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Crímenes de cuello blanco • Edgar Morín

El capitalismo de amigotes y las redes en la mafia del poder.

Por
Escrito en OPINIÓN el

La mafia del poder sigue viva... y lucrando.

Este es un libro sobre delitos cometidos por ciudadanos respetados, pero no respetables. Delitos que evidencian la existencia de pactos políticos y de impunidad a gran escala. Este es un libro sobre los crímenes de cuello blanco.

Hoy, de hecho, la política y la alta empresa mexicana no se entienden sin este "capitalismo de amigotes", basado en favores, lazos de sangre, desigualdades y protección gubernamental. Y el daño financiero de esos crímenes es mucho más grande que el de toda la delincuencia "clásica". En esta obra, con nombres y apellidos, se muestra quiénes integran esas redes de privilegio, en qué negocios están metidos y qué historias arrastran. ¿Lo más impresionante? Que esa "mafia del poder" sigue operando, y algunos de sus integrantes tratan de incorporarse a las actuales esferas gubernamentales.

La Silla Rota te regala un capítulo del libro Crímenes de cuello blanco de Edgar Morín con autorización editorial de Penguin Random House.

Edgar Morín Martínez es doctor en antropología por el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Durante más de una década ha impartido clases en instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas. También ha participado en coloquios, diplomados y seminarios sobre diversos temas de investigación: la juventud, música, cultura urbana, tatuajes, drogas ilícitas y violencia.

Crímenes de cuello blanco | Edgar Morín

#AdelantosEditoriales


Crímenes de cuello blanco

Edgar Morín

Prefacio

Si las historias que aquí se cuentan no tuvieran un final trágico, hasta podría decirse que se basan en una ficción. Hay muertos, varios miles pierden el trabajo con todo y los fondos para su jubilación, llega el empobrecimiento de muchas familias con crisis de las que suelen traer consigo cambios drásticos de vida aunado a la incertidumbre, angustia, divorcios, depresión y otras enfermedades. Curiosas coincidencias que harán pensar a algunos que el cine es mejor que la vida, parafraseando a un viejo crítico, pero también es inevitable suponer que muchas veces éste se queda corto en realidades como las del capitalismo en sus versiones salvaje o de amigotes.

Aun así, algunos fragmentos de estas historias parecen si no extraídos, al menos sí inspirados en la muy conocida Wall Street (1987), película de Oliver Stone donde aparece el emblemático personaje del especulador financiero Gordon Gekko, cuyos principios difundieron internacional y masivamente ideas del tipo “la codicia es buena” o lecturas estratégicas de Sun Tzu y El arte de la guerra. Con muestras sobre la importancia de perseverar como de contar con las adecuadas redes de relaciones para hacer buenos negocios, descripciones irónicas sobre mexicanos que “lo compran todo”, en una escena donde se desmantela una aerolínea pero que bien puede recordar otras adquisiciones de chatarra contaminante como los autobuses de dos pisos comprados a Gran Bretaña para el metrobús de la Ciudad de México durante el (des) gobierno de Miguel Mancera, por ejemplo, lecciones morales tipo El lobo de Wall Street como que “el asunto con el dinero es que te obliga a hacer cosas que no quieres hacer”, y hasta breves pero ilustrativas enseñanzas sobre capitalismo contemporáneo y dinero: no sólo “crea algo en lugar de vender y comprar lo de otros”, sino que esto “no se trata de que sea suficiente. Es un juego. Alguien gana, alguien pierde. El dinero mismo no se hace o se pierde. Simplemente se transfiere de una percepción a otra… como magia”. Hacer la ilusión real, es capitalismo en su máxima expresión. Aunque es discutible si de verdad es o no su máxima expresión, o si en realidad ésta radica en el poder de salirse con la suya después de haber vendido ilusiones, engaños o timos.

