Históricamente el tema de la salud mental no ha sido un tema relevante a nivel mundial, aun y cuando en 1945 se creó la Organización Mundial de la Salud, mejor conocida por sus siglas como la OMS, instancia que pertenece a las Naciones Unidas, y que además asignó el 10 de octubre como el Día Mundial de la Salud Mental.

La OMS define la salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedad, es decir la salud no solo es un tema privado, sino de salud pública, donde un contexto socio cultural y económico la puede deteriorar, privar, fortalecer y prevenir, de ahí la importancia de las políticas públicas en cada país para su atención.

En el 2020 en el marco del Día Mundial de la Salud Mental, dicho organismo visibilizó la desatención mundial en torno a este sector, con datos generales como:  uno de cada cinco infantes y adolescentes tienen un trastorno mental;  264 millones de personas presentan depresión, lo cual es la principal causa de discapacidad; la mitad de trastornos mentales aparecen antes de los 14 años; cerca de 800 000 personas se suicidan cada año, es decir cada 40 segundos una persona se quita la vida; tres millones de personas mueren cada año por el consumo excesivo de alcohol; hay  dos profesionales de la salud por cada 100 mil 000 habitantes;  menos de la mitad de los 139 países cuentan con políticas públicas y presupuesto asignado para la atención de la salud mental; y entre otros impactos los países pierden un billón de pesos al año en su productividad por ansiedad y depresión. En países con bajos ingresos el 75% de las personas con algún trastorno mental, neurológico y por consumo de sustancias no reciben tratamiento alguno, con lo cual además de vulnerar sus derechos humanos se les estigmatiza y discrimina.

INVIRTAMOS EN LA SALUD MENTAL

En el 2020 la OMS en el marco del Día Mundial de la Salud Mental instó a una Acción a favor de la salud mental: invirtamos en ella, a partir del impacto de la pandemia ocasionada por el covid-19, lo cual vino a evidenciar la falta de políticas públicas,  recursos, infraestructura y personal para la atención pertinente en esta área.

A un año de transitar por la pandemia mundial por covid-19, en México la política pública nacional tendrá que fortalecer su sistema de atención, a fin de enfrentar la falta de presupuesto, infraestructura, personal especializado, modelos para la atención y prevención. Así como para el desarrollo de estrategias institucionales para el acompañamiento del personal médico, de salud mental, trabajo social, y personal que atiende directamente y cuida de otros.

Es necesario contar con modelos y programas que proporcionen y fortalezcan herramientas sociales y personales para identificar y entender las emociones, mismas que se han desbordado por el impacto de la pandemia vivida ya por más de un año,  registrando en la población un alto índice de depresión, suicidios, ataques de pánico, delirios persecutorios, insomnio, dolores de cabeza, ideación catastrófica, dificultad para concentrarse, cansancio físico, psicosis afectiva, miedo a morir, ganas de llorar, claustrofobia, entre otros.

IMPACTO EN LOS PROFESIONALES DE LA SALUD

Por otra parte, el impacto en las y los profesionales de la salud ha sido en diversas esferas de su contexto, desde lo institucional han tenido que atender una  emergencia nacional no prevista, enfrentan por primera vez una pandemia de este tipo, en su actuar cotidiano viven con el temor a contagiarse, se viven rebasados ante la escasez de recursos e infraestructura, cubren largas jornadas laborales, ha enfrentado una nueva experiencia en el uso de equipos virtuales y de ropa especializada como parte de los protocolos de cuidado para no contagiarse, que a fin de cuentas marcan una “distancia” con las y los pacientes, además de provocarles deshidratación, incomodidad para sus desplazamientos, laceraciones en el rostro, entre otros. En el plano de la salud, presentan somatización y sintomatología de burnout, estrés, fatiga por compasión, incertidumbre, estrés moral, trauma vicario, depresión, estrés postraumático, abuso de alcohol, insomnio, deshidratación, trastornos de la alimentación, entre otros.  Y desde lo social, las restricciones para convivir con su familia y entorno social, teniendo que hacer distanciamiento social y vivirse con angustia y soledad.   

El reto a partir de la pandemia para el sector salud es fundamental, comenzar a prestarle mayor atención a la salud mental, haciendo y visibilizando el recuento de los daños y su impacto tanto en la sociedad como en el personal institucional público y privado, así como de las agencias internacionales que también asumieron la responsabilidad de atender y dar seguimiento a la población a nivel nacional y sectores migrantes y vulnerables. Será urgente crear estrategias y espacios para que las y los diversos profesionales de la salud, salud mental, trabajo social y aquellos que cuidan a otros puedan reconfigurarse, aminorar el impacto que dejó en su salud, recuperar su confianza y seguridad natural. Finalmente, la afectación social de personas, familias traerá una pérdida económica en el país, debido a la pérdida de empleo pero también debido a la incapacidad de hacerlo por la sintomatología que presentan.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr