Frida no pretendía nada. Y es ahí donde radica su grandeza como mexicana. Si acaso pretendía ser ella misma y eso es lo más heroico que se puede ser y hacer en una sociedad como la nuestra. 

A 112 años de su nacimiento, Frida sigue estando adelantada a nuestro tiempo porque es una mujer sin miedo a ser honesta. Y esta una sociedad que evita todo el tiempo la confrontación; una mujer que se sabe vulnerable pero libre; una mujer que transgrede no por la simple y llana rebeldía sino por, insisto, dejarse ser ella misma. Una mujer que vivió 47 años pero vivió más que hoy una de 90.

Cien años después, en los tiempos en que los recursos parecen ser solo trampas, las mujeres seguimos determinadas por nuestros miedos. Amamos con miedo, amamos desde el miedo; sufrimos en soledad y encubrimos el sufrimiento, lo pintamos de yoga, de tinte en el pelo, de botox para disimular los estragos de lágrimas, de compras compulsivas a la semana en Zara y de copas de vino, también compulsivas, entre amigas que no lo saben todo de nosotras. Queremos y creemos curarnos en años de terapia. Creemos empoderarnos en cursos y en libros de autoayuda, en cientos de likes en las cuentas holísticas del Instagram, en foros que nos recuerdan superficialmente cuánto valemos, pero seguimos con miedo, con miedo profundo a decir quiénes somos, porque quizás no nos lo decimos ni a nosotras mismas. Y nos empoderamos a cuentagotas y confundidas con el #MeToo no terminamos por cambiar las estadísticas, porque no sabemos exactamente qué es lo que nos detiene.

La baja autoestima, el abuso sexual del que tampoco queremos hablar, el abuso psicológico que no reconocemos, el abuso del espejo que siempre nos refleja gordas. Con miedo a decir que nos han sido infieles porque eso nos hace pensar a nosotras que somos menos y no pensamos eso del bastardo que fue infiel. Con miedo de abandonar al bastardo a pesar de su traición. Con miedo de decirle a nuestros hijos que no hay finales felices. Con miedo de decirle a las otras mujeres que se están auto engañando. Con miedo a ser juzgadas por histéricas, por inestables, por haber deshecho una familia si vamos contra las normas, ya no la del divorcio que dejó de ser la norma, sino de cualquier otro acto que parezca egoísta y provoque el morbo en la conversación. Con miedo a sufrir mientras sufrimos profundamente. Y nos convertimos y somos la perfecta habilidad de pretender. Y nos consume la ansiedad que volvemos a pintar de yoga y meditación, de super alimentos y de kilos de kale, de cremas y faciales, pero como no es suficiente, intoxicamos al cuerpo con Rivotril mientras dejamos que el alma siga enferma de represión. Y entonces terminamos demostrando que somos doblemente propensas a la depresión frente a los hombres. Y nos consume el cáncer, y todo por el miedo a entregarnos a la vida, a pintar un autorretrato con las piernas abiertas, vestidas con traje sastre y con las tijeras que usamos para tasajear el femenino pelo largo que nos hizo creer que éramos princesas. Con el eterno miedo a ser nosotras mismas. Frida nos hace falta.