A diferencia de esa tradición cinematográfica donde se hace justicia y los responsables pagan por sus delitos, en el capitalismo de amigotes, o al menos en su versión mexicana, la impunidad casi siempre está garantizada y sus protagonistas a salvo de cualquier mandamiento o proceso judicial. El libro trata sobre esto y su origen se remonta a cuando desarrollaba una investigación sobre narcotráfico llamada La maña, publicada en esta misma casa editorial, al ver cómo ciertos delitos económicos tendían a pasar desapercibidos en la opinión pública pese a su gravedad. La relectura de sociólogos como Edwin Sutherland, la escasez de investigaciones al respecto, algunos documentales, películas, más el desfile, personalidad y tipo de millonarios, herederos de grandes fortunas y excéntricos aristócratas que aparecen en las divertidas memorias de un guitarrista de rock tituladas Life, terminaron por despertar el interés sobre el poder del dinero y algunas de las formas que ha cobrado bajo este capitalismo de amigotes. Por ejemplo, la mentalidad que trae consigo con todo y su hedonismo desenfrenado que se alterna con largas jornadas de trabajo, o esa religiosidad que puede ser únicamente imagen pública que proporciona diversos beneficios. También el funcionamiento del aparato penal al respecto, o las destrezas y encantos personales de algunos genios de los negocios —varios con visiones distorsionadas y mentes siniestras, pero todos habilísimos— para acercarse, envolver y obtener el favor de una clase política que cae seducida por estos cortejos y es engatusada, o adquiere diversos beneficios y forma parte de tramas de corrupción a niveles que pueden alcanzar lo presidencial, donde tampoco faltan detalles reveladores sobre este tipo de amistad. fenómeno que lo mismo aparece en México con el enredo Odebrecht que alcanza a Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón, que en lugares como Rusia, donde las habilidades de publirrelacionista y desparpajo de un inversor español, entre otras cosas dueño de la escudería Renault-Lotus de fórmula 1, lograron que el entonces presidente Vladimir Putin aceptara su invitación para pilotar uno de sus monoplazas. Lo que hizo durante un par de horas a unos 250 kilómetros por hora con un casco que tenía el águila imperial, dando inicio a una amistad que en otro momento se correspondió con la reveladora frase de Putin: “¿Te ayudaría que la gente supiera que somos amigos?”. No hizo falta más y todas las puertas se abrieron “sin hacer ni una sola llamada” (El País Semanal, núm. 2048, 27 de diciembre de 2015).

Dada la complejidad de abordar todo esto, por sugerencia editorial se comenzó a investigar con detalle la quiebra fraudulenta de Mexicana de Aviación, que es un caso típico de cuello blanco. Pero se continuó con el análisis de otros acontecimientos, redes de relaciones y reacomodos entre empresarios de concesiones gubernamentales y una clase política que no hace mucho fue arrollada con poco más de 30 millones de votos. En este sentido, uno de los retos más complejos que ha traído consigo el pasado proceso electoral y sus grandes expectativas de cambio pasa por reconfigurar la muy compleja relación entre poder, negocios, política y dinero, como pudo verse durante la cancelación del nuevo aeropuerto de Texcoco, sin sustituir únicamente a un grupo por otro. Viejas mañas que en las últimas décadas, sobre todo a partir de los reacomodos impulsados por Carlos Salinas, no han dejado de multiplicarse y producir todo tipo de escándalos, muchos de carácter penal, donde, además de la impunidad, otro rasgo en común es la corrupción y el hecho de ser planeadas y ejecutadas desde posiciones de poder. Por eso es importante aclarar que la corrupción es multifactorial, afecta tanto lo público como lo privado, y puede adquirir un carácter sistémico. Es “el desvío del criterio que debe orientar la conducta de un tomador de decisiones a cambio de una recompensa no prevista en la ley”, y sus niveles en nuestro país “son propios de una sociedad en la que ni gobernantes ni gobernados gustan del imperio de la ley y en los que la justicia puede comprarse” (Casar, 2016).

