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Aporofobia y políticas públicas

La aporofobia es una forma de individualismo y de prejuicio, que se ha hecho cultura y que encuentra en los mismos pobres el colmo de la discriminación hacia ellos mismos | David Martínez Mendizábal

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Escrito en GUANAJUATO el

Magistral es la elaboración de este concepto por parte de su creadora, la filósofa española Adela Cortina.

En su libro del mismo nombre señala que aporofobia es un concepto que emerge de la urgencia de nombrar al “rechazo al pobre, al desamparado, porque esa actividad tiene una fuerza en la vida social que es aún mayor precisamente porque actúa desde el anonimato” (p. 24).

Precisamente porque es desde el anonimato o quizá mejor desde los puntos ciegos de las ideologías, que se debe revisar qué idea de la pobreza y de las y los pobres se encuentra detrás de las críticas de las transferencias monetarias, que deja a este amplio sector de la población carenciada la decisión de destinar los recursos otorgados por las políticas sociales de la 4T a donde consideren más adecuado.

Lejos de asumir una visión romántica de la pobreza, que pudiera sostener una percepción ideal  de la gente pobre, la decisión de otorgar dinero a las personas con discapacidad , a las y los estudiantes, a las pensiones para adultos mayores y en otro esquema al de jóvenes construyendo el futuro, sí contradice una amplia gama de estereotipos condensados en frases como se lo van a gastar en otra cosa, se van a poner borrachos, lo van a malgastar, se van a hacer atenidos, ya no van a trabajar, es malo estirar la mano, es el pueblo bueno aclientado y otras más . Es esclarecedor de este modo de pensar el de una senadora del PAN, que enojada nombraba como racista la política de proporcionar la pensión a la población indígena a los 65 años y no a los 68, como lo es para el resto de la población.

Hay dos intenciones que estos programas intentan concretar: uno, el fortalecimiento de la trayectoria escolar exitosa en uno de sus riesgos más estudiados, el abandono de los estudios por necesidad económica, que no es el único pero sí muy recurrente; y el segundo es que quienes han vivido en una situación en desventaja por los riesgos de trayectoria vital y por condición física, se vean compensados por acciones afirmativas que alivian su situación de precariedad. Ambas estrategias, cuyos logros deben probar con evaluaciones rigurosas, confían en que la población con mayor necesidad económica tiene la inteligencia para aprovecharlos en su bienestar.

La aporofobia es una forma de individualismo y de prejuicio, que se ha hecho cultura y que encuentra en los mismos pobres el colmo de la discriminación hacia ellos mismos. No hay peor cosa escuchar el desprecio de los pobres hacia su misma gente. Quienes hemos trabajado con sectores expulsados de los beneficios del desarrollo, reconocemos la disparidad de intenciones que sobrevuelan barrios, colonias populares y comunidades rurales. De ahí la necesidad de hacer una evaluación de los objetivos propuestos.

No es humano esperar hasta que la economía se recupere, dicho sea de paso factor muy necesario de cara al bienestar social, para consolidar políticas sociales de beneficio a corto plazo. Es justicia, no asistencialismo en su sentido peyorativo. El que la gente tenga más dinero en el bolsillo le ayudará a afrontar los complicados obstáculos de una sociedad altamente mercantilizada. Hay que recordar que cuando el presidente López Obrador creó el programa de pensiones para adultos mayores en el entonces Distrito Federal, las críticas le llovieron como ahora y finalmente todos los gobiernos de la República lo adoptaron como algo bueno y necesario.

Para quienes estén más familiarizados con el enfoque de ingreso ciudadano o de renta básica encontrarán en estos esfuerzos un acercamiento al ideal del universalismo básico, que no es otra cosa sino justicia social elemental.