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Ciudad en rojo

Cada vez es mayor el número de nosocomios saturados por lo que no estamos lejos de que el sistema de salud se empiece a colapsar. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

En múltiples ocasiones el gobierno federal ha presumido el semáforo epidemiológico que se puso en operación el mes de mayo con el propósito de identificar el nivel de riesgo poblacional y de incremento o decremento de la pandemia, y a partir de ello determinar las medidas de protección sanitaria, así como la reapertura o cierre de actividades laborales, educativas, comerciales, deportivas, uso del espacio público etc., e incluso celebró que este modelo ha sido adoptado por otros países. 

Para la estimación de riesgo epidémico se consideran diez indicadores como: las tasas de reproducción, de incidencia de casos activos por cada 100 mil habitantes, la tasa de mortalidad o la ocupación hospitalaria y porcentaje de camas con ventilador. Pero los principales criterios para determinar que una entidad pase a semáforo color rojo, y por tanto que únicamente se permitan las denominadas actividades esenciales, son que la ocupación hospitalaria rebase el 65% o dos semanas de incremento sostenido en el número de contagios.  

De acuerdo a las cifras oficiales -la estimación de cifras reales es mucho mayor- la Ciudad de México atraviesa por una situación alarmante ya que se han presentado más de 264 mil casos confirmados, cerca de 20 mil personas tristemente han perdido la vida, tiene la tasa de mortalidad más alta del país con 143.9 defunciones por cada 100 mil habitantes, y se registra una clara tendencia al alza. 

El Sistema de Información de Red IRAG (infección respiratoria aguda grave) de la Secretaría de Salud arroja que mientras el pasado viernes 11 de diciembre  la ocupación de hospitales covid era de 79.07%, para el 15 de diciembre ya se habían ocupado 83% de camas generales además de 70% de las camas de intubación. Otros datos que también ayudan a dimensionar la gravedad de la situación, es el promedio diario de ingresos hospitalarios que en septiembre fue de 227 y en lo que va del mes de diciembre estamos en 400 con lo que se rebasó el pico máximo de personas hospitalizadas alcanzado el 22 de mayo, y cada vez es mayor el número de nosocomios saturados por lo que no estamos lejos de que el sistema de salud se empiece a colapsar. Cada vez conocemos de más casos en los que después de un largo peregrinar, las y los pacientes graves no encuentran la atención necesaria en el momento oportuno. 

No obstante lo anterior, y después de que durante varias semanas las autoridades de salud federal y Jefa de Gobierno mantuvieron arbitrariamente a la Ciudad de México en color naranja, hace unos días de plano decidieron desaparecer el semáforo epidemiológico con tal de no aceptar que claramente nos encontramos en color rojo, contraviniendo las disposiciones emitidas por ellos mismos, e incluso el doctor López-Gatell de plano calificó como intrascendente el color del semáforo. 

Se entiende que no es una decisión fácil de tomar por las consecuencias económicas que implica regresar al cierre de actividades que seguramente representaría el tiro de gracia para muchos negocios que apenas han logrado sobrevivir si no se les otorgan algunos apoyos, pero seguirse resistiendo a reconocer la realidad para evitar también costos políticos -y que se venga abajo la narrativa gubernamental de  que la pandemia está controlada-, me parece inadmisible cuando existe un impacto directo en la vida y salud de la gente. Cuando menos deberíamos esperar que el uso del cubrebocas sea obligatorio, la prohibición de fiestas, bodas etc., así como el cumplimiento estricto de las restricciones y medidas de cuidado en establecimientos y espacios públicos. 

Hay que decir que hasta ahora la Jefa de Gobierno había actuado con mayor responsabilidad que el gobierno federal -que se limitó a impulsar un plausible programa de reconversión hospitalaria pero que falló en el equipo de protección e insumos médicos- al aplicar pruebas, determinar la atención en colonias prioritarias, el acuerdo para cerrar la Basílica de Guadalupe o poner el ejemplo en el uso de cubrebocas a pesar del empecinamiento presidencial, pero lamentablemente en esta ocasión pudo más la presión política y la incondicionalidad al presidente López Obrador.