Estas historias la incluyen, y algunas van más allá pues violan leyes y suelen incurrir en todas las variantes del fraude, que es “lucro indebido producido por el engaño hecho a alguien o el aprovechamiento del error en que se encuentra éste, es decir, un perjuicio patrimonial sufrido por el sujeto pasivo y el enriquecimiento para sí o para otro, valiéndose el sujeto activo del engaño o error del ofendido”. Y sumados a delitos económicos o financieros, producen pérdidas multimillonarias para el Estado al tiempo que muestran diversos fallos en sus regulaciones, la muy limitada aplicación de las leyes con todo y sus componentes de clase, así como la falta de mecanismos eficaces para recuperar el dinero y reparar los daños causados, que no son pocos, dado que las víctimas siempre se contabilizan por cientos o miles. (De ahí que para su combate, entre otras herramientas, sean útiles las ahora conocidas unidades para la investigación y persecución del delito con elementos de distintas dependencias, los centros de fusión de inteligencia, mapas de redes patrimoniales y la creación de una oficina de recuperación y gestión de activos.) Además muestran los efectos desastrosos de la opacidad gubernamental, su discrecionalidad, la falta de políticas públicas como de rendición de cuentas, e ilustran sobre esa suerte de continuum casi histórico en torno al tráfico de influencias e información privilegiada, la interdependencia de poderes públicos y privados, sus enmarañadas y abundantes redes de relaciones, las alianzas, compromisos y esa expansión-naturalización de una mentalidad —con sus consabidas prácticas—, según la cual las ganancias deben ser privadas y las pérdidas, públicas. Con el añadido de que por demasiados años dichas historias mayoritariamente han sido relatadas como hechos aislados, y no como resultado de un sistema donde estas posiciones de poder son las que casi siempre garantizan impunidad o sanciones mínimas.

De hecho, aunque forman parte de uno de los ocho mercados criminales identificados por autoridades, hay diferencias significativas y en muchas ocasiones se conjuntan varios a la vez, pues en este tipo de casos el delito también se realiza desde las llamadas zonas grises del poder, articulándose con formas de hacer negocios y política, campañas electorales, corrupción, evasión fiscal, desvío de fondos públicos, tráfico de información o conflictos de interés donde lo mismo aparecen banqueros, financieros y empresarios que hombres de iglesia, líderes sindicales, funcionarios públicos de todos niveles, secretarios de Estado, sus familiares o hasta expresidentes. Redes que se entretejen muy densamente y delitos que comenzaron a ser cada vez más notorios —como a escalar en montos y daños— tras la nacionalización y posterior reprivatización de la banca, el desarrollo de un sistema financiero con algunos componentes culturales y muchas menos regulaciones que ahora, más las fallidas desincorporaciones del salinismo y el error de diciembre provocado por funcionarios públicos que tiempo después terminaron contratados por bancos y fondos de inversión pese a las calamidades que causaron, o por sus rescates, como el tan conocido Fobaproa. Sin embargo, pese a la complejidad, organización y hasta sofisticación desarrollada al paso del tiempo para llevar a cabo esta variedad de delitos económico-financieros entremezclados con corrupción público-privada (sin faltar, por supuesto, casos burdos como el de los popularmente llamados goberladrones amantes del Estado de cohecho), es importante hacer notar que aun con esto y otras ventajas que proporciona la globalización para transferir y ocultar las ganancias millonarias en lugares seguros diseminados por el planeta, en realidad —como lo han indicado especialistas— las técnicas ilícitas de movimiento de capitales son similares sin importar de dónde venga el dinero: la mafia, tráficos de armas, drogas y personas, el erario o las empresas privadas.

Claro que el caso mexicano ofrece además particularidades significativas. Entre otras, su uso selectivo de la justicia, lo mismo instrumento de venganza que apoyo de esos que diluyen y minimizan todo tipo de acusaciones o denuncias; los argumentos de distintos involucrados que intentan justificar fraudes y desvío de recursos por ser destinados a financiar campañas políticas; mecanismos y procedimientos similares para reestructurar empresas desincorporadas, pero también bancos, ingenios azucareros, carreteras y otras concesiones gubernamentales que luego terminaron en quiebras, desfalco, fraude, préstamos bancarios incobrables y otros delitos difíciles de probar jurídicamente y sin muchas herramientas efectivas para llevarlo a cabo, además de omisiones graves o los fallos e indagaciones sospechosamente defectuosas de instituciones regulatorias como las del aparato de administración y procuración de justicia; formas poco transparentes en la relación negocios-poder político que en los últimos sexenios terminaron diluyendo la frontera entre ambas actividades, procurando la discrecionalidad, favoritismo y desarrollo de poderes fácticos a través de redes de relaciones, incluidas las de negocios. Una vez naturalizados todos estos procesos y modos de hacer, tanto en la mentalidad como en sus prácticas, el resultado parece un muy eficaz modelo o patrón delictivo desarrollado al amparo del sistema político-económico y sus complejas redes de relaciones.

