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A 80 años del PAN

A partir de la derrota en las elecciones presidenciales de 2012, el PAN no ha podido retomar el rumbo. | Agustín Castilla

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Escrito en OPINIÓN el

En una época en que los referentes ideológicos se han vuelto tan difusos y en que la identificación de los ciudadanos con una expresión político-electoral es tan volátil, no son muchos los partidos que pueden presumir una presencia nada desdeñable en el concierto público tras 8 décadas de vida, pues a pesar de las diversas crisis por las que ha atravesado, el Partido Acción Nacional encabeza hoy 11 gubernaturas, 473 municipios y representa la segunda fuerza en el congreso federal. Se pueden decir muchas cosas de Acción Nacional, sin duda hay mucho que cuestionar, pero difícilmente se le pueden regatear sus importantes aportes a la vida nacional como el papel que jugó su fundador en la construcción de instituciones o su participación en la transición democrática del país.

Durante muchos años el PAN fue considerado como un partido testimonial que con gran paciencia, apostándole al gradualismo -la brega de eternidad a la que se refería Gómez Morín- y combatiendo con mucha decisión el fraude electoral ante las prácticas casi gangsteriles de aquellos tiempos, poco a poco fue ocupando espacios desde lo local. Sus primeros triunfos se dieron en 1946 con 5 diputaciones federales y en 1947 logró su primera victoria a nivel municipal en Quiroga, Michoacán. Tuvieron que pasar 42 años para que se diera la primera derrota del entonces partido hegemónico a nivel estatal con el triunfo de Ernesto Ruffo en la gubernatura de Baja California, y 11 años después Vicente Fox encabezó la primera alternancia en la Presidencia de la República.

Durante 60 años Acción Nacional se caracterizó por ser una oposición responsable de la que surgieron figuras muy importantes como don Luis H. Álvarez y Manuel Clouthier “el Maquío”, pero se fue desdibujando con el arribo al poder olvidándose del debate interno, de la formación de cuadros, se acostumbró muy rápido a los privilegios de los cargos públicos y, contrario a su naturaleza, paulatinamente dejó de ser un partido de ciudadanos para convertirse en un partido de grupos.

Aunque en su primer gobierno se registraron algunos cambios significativos como el impulso a la transparencia o el respeto a la libertad de prensa, hay que reconocer que se quedó muy corto frente a las expectativas ciudadanas y, a pesar del gran bono democrático del que gozaba, no se atrevió a modificar las reglas tradicionales del sistema político, no mostró decisión para combatir la corrupción, y se mantuvieron intocados los intereses de los denominados factores reales de poder.

Por su parte, el gobierno de Felipe Calderón estuvo marcado por el cuestionamiento permanente a la legitimidad de su triunfo, y la fallida estrategia contra el crimen organizado que disparó la violencia en el país. Tampoco se debe soslayar que si bien las administraciones panistas por lo general han sido responsables en el manejo de las finanzas públicas y lograron mantener la estabilidad económica beneficiando a las clases medias, no se obtuvieron resultados palpables en la disminución de la pobreza y de la enorme brecha de desigualdad.

Lo cierto es que a partir de la derrota en las elecciones presidenciales de 2012, el PAN no ha podido retomar el rumbo, presentar una oferta política clara que lo distinga y asumir de nuevo su papel como oposición combativa pero responsable y propositiva. Tal parece que sólo se ha dedicado a administrar los conflictos internos, le ha faltado capacidad autocrítica y no ha logrado sacudirse la imagen del PRIAN que tanto daño le ha causado. Hoy, a sus 80 años, el PAN necesita reconocer sus errores como condición para recuperar la confianza ciudadana, volver a entablar un dialogo constructivo con la sociedad, ponerse de su lado y abanderar sus causas, retomar el debate interno, el sentido ético de la vida pública y ser ejemplo de buen gobierno desde lo local, pues sólo así podrá convertirse en contrapeso efectivo a cualquier tentación autoritaria, así como en la alternativa política que reclaman quienes no se sienten identificados con el nuevo grupo gobernante y no avizoran resultados positivos en los temas sustantivos para el país.