La violencia hacia las mujeres proviene de personas que han interiorizado un sistema de creencias erróneas e inequitativas, como creer que la mujer vale menos que el hombre, que debe vivir en pareja, que tiene que “portarse bien” para ser respetada, que su vocación es siempre la maternidad o que existe para satisfacer las necesidades del hombre. Mujeres y hombres reproducimos inconscientemente muchos de estos aprendizajes, lo cual genera mecanismos de control y finalmente comportamientos violentos, que en su mayoría son ejecutados por hombres, hacia las mujeres.

A la violencia que se ejerce sobre la mujer, por las consideraciones socioculturales de lo que es o debería ser, se le llama violencia de género. Esta violencia no sólo ocurre entre el agresor y la víctima, sino que a menudo se refuerza por muchas otras ideas erróneas compartidas por las instituciones y la sociedad en general. Tres mitos o formas de pensar erróneas que contribuyen a la violencia hacia las mujeres son:

1. Las mujeres acusan/denuncian porque quieren llamar la atención

Esto es falso. La mayoría de las mujeres tiene terror a acusar o denunciar situaciones de abuso o violencia. Lo más frecuente es que la mujer oculte o niegue la violencia, por terror, a ser socialmente juzgada o porque dimensiona las consecuencias que enfrentaría su agresor, ya que, en la mayoría de los casos, estos son hombres cercanos y queridos; como sus parejas sentimentales, cuando son adultas; o los padres o padrastros, cuando son menores.

Un evento por el que algunas veces surge este pensamiento erróneo es porque regularmente la mujer que ha sido víctima de violencia tarda en hablar de la situación o en poner alguna denuncia formal, pero esto ocurre porque, ante el trauma, a la mujer le lleva tiempo percibir lo sucedido como una injusticia; y si los episodios son graduales y crónicos, la mujer tiende a pensar que la persona cambiará, o bien, lo va normalizando, es decir, se va acostumbrando paulatinamente a ello.   

Debemos creerle a una mujer cuando expresa que ha sido violentada, porque, incluso el hecho de mentir acerca de alguna agresión, implicaría también la presencia de algún otro problema que está requiriendo atención profesional en su caso. 

2. Los agresores son enfermos mentales o sujetos disfuncionales

La sociedad tiende a rechazar a los agresores pensando que son personas que padecen alguna enfermedad mental, o bien, se les estigmatiza pensando que son pobres, ignorantes o adictos, sin embargo, las condiciones de salud mental del varón, no son causa de la aparición o el mantenimiento de la violencia hacia la mujer. El perpetrador puede ser una persona funcional, trabajadora, común y corriente, que incluso ame a la mujer, pero que sus acciones violentas las justifique en el marco lógico de sus creencias (erróneas). 

No existe un perfil sociodemográfico específico de las personas que violentan a las mujeres ya que, desafortunadamente, la violencia se presenta tanto en zonas rurales, como urbanas y se da en todos los estratos económicos y escolaridades. 

Tampoco hay una forma única o correcta de rehabilitar estos sistemas de creencias y, lamentablemente, existe poca investigación con seguimiento, que permita establecer medidas efectivas de erradicación de la violencia. Por ejemplo, actualmente, no hay manera de saber en qué medida, los adolescentes que son celosos durante el noviazgo, se convierten en esposos controladores o adultos que ejerzan violencia económica al paso de los años, o bien, en qué medida se reducen esas posibilidades a lo largo del tiempo, tras ser atendidos, encarcelados o rehabilitados. Dar seguimiento a las personas involucradas, en todos los subtipos de violencia hacia la mujer, es una tarea pública pendiente que será crucial para establecer intervenciones efectivas de los estados, basadas en la evidencia. 

3. Las mujeres no son víctimas, se lo merecen por andar en malos pasos

Una tercera idea que abona al clima de violencia hacia las mujeres es pensar que las mujeres realizan acciones por las que la merecen. Si bien la violencia hacia la mujer está inserta en un mundo cultural más amplio, en donde también convergen otro tipo de violencias o situaciones de conflicto (narcotráfico, delincuencia organizada, etc.), bajo ninguna circunstancia, la violencia está justificada. Se trata de un problema sociocultural que hay que enfrentar y no debemos minimizarla, pues no es un problema menor, le ocurre a una de cada 3 mujeres adultas, según la Organización Mundial de la Salud.

Buscar atributos, rasgos o comportamientos en la mujer como elementos que las hagan merecedoras de violencia es cobarde, no sólo es falta de empatía hacia las mujeres, sino que además, constituye una revictimización, es decir, una doble agresión: la ejercida por la violencia que han recibido y la del enjuiciamiento social, como si ellas fueran responsables de que las agredan, lo cual en nada ayuda a la procuración de justicia o reparación de daños, mucho menos a prevenir otros episodios de violencia.

Se sabe que algunos grupos poblacionales son más vulnerables a padecer violencia, pero esto no sucede porque las mujeres hagan algo en concreto para merecerlo, sino porque existe una percepción de superioridad o dominio sobre ellas. Por ejemplo, la violencia sexual, la padecen con mayor frecuencia trabajadoras sexuales, reclusas, mujeres trans, trabajadoras del hogar y migrantes, sin embargo, lo que ellas hagan, piensen o digan, no es la causa de que sean agredidas, en cambio, sí existe el común denominador, entre los agresores, de percibir estos cuerpos como inferiores o de poco valor, con los cuales se puede cometer cualquier transgresión o delito, sin consecuencias graves por hacerlo.  

Es importante que, como sociedad, evaluemos con qué ideas erróneas contribuimos a perpetuar la violencia hacia las mujeres. La buena noticia es que las ideas, de la misma forma que se construyen, se pueden deconstruir o modificar. Trabajemos con lo que pensamos, para romper los ciclos de violencia hacia las mujeres. Un mundo libre de violencia, es posible. 

Liliana Coutiño Escamilla

Twitter: @LiliCoutino

Psicóloga y educadora, maestra en Sociología de la salud por el @ColSonora y doctora en Ciencias en Epidemiología por el @inspmx. Colabora en diversos proyectos institucionales, entre ellos los referentes a violencia y diversidades sexuales en el Instituto Mora.