad, que quieren el PIN parental, que quieren a las mujeres de vuelta en sus casas y subordinadas a los hombres. 

El problema hoy es que no hay un discurso progresista en México que hable de la política desde una visión incluyente de comunidad y que busque la escucha de diversos puntos de vista y experiencias.

El presidente López Obrador entendió bien el valor de la comunidad y la familia para la sociedad mexicana, aunque sus políticas resulten en muchos sentidos conservadoras. Por otro lado, el concepto de autonomía que está al centro de los derechos humanos  no es comprensible más que para quienes trabajan en ese sector y, a nivel discursivo, parece chocar directamente con la necesidad de conexión que todes estamos viviendo. Darle sentido, entonces, a esos principios éticos, es fundamental para que esta visión del mundo centrada en la dignidad, la diversidad y el bienestar de las personas tenga cabida en el panorama que estamos enfrentando. 

Poner al centro lo que Judith Butler ha denominado como interdependencia es fundamental para escapar a la trampa de la polarización. Seguir en la lógica solo del individuo y el Estado, o de la pertenencia a partir de la exclusión y discriminación, nos aleja peligrosamente de esa posibilidad y nos condena a la soledad.