En este sentido es conveniente señalar que estamos ante una práctica estructurada, con redes cada vez más sofisticadas y no muy diferentes de un crimen organizado tradicional. De ahí la importancia de visibilizar esta criminalidad ejercida desde posiciones de poder, que incluye las ganancias privadas, quebrantos públicos que oscilan entre cientos y miles de millones de pesos o de dólares, y lo que la criminología llama macro o extravictimización, donde una misma conducta puede causar daños jurídicos penalmente relevantes a muchas personas, incluso de distintos países. Pero asimismo porque es importante dar cuenta de algunas de las formas como se volvió natural lo que en realidad es un patrón de tipo delictivo, irónicamente visto por la mayoría hasta no hace mucho como conductas triviales o hasta deseables. Como en el mundo del revés.

En esto influye la historia, no en vano el origen de parte del fenómeno se remonta a la Colonia y sus peculiaridades, pero también a la manera como se reprodujeron las genealogías familiares de quienes han controlado este país antes, durante y todavía mucho tiempo después de la Revolución, así como el tan sui generis modo en que se ha ido desarrollando la versión local del capitalismo que también contribuye a expandir esas zonas grises en las que proliferan historias como las de este libro. Sobre todo con la implementación a la mexicana de su fase neoliberal, la cual incluyó una importante recomposición del campo burocrático con la consolidación de los llamados tecnócratas, por ejemplo, y que se trata de un proyecto político transnacional destinado a reconstruir el nexo del mercado, del Estado y de la ciudadanía desde arriba. Y aunque hoy enfrenta un riesgo considerable nada menos que desde la Casa Blanca (si es que aún no ha procedido algún impeachment en contra de su todavía presidente, el empresario populista Donald Trump), o aunque el presidente López Obrador haya decretado su fin, dicho proyecto es conducido por una nueva clase dirigente global compuesta por directores y ejecutivos de empresas transnacionales, políticos de alto rango, administradores estatales y funcionarios de alto nivel de organizaciones internacionales, y por expertos técnicos y culturales a su disposición (entre los que se destacan economistas, abogados y profesionales de la comunicación con formación y pensamiento similares en los diferentes países).

De acuerdo con Wacquant (2009: 430 y ss.), esta caracterización conlleva no sólo la reafirmación de las prerrogativas del capital y la promoción del mercado, sino la articulación de cuatro lógicas institucionales: 1) Desregulación económica destinada a promover “el mercado” o los mecanismos similares al mercado como dispositivo óptimo tanto para guiar las estrategias corporativas y las transacciones económicas como para organizar la gama de actividades humanas con fundamentos putativos de eficiencia; 2) Descentralización, retracción y recomposición del Estado de bienestar keynesiano; 3) El tropo cultural de la responsabilidad individual, que invade todas las esferas de la vida entre otras cosas para la construcción del yo (sobre el modelo del emprendedor), la difusión de los mercados y la legitimación de la mayor competencia que genera, cuyo homólogo es la evasión de la responsabilidad corporativa y la proclamación de la irresponsabilidad del Estado (o una responsabilidad considerablemente reducida en asuntos sociales y económicos); y 4) Un aparato penal expansivo, intrusivo y proactivo que penetra en las regiones más bajas del espacio social y el físico para contener los desórdenes y la confusión generados por la difusión de la inseguridad social y la profundización de la desigualdad. Lo que genera un Estado que si bien propugna el laissez­faire en los estratos superiores, aligerando así las restricciones al capital y mejorando las oportunidades de vida de los poderosos del capital económico y cultural, no hace nada en los estratos inferiores. En realidad, ante la turbulencia social generada por la desregulación y la imposición de la disciplina del trabajo precario, el nuevo Leviatán se muestra ferozmente intervencionista, autoritario y costoso. Es la instalación de un Estado penal invasivo, expansivo y caro que no es desviación del neoliberalismo sino uno de sus ingredientes; lo que el sociólogo llama también Estado centauro, liberal hacia arriba y paternalista hacia abajo, que presenta caras radicalmente diferentes en los dos extremos de la jerarquía social: un rostro bello y atento hacia las clases media y alta, y un rostro temible y sombrío hacia la clase baja (ibid.: 437).

