Main logo
OPINIÓN

¿Cómo se sale de aquí? O, de ¿qué está hecha la violencia crónica que vivimos hoy?

La violencia entre nosotros es estructural, simbólica. Es física, criminal, institucional, económica, política; es en suma crónica. | Teresa Incháustegui

Escrito en OPINIÓN el

Dice Neil Davidson recordando a Marx, en su magnífica obra “Transformar el Mundo”1, que todas las generaciones tienen que inventar palabras para poder nombrar y concebir los cambios que viven, porque no se pueden entender las transformaciones sociales si la conciencia no tiene maneras de decir o nombrar lo hecho, lo sucedido. De otro modo domina la perplejidad, el pasmo o el miedo, que son frutos de la ignorancia o la impotencia. 

Y en México sufrimos y vivimos en ese pathos. Intentando romper el cerco de la ignorancia, o de la falta de conceptos para decir, para nombrar –no como acto de autoridad– sino como recurso de exploración, propongo las siguientes reflexiones. 

En México vivimos una violencia que cubre casi todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Vive, respira y se multiplica en cada molécula del cuerpo social. En los cruces de calles donde los peatones insultan a los automovilistas agreden y amenazan a los peatones y ciclistas. En las escuelas donde las agresiones y peleas se dan entre niños, entre niñas y entre niños contra niñas; entre el personal magisterial y los educandos. Vive en el ámbito doméstico en casi 40% de los hogares. En los caminos, las carreteras, los puertos, en las redes sociales. La violencia entre nosotros es estructural, simbólica. Es física, es criminal, es institucional, económica, política. Es en suma crónica, sistémica y entrópica.  

Hasta hace poco compartíamos la sensación de vivir una realidad desdoblada; una doble realidad. Por un lado, el más inmediato de experimentar la presencia omnímoda de las violencias, entre los horrores de una criminalidad creciente, presente, constante, continua, crecientemente incrustada en las instituciones, que nos muestra a cada paso que todo puede pasar, que no hay certidumbre en la ley y su imperio, que no hay derecho que valga. Una realidad donde no hay más ley que la voluntad, y la gana el más fuerte y armado del poder de la ley o de la ley de la violencia que señorea en el territorio; una realidad donde la vida y la libertad de los que transitamos en esos territorios depende de la suerte de no toparlos en el camino. Que podemos “desaparecer” o ser “levantados” en menos de lo que lo platico, es cosa de todos los días. Que aparezcan cuerpos embolsados, desmembrados de hombres o mujeres, niñas, ancianas, es cosa que ya no sorprende; que se descubran fosas pletóricas de cuerpos apilados y con señas de violencia en zonas rurales o periferias urbanas de más de 10 entidades del país ya no sobrecoge; que se encuentren restos humanos en bolsas de basura o en maletas abandonadas en las calles o estaciones de buses, parece ya tampoco asombrarnos. En esta parte de la realidad hemos rutinizado la violencia.  

El escalofriante saldo de esta parte de nuestra realidad, hasta diciembre de 2020 son:  62 mil 25 muertes violentas de hombres, en su mayor porcentaje entre los 18 y los 40 años y 14 mil 886 mujeres en su mayoría entre 15 y 37, más 85 mil ochocientas personas desaparecidas según cifras oficiales (SEGOB) entre las cuales las mujeres representan 28.4% (21, 518), entre éstas las menores de edad participan con el 55.65% (11 mil 832). 

La otra realidad transcurre en el estrecho margen de nuestras vidas donde la ley y el orden campean, o parecen hacerlo.  En el cada vez más angosto continente de economía limpia y formal, donde el contrato social y la civilidad penden de alfileres. Es el dudoso espacio donde las instituciones parecen funcionar (porque todo mundo sabe la capacidad que tiene el aceite de la corrupción y los cochupos para moverlas) donde gobernantes, medios de comunicación, ciudadanos, hablamos en el lenguaje del ‘como si’. ‘Como si’ los gobiernos fueran limpios y honestos; ‘como si’ los tratos entre consumidores y prestadores de servicios (privados y públicos) fueran claros y equitativos; ‘como si’ la democracia funcionara y todo fuera limpio y transparente, ‘como si’ los políticos fueran responsables, ‘como si’ las instituciones fueran confiables. ‘Como si’ buena parte de la actividad cívica no estuviera alineada con posiciones partidarias y de poder y hablara realmente a nombres de ese tercer estado de los comunes y corrientes vecinos y ciudadanos. ‘Como si’ en los tratos con el poder de los ciudadanos y las empresas, no rigieran el patrimonialismo, el compadrazgo, el favoritismo, el influyentismo, la ventaja. ‘Como si’ no existieran la inseguridad y la incertidumbre como marcas de nuestras vidas en los 360 grados de la existencia. El conocido ‘como sí’ lo patrones pagaran y los empleados trabajaran. 

