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AMLO: decir la humilde verdad

Andrés Manuel López Obrador es quizá uno de los políticos en activo más sagaces del país. | Roberto Rock L.

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Escrito en OPINIÓN el

Según se profundiza la crisis que inunda al país, el gobierno de López Obrador ve reducirse sus márgenes de maniobra para al menos paliar el impacto sanitario, económico y financiero que hunde al país hacia profundidades de las que le puede tomar años salir.

El presidente ha optado por enviar a la nación el mensaje de que todo está bajo control; que hay reservas suficientes para enfrentar los problemas. Y que, de cualquier suerte, no existe nada en el horizonte que ponga en riesgo sus proyectos emblemáticos, que sostendrá a base de austeridad en el gobierno, combate a la corrupción y… no mucho más.

Apegado a una receta discursiva que alimentó por décadas con una vena popular reconocida por propios y extraños, López Obrador opta por la fórmula de explicaciones básicas, con frases elementales, convencido de que así se conecta con un sector mayoritario de la población. Y suma a su esquema la descripción de quiénes son los malos en esta narrativa (los conservadores y los corruptos, a la cabeza de todos) y a cuáles otros les corresponde el sitial de transformadores y demócratas.

Sin embargo, la tela para confeccionar esa estrategia se antoja cada vez más escasa. Los resultados que se esperan del gobierno (seguridad, empleo, corruptos en la cárcel) se perciben cada vez más lejanos. El desencanto comienza a exhibir proporciones importantes, mientras el nivel de aprobación presidencial incluye apenas a poco más de cuatro de cada diez personas. En términos de calificaciones, algo más que 4. Reprobado. Por desgaste, por la malhadada crisis que sumó factores hasta crear la tormenta perfecta. Pero, a fin de cuentas, reprobado.

López Obrador es quizá uno de los políticos en activo más sagaces del país. Por décadas, al menos desde los años 90, es un sobreviviente consumado, que siempre supo huir hacia adelante, sea que ello supusiera renuncias, plantones, bloqueos, éxodos por la democracia o cualquier otra figura por la que optara cuando veía su escenario cerrarse.

Este es uno de esos momentos, sin duda alguna. Pero las alternativas ya no se hallan en movilizaciones populares, en demonizar a los adversarios, en invocaciones a la moral juarista ni en otros de los tantos recursos de los que ha echado mano el hombre que hoy despacha en Palacio Nacional.

Una opción cierta frente a la inminencia de los peores momentos de la pandemia, que traerá dolor a miles de hogares más, es mostrar humildad y decir la verdad. Y para ello López Obrador puede encontrar fortaleza en la singular espiritualidad que ha forjado a lo largo de su vida, que mezcla un cristianismo muy cercano a las iglesias protestantes que tanto nutren la vida pública y comunitaria en el sureste mexicano, en particular a Tabasco. Con una dosis del catolicismo imbuido por los jesuitas que en las décadas de los años 80 y 90 lo instruyeron en los valores de la resistencia pacífica y lo ilustraron sobre las teologías cercanas a los pobres.

Un gesto de verdad y humildad podrían llevar al presidente López Obrador a apelar realmente al grueso de la población, no presentándose como un ser iluminado, sino como un líder y, mejor, como un hombre de Estado.

Este camino debería tener como la más alta prioridad aceptar que si bien recibió un sector salud empobrecido por el recorte de presupuestos y sí, sin duda, por la corrupción, su gobierno agudizó el problema con nuevos ajustes en el gasto destinado al área. Y que a ello se sumó un subejercicio producto de la improvisación, la incompetencia y la carga ideológica exhibida por los funcionarios designados tanto en el propio sistema sanitario como en las áreas de control financiero, en particular la Secretaría de Hacienda.

“Nos hemos equivocado, pero vamos a corregir de frente a la tragedia. Ajustaremos decisiones, programas, proyectos a los que se han destinado cantidades colosales de dinero, que hoy no ofrecen ninguna oportunidad de rentabilidad, como la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto de Santa Lucía o el Tren Maya… quizá en el futuro los retomemos, pero hoy quedan a un lado”.

¿Es absurdo imaginar frases así en un mensaje presidencial? ¿Supone una herejía de lesa majestad, un agravio propio de un enemigo incluso plantearlo en espacios periodísticos, públicos?

La verdad y la humildad son cualidades escasas, pero no inexistentes, entre la clase política, en especial frente a peligros que amenazan a una nación entera. Y suelen ser materia prima esencial para que una comunidad sea llamada a movilizarse en torno a una buena causa, siguiendo un liderazgo sólido y eficaz. Pero la oportunidad se nos está agotando.