Esta parte más que amable con su dejar hacer a ciertos miembros de la comunidad, combinada con todo lo anterior, en nuestro país dio por resultado lo que técnicamente puede considerarse el típico crony capitalism (como lo nombran algunos premios Nobel de Economía) o capitalismo de amigotes, cuates o compinches según su traducción al español. Mezcla de relaciones de élite y conexiones políticas que explota al máximo esas zonas grises del poder donde no todos respetan la ley, aprovechando cada uno de sus huecos para salirse con la suya o practicando el todo se vale dentro de las reglas pero entre menos haya, mejor. Evidente incluso en la persecución y castigo de esa misma criminalidad realizada desde posiciones de poder que la sociología nombró de cuello blanco (mientras que uno de los abogados a cargo del caso de la ya desaparecida Mexicana de Aviación definió como delincuencia legalmente organizada), frente a otros artegios y formas no exentas de ingenio y todo tipo de habilidades para seducir en la interacción cara a cara sin recurrir siquiera a una grosería o hacer que la ambición y codicia de la propia víctima juegue su papel, por ejemplo; aunque en los últimos tiempos ésta también haya cedido paso a un crimen cada vez más violento y rebosante de rencor social. Por eso, y a modo de contrapunto, se incluyó una historia no exenta de este rostro sombrío del Estado y que ilustra acerca de estas similitudes, diferencias, desigualdades, personalidades y la propia transformación delincuencial del país. El peso de eso que desde el siglo xix se llamó clase, y que sobre todo a partir de los años veinte del siglo pasado, con el experimento de un capitalismo feroz —como el de Chicago—, multiplicó las áreas de oportunidad, ganancias y negocios no sólo carentes de toda ética sino propios de esa zona gris que muchas veces terminan fundiéndose con una variedad de delitos pocas veces perseguidos y todavía en menos ocasiones castigados. Y cuando llega a darse es algo que puede notarse hasta en la cárcel, donde se siguen distinguiendo de distintas maneras del resto de procesados y sentenciados por otros delitos. Uno de los rasgos más llamativos de esta delincuencia es la falta de omertà, o al menos en el caso brasileño de Odebrecht, donde a decir de un investigador del caso entrevistado, las delaciones no parecían cargar con la angustia de ser descubiertos sino que mostraban desenfado, cinismo y disposición a confesar o cantar e incriminar a sus colegas con tal de pasar el menor tiempo posible en prisión. Tal como han revelado diversas investigaciones, en el caso mexicano el espacio donde mejor se han expresado todos estos conflictos, tensiones, delitos, corrupción, interrelaciones de poder y acuerdos no escritos de impunidad se encuentra sobre todo en el ámbito de las concesiones. De hecho, para algunos entrevistados del campo financiero y de los negocios, concesión gubernamental si no es sinónimo de corrupción sí es algo que siempre implica problemas y no necesariamente deja utilidades.