Esta realidad respira en un margen que cada día parece caerse a pedazos. Más todavía en el clima de fragmentación y rispidez política en el trato de los gobiernos estatales con la federación a partir de la llegada al gobierno de la 4T. Con esa tonalidad estridente de uno y otro lado, en la que se intercambian las denostaciones entre gobiernos de signo político diferente, han volado por los aires la últimas tuercas del entramando federalista que el viejo PRI mantuvo unido a fuer de centralismo autoritario, por poco más de seis décadas y, que el nuevo (decadente) PRI que regresó al poder en 2012 sin aprender las lecciones, pegó superficialmente con mal cemento de la complicidad y la displicencia ante la corrupción rampante de gobernadores y secretarios de gobierno. Y como a “río revuelto ganancia de pescadores”, el distanciamiento o antagonismo político entre gobiernos que debieran actuar unidos y coordinados para combatir la criminalidad, promover bienestar, seguridad etc., ha dilatado casi diría molecularmente el espacio de la ingobernabilidad, ensanchando los territorios donde se multiplica la violencia soberana de las organizaciones criminales que imponen su biopolítica de “hacer morir y dejar vivir” a todos los pobladores.

Pero a pocos días de “las elecciones más grandes de la historia” como las ha calificado ampulosamente el INE haciendo gala de ser una poderosa maquinaria logística, asistimos horrorizados a la caída del telón que desnuda la verdadera y cruda realidad escamoteada por el discurso de la guerra entre buenos contra malos y entre malos y malandros, que se difunde desde 2006. Para el caso no es relevante si los asesinatos que tienen sumido al país en una oleada de violencia política los hizo por su cuenta el narco y sus variantes delictivas, o es un regreso a las viejas formas de los años veinte del siglo pasado. Porque con el artero asesinato hasta el día de hoy de 85 candidatos/a puestos de elección popular, principalmente del ámbito local (presidentes municipales, algunos regidores y síndicos, así como diputados locales) podemos afirmar tres cosas: la primera es que las formas de la violencia crónica y rutinizada que pensábamos actuaban en las fronteras de la oscuridad del mundo criminal, están ahora en la esfera de lo público, de lo político. Lo segundo, –estrechamente ligado a lo anterior– que el poder de estas formas violentas y criminales, han sustituido ya en forma vicaria a la soberanía y voluntad de las y los ciudadanos electores, anticipando en los hechos una pre-elección donde la violencia del poder criminal se abroga el sitio del poder soberano y real: el poder de “hacer morir y dejar vivir” que Foucault identificó como la expresión de la biopolítica o gubernamentalidad del poder absoluto de los siglos XVII y XVIII2. Finalmente, en este acting donde la mano negra del titiritero se presentó ante el público sabemos que ese doblaje de la realidad en que hemos vivido es sólo un montaje mediático y discursivo, una proyección fantasmagórica, cuya verdad son las bodas y enlaces matrimoniales del poder criminal y el poder político en México, como lo dejan ver estos asesinatos arteros que siegan la vida mujeres y hombres en plena campaña, en medio de actos públicos, ante la civitas y la polis reunidas, en municipios de mas de 21 entidades del país.  En este punto donde la brecha entre la realidad desdoblada se ensancha en la cotidianidad de nuestra experiencia de vida, mientras se pone en evidencia la banda que enlaza y muestra los vínculos entre poder criminal, poder, económico y político, dentro y fuera del sistema, cabe preguntarnos: ¿cómo podremos salir de aquí si los llamados a dirigir y convocar a la sociedad en busca de caminos que nos liberen de este fardo, son parte del laberinto en el que estamos perdidos?; ¿qué podríamos o deberíamos hacer para cerrar esta brecha y eliminar el cáncer social, institucional y político que ha convertido nuestra vida individual y colectiva en un contínuum de violencias crónicas, sin aparente salida?

1.  N. Davidson (2012) Transformar el Mundo. Revoluciones burguesas y revolución social. Ediciones de Pasado y Presente. Barcelona

2.  Foucault, M. Clase 1979. Foucault, M. (2007). El Nacimiento de la biopoli´tica. Argentina: Fondo de Cultura Económica.