Desde que somos pequeñas nos enseñan a no mirarnos, a no tocarnos. Que las niñas buenas no hacen eso, nos dicen. Nos hacen sentir culpables si se dan cuenta que estamos descubriendo nuestro cuerpo y sus sensaciones, nos dicen que tendremos un castigo, sobre todo un castigo religioso (porque diosito te está viendo y sabe todo lo que haces… que psycho), o uno de salud (te enfermarás, te pasará algo en la mano, te dará una infección, entre otras joyas). Lo cierto es que desde pequeñas nos enseñan a avergonzarnos de tocarnos, de vernos, acariciarnos. 

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Tristemente, la primera persona que conoce tu vulva, no eres tú. Es tu novio en el mejor de los casos. Como un ejercicio, ponte a pensar cuándo tuviste claro cómo es tu vulva, si es que ya te la has visto en un espejo, claro está. Tal vez al momento que lees esto, aún no la has visto frente a frente (¡corre por un espejo, conoce tu vulva!). Para empezar, hay que recordar cuándo fue la primera vez que la nombramos… ¿Cómo le decías a tu vulva? ¿Cuántos apodos ha tenido antes de que la nombraras? Ojalá que los apodos que le hayas puesto sean de puro cariño y no simplemente por no llamarla por su nombre: vulva, coño, pucha.

Por otro lado, a muchas no les queda claro la diferencia entre vulva y vagina, y otras tantas, aunque han oído hablar de él, no tienen claro que el responsable de la mayoría de los ricos orgasmos que hemos experimentado en esta vida, se los debemos al clítoris, y que ese pequeñín, tiene un glande y un prepucio. Y qué decir del cérvix... hasta hace algún tiempo, muchas no lo habíamos tocado. 

Resulta curioso reflexionar sobre la edad a la que sabemos cómo es un pene. Tal vez lo vimos dibujado, representado, aludido o en una ilustración. Lo cierto es que mucho antes de conocer nuestra vulva, podemos dibujar perfectamente la forma de un pene. ¿Por qué tanto ocultamiento con nuestro centro de placer? ¿Por qué no representar una vulva tal cual es? Con sus pliegues, sus colores, sus formas, sus texturas.

¿Cuántas de nosotras vimos por primera vez una vulva en una película porno? Representada sin vello, totalmente lisa, casi brillosa, infantil

¿Cuántas de nosotras nos traumamos cuando la vimos por primera vez? Pensamos que estaba mal porque no era como esas que vimos en la película o en las fotos. Por ello nos daba miedo verla. Incluso la industria cosmética y la de las cirugías ofrecen remedios para estas anormalidades: “aclara”, “depila”, “reafirma”, “aromatiza”. Amigas: ¡démonos cuenta!

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Nuestra vulva es hermosa, sea como sea. Todas las vulvas son diferentes, como nosotros. Quítate el calzón sin miedo (como si te lo quitaras para tu novio, pero ahora es mejor, es para ti), abre tus piernas y mírate al espejo. Tómate fotos, reinterpreta tu vulva en dibujos. Ámala así, disfrútala así. ¿Quieres depilarla? ¡Hazlo! 

¿Quieres hacerte un afro? ¡Hazlo! Quieres abrirla, recorrerla, conocerla? Sin duda tienes que hacerlo.

Un ejercicio bello es repasar las partes de tu vulva, tocarlas y conocerlas frente al espejo. Por supuesto, con tus manos siempre limpias. Si haces esta práctica de manera regular, puedes detectar cambios de acuerdo al día del ciclo en el que te encuentras, sentir tu cérvix, descubrir qué otras zonas te dan placer además del clítoris. Si puedes, deja de usar productos aromatizados, con químicos (siempre tóxicos, por cierto, responsables de infecciones e interminables padecimientos) y conoce tus olores, que no son malos, ni sucios, ni asquerosos, como nos han enseñado, son naturales. Por otro lado, la autoobservación constante nos puede ayudar a tener una mejor salud y detectar a tiempo cualquier problema que pueda manifestarse.

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Sabemos lo difícil que puede ser romper con la aversión a nuestro cuerpo, sus flujos, sus procesos y sus olores, sobre todo después de toda una vida de juicios y mitos que la sociedad nos dio. Pero nunca es tarde para conocernos, aceptarnos y apapacharnos. El primer paso es nombrarla para que deje de ser invisibilizada y censurada: ¡vulva, vulva, vulva!