El caso de la aviación, por ejemplo. Un negocio con muchos factores a considerar —como sus rutas, aeropuertos, las fluctuaciones en el precio del combustible, el tipo de cambio, o lo que se llama un capital de trabajo riesgoso y muy sensible—, donde cualquier coyuntura puede llevarte a una crisis cuya solución puede requerir de excelentes conexiones políticas, pero que en el campo de las inversiones y los grandes negocios muchos lo consideran de estatus. Esta combinación de concesión gubernamental y estatus al paso del tiempo ha producido serios problemas de quiebras, malos manejos y rescates gubernamentales, dejando ver que las viejas relaciones de clase mantienen su vigencia y que para hacer dinero se requiere de dinero, relaciones e información privilegiada. Que es algo en escala, que los negocios se cultivan al igual que las relaciones, por eso coinciden amigos en consejos de administración de empresas, aunque sus lazos también pasan por la universidad y todavía por alianzas clásicas como el matrimonio y otras redes de relaciones. Asimismo, que la preparación académica no necesariamente garantiza un buen negocio, y eso que en muchas de estas historias sus protagonistas cuentan con estudios o posgrados en escuelas estadounidenses de élite y son miembros de segunda o tercera generación de familias de empresarios. Que para banqueros e inversionistas ciertos negocios también obedecen a modas, y que cuando se tienen buenas conexiones políticas es muy fácil terminar acostumbrándose a que el gobierno entre al rescate cada vez que hay problemas, o volverse un dependiente de sus concesiones, favores y contratos. Además de muchos otros recursos, no pocos de ellos totalmente legales como las sociedades offshore o transferencias de la holding a subsidiarias que ayudan a la propia empresa, su estructura financiera y patrimonio para negociar garantías, como en lo fiscal. Y habilidades personales o atributos sobresalientes lo mismo en matemáticas que para negociar, vender y lograr acuerdos, sin faltar personalidades arrolladoras, encantadoras —algunos son grandes anfitriones—, o las carentes de cualquier empatía (que incluso se traduce en empresas que no se preocupan en lo más mínimo por su personal). Pero en casi todas el referente en común —a veces por una, dos o más generaciones— es el de una abundancia tal que sólo permite ver del hoy para adelante sin mirar atrás. Muy distinto de los miembros de una clase política que encontró en la administración pública esa fuente de riqueza personal donde se ha podido robar a placer porque las sanciones han sido prácticamente inexistentes. El único camino, de hecho, que permitía resolver con bastante holgura la vida propia y la de los descendientes. Donde reinan viejas prácticas como la de favor con favor se paga y se presume al amigo poderoso, pero que entró en decadencia al sustituir la formación político-administrativa que escalaba gradualmente el poder por una turba que intentó ocupar todos los espacios, así como al hacer negocios directamente —o a través de prestanombres— organizando grupos de empresarios, reconfigurando otros o beneficiándose vía los porcentajes por comisión o hasta con acciones de empresas; más recientemente, cabildeando o empleándose al servicio del capital transnacional, pues desde su perspectiva hacer negocios al amparo de su poder es bueno y legítimo.

Así las cosas, estos delitos de cuello blanco o criminalidad del poder con todo y su carga de dinero, estatus y rasgos culturales se han naturalizado o incorporado a la mentalidad cobijados bajo esa peculiar combinación de neoliberalismo descrito por Wacquant (2009) y un capitalismo de amigotes impulsado por todo el país desde las alturas del poder político-económico al menos durante los últimos 30 años; aunque no deja de ser curioso que esta naturalización de una mentalidad asimismo pueda ser interpretada en relación con grados de desviación, pues no conviene olvidar que es la sociedad la que da el valor de lo lícito y lo ilícito. Se trata de un sistema con abundantes reglas institucionales no escritas que reflejan un esquema de prebendas donde se debe recuperar la inversión, y que aplica en política, sindicatos (algunos con usos y costumbres tan torcidos como heredar puestos y plazas de trabajo a sus hijas e hijos) o cúpulas empresariales que piden al presidente en turno todo tipo de beneficios y negocios. Aunque no es la única área de oportunidad, las concesiones otorgadas por el Estado son lo más emblemático del fenómeno y las muy densas redes de relaciones entre poderes políticos y económicos son una madeja cada vez más compleja dado que se suman prestanombres, dos o tres habitualmente, empresas que ya no son personas físicas, y cuentas bancarias en lugares como Andorra o Sudáfrica, pero que antes pasaron por sociedades domiciliadas en Panamá, las islas Vírgenes Británicas y Malasia.