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“Sentí tristeza cuando murió uno de los personajes de Tonaya”

En la esquina de Balderas y Artículo 123 hay un grupo de hombres y mujeres que han hecho de la calle su hogar. Aunque decir “su hogar” es mucho decir.

Escrito en NACIÓN el

La mirada de Miguel se desvía. No puede sostener la mirada como tiene en sus manos una botella de Tonaya. Su rostro está quemado por el sol. Las cicatrices son de golpes.

En la esquina de Balderas y Artículo 123 hay un grupo de hombres y mujeres que han hecho de la calle su hogar. Aunque decir “su hogar” es mucho decir.

Uno de ellos atiza con un cartón unos pedazos de madera, para hacer un caldo de hígados y alitas con trozos de verdura. Sobre la banqueta. La gente pasa sin mirarlos, aparentemente, porque de pronto desvían su camino para darle la vuelta a Miguel, que está como extraviado.

En las calles de Iturbide, Juárez, Artículo 123, Balderas, un grupo ha tomado las banquetas. De pronto las autoridades los echan de ahí, pero siempre vuelven.

Edson Lechuga (Puebla, 1970) los descubrió. Lo inspiraron para escribir “El Tonaya no perdona”, una novela que relata la vida de cinco de ellos.

En entrevista con LA SILLA ROTA, Lechuga afirma que “solemos ignorarlos porque no sabemos qué hacer, no sabemos si darles cinco pesos y es suficiente o no sabemos si los estamos lastimando con esos cinco o 10 pesos o realmente los estamos ayudando, no sabemos si es caridad o es para que no se acerquen porque huelen mal”.

El escritor asegura que “no sabemos qué hacer con ellos moralmente, legalmente, éticamente, filosóficamente, espiritualmente, humanamente. No sabemos. Pero eso no quiere decir que no existan: están ahí y son sujetos plenos de derechos, como todos”.

Edson dice que a propósito no describe el entorno de sus personajes. “La novela está narrada desde ellos y lo que ellos ven es justamente lo que aparece en la novela. Y lo que ven es calle, una esquina, una bodega con 500 kilos de cartón empacado, una vecindad donde vive Lauro con 14 perros. Un callejón, un taller de hojalatería abandonado, donde van enterrando botellitas de Tonaya para cuando les caiga la voladora. Sus linderos y sus territorios se restringen a estos espacios, cuatro o cinco calles a la redonda. Después del Eje Central Lázaro Cárdenas su mundo se les acaba”.

Además, precisa que no inventó a ningún personaje, los cinco están basados en personas reales.

“Uno de ellos ya murió y de vez en cuando que paso por ahí les doy un vistazo. En esos estados tan limítrofes el tiempo no pasa, por ahí en la novela describo: ahora ya contestan las preguntas que les hicieron el jueves o contestan lo que les preguntarás en quince días porque los engranes que le dan sentido a su tiempo son desorientados. Un año después había fallecido uno de ellos y la vida sigue igual, espesa, lenta paulatina, disuelta, sus vidas disueltas en el Tonaya, con sus tristezas, pero también con sus carcajadas”.

-          ¿Qué pasó cuando supiste que murió uno de tus personajes?

-          Cuando supe que murió uno de ellos me sentí muy triste. Muy triste.

El autor de varias novelas y libros de cuentos y de poesía se sincera: “Yo tenía muchos años queriendo hablar sobre mis excesos (se asume como un ex consumidor de drogas). Y no sabía cómo hablar de eso. Quería hablar sobre mis faltas, mis dolencias, mi soledad, mi tristeza. Y también sobre las posibilidades que da la calle, las prestaciones que da la calle, los caramelos que ofrece la calle. La calle es una alternativa siempre”.

La calle, añade, “no sólo es de los lumpen y los indigentes, también es de transeúntes, polis que cuidan la calle. Yo soy callejero, he pateado mucho las calles de la ciudad, me forjé con los tacos de suadero de Tacubaya, los del chupacabras, los del sudoroso… esta entidad llamada calle me resulta profundamente tentadora y brutal. Y quería hablar de mis faltas y mis tristezas y ellos me dieron la ruta para mirar”.

Edson ama la literatura. “La literatura es mi oficio. Este es el séptimo libro que publico y empecé haciendo poesía, luego cuento, y más tarde en España dos novelas. La literatura me ha dado la oportunidad de acercarme e indagarme a través de la indagación y construcción de historias que aparentemente son ajenas y mi y luego veo que no son tanto”.

-          ¿Te ha servido el periodismo para esta novela?

-          Soy un intruso del periodismo pero me ha ayudado a observar los fenómenos sociales, es una buena herramienta. Tonaya es una novela y tiene la posibilidad de ficcionar y desde esos elementos de ficción me permite plantear un escenario, un universo, independiente, autónomo a cualquier otro universo conocido, pero habitable por una lectora o un lector. En la literatura hay un pacto de ficcionalidad con el lector. El lector sabe que lo que tiene en sus manos es ficción. Cuando el lector sabe esto, participa, hay un pacto tácito que te permite plantear una serie de premisas y tesis o hipótesis o preguntas que te haces como autor y pretendes que repercutan en el otro.

El autor se ha hecho fama de odiar las mayúsculas. “No es que no me gusten las mayúsculas, la novela que escribo ahora sí usa mayúsculas. En ‘El tonaya no perdona’ creo que debía escribirse con minúsculas porque el escuadrón de la muerte se asume minúsculo, se asume pequeño, basurita puesta por ahí, que nadie sabe qué hacer con ella. Los quitan de un lugar y los llevan a otro, pero sigue estando, no desaparece”.

En Artículo 123 Miguel sigue con la mirada extraviada. Quién sabe si extrañen al quinto elemento de “El tonaya no perdona”. Por lo pronto se relamen los labios antes de comerse su caldo de pollo.