Nerea Pérez de las Heras explica que los lentes morados son una metáfora de cómo la conciencia de la desigualdad entre hombres y mujeres te hace ver el mundo con un filtro diferente. Una de las características de dichos lentes es que, una vez que te los pones, es difícil volver atrás.

Para fortuna, enojo o decepción -quizá una mezcla incierta de estos y más ingredientes-, el “filtro” de la desigualdad entre hombres y mujeres puede aplicarse a todos los eventos y en todos los ámbitos de la vida, justamente porque se trata de un problema estructural y no de casos aislados.

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La pandemia del COVID 19 y la crisis que se enfrenta a nivel mundial también puede verse a través de los lentes morados. Seamos claros; esto no significa que el virus afecte sólo a las mujeres, pero en esta crisis, como en muchas otras, el impacto diferenciado es uno de los ángulos a través de los cuales vale la pena analizar el fenómeno.

Según datos del INEGI, 85% de las personas que trabajan en enfermería, son mujeres. Este sector de la población es el que está en mayor riesgo, ya que se encuentra en permanente contacto con los pacientes y, a diferencia de los médicos y médicas, están en la primera línea de exposición.

Por otro lado, México ¿Cómo vamos? Expuso que la tasa de empleo informal para las mujeres es más alta que la de los hombres, lo que se vuelve otro factor de riesgo para nosotras: si el empleo es informal, no hay garantías de higiene básica, ni control sobre la implementación de las medidas tomadas por el gobierno. Es decir, en el caso de una cuarentena, aislamiento o cese de actividades las medidas quedan a merced de la voluntad del particular.

La desigualdad se expande, también, hacia otros ámbitos. Con la suspensión de las clases que entrará en vigor la siguiente semana, los cuidados de niñas y niños, según las cifras, también recaerán sobre las mujeres. 75,3% de las labores de cuidado son realizadas por mujeres, según reporta el INEGI. Por lo tanto, es probable que, en la suspensión de actividades escolares, sean ellas -nosotras-, las que tengan que resolver la atención de niños y niñas. ¿Y si tienen que trabajar? ¿Y si no hay familiares que puedan cuidarles?

Por último, quiero sumar una cifra escalofriante: 4 de cada 10 feminicidios son cometidos por su pareja mientras que, en los últimos 27 años, 40% de estos delitos ocurren en el hogar.

La cuarentena puede representar, para muchas mujeres, un horror mucho mayor que el peligro de contagio. Para nosotras, el lugar que debería representar un espacio seguro, se vuelve violencia, se transforma en brutalidad y adopta la forma de ataúd. En ocasiones, el verdadero enemigo llega con flores después de habernos dejado el ojo morado.

Si la contingencia extrema llega, habrá que monitorear las cifras de violencia intrafamiliar antes y después de la cuarentena, y las autoridades deberán -o deberían-, estar más atentas que nunca; el peligro también está en casa.

Evidentemente, esta reflexión no excluye ni niega el peligro real que representa el coronavirus para la población. Tampoco intenta dejar de lado otros de los grupos vulnerables que también reciben un impacto mayor ante esta crisis: adultos mayores, migrantes, personas en situación carcelaria y otros tantos grupos que por distintas razones se encuentran en situación de vulnerabilidad.

Este ejercicio es simplemente un ángulo más desde el cual se puede -y debe- analizar la crisis: el problema de ponerse los lentes morados es que el mundo se ve más oscuro, más intransigente y el filtro de la desigualdad evidencia la necesidad de un cambio real, estructural e inmediato.

*Luciana Weiner feminista en constante aprendizaje, también es periodista del CIDE, colabora en ADN 40, escribe para La Razón y La Cadera de Eva.