En conferencia de prensa y diversas entrevistas dijo que no tenía idea del repertorio que cantaría, que llegada la hora del concierto se dejaría guiar por su corazón y así lo hizo.

Algo así no lo puede hacer alguien que no confíe en su voz y, por supuesto, en el talento de sus músicos. Y ante los ojos de todos los presentes, aparecieron cinco mujeres lideradas por Concha Buika, una pianista, una saxofonista, una bajista y una baterista, todas de diferentes nacionalidades.


Para enmarcar este cóctel, ni más ni menos que el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, la primera mujer mexicana en tener su propio teatro en 1918, que, cuenta la leyenda, hasta la fecha hace de las suyas en este emblemático lugar. La energía femenina se apropió de todos y de todo.

 

Buika, como es mejor conocida, es descendiente de padres africanos, ella nació en Palma de Mallorca, se crió en una comunidad gitana, su padre abandonó a su familia cuando era aún una niña y los dejó en la pobreza. Aunado a esto, ella no se sentía de ningún lugar, en España le decían que era africana y sus parientes de allá no la reconocía como tal.

Con el tiempo y la música como forma de vida, esta falta de identidad la hizo libre y valiente en muchos sentidos. En el escenario reveló que nunca sintió miedo, que hasta su padre le temía por esa valentía, fue hasta que se convirtió en madre que conoció esta emoción y le empezaron a asustar muchas cosas que seguramente muchas madres experimentan.

Buika saltó a la fama internacional en el 2008 con el álbum Niña de fuego, luego de una vida, trabajo y esfuerzo para abrirse camino en el mundo de la música. Ese mismo año tuvo nominaciones para el Grammy Latino y publicó su primer libro de poemas. Un artículo del sitio NPR la tiene considerada en la lista de las 50 grandes voces de la música, llamándola “la voz de la libertad”.

De pies descalzos, enfundada en un cómodo vestido negro, Buika ofreció un espectáculo íntimo con su voz, su sentimiento y su cuerpo, ella iba dirigiendo el show, “sigue mi ritmo, mami” le decía a su baterista, quien de inmediato comenzaba a seguirla, a fluir con ella, mientras que el resto de la banda estaba atenta a sumarse a ese ritmo, una complicidad que, a veces, solo entre mujeres, se puede lograr.

Sin declararse feminista, pudimos ver a una mujer acompañada de mujeres en escena, con un discurso honesto, divertido y solidario con todas, y curiosamente las asistentes en el público eran quienes más la ovacionaban, una señora le regaló un abanico y otra más, unas flores.

Buika ofreció en especial una canción mantra, como ella le llama: Jodida pero contenta.

Que yo me voy porque mi mundo me está llamando.

Voy a marcharme de prisa.

Que, aunque tú ya no me quieras,

a mí me quiere la vida.

Yo me voy de aquí

Jodida por contenta.

Tú me has doblado, pero yo aguanto.

Dolida pero despierta,

Por mi futuro.

Con miedo, pero con fuerza.

Yo no te culpo ni te maldigo,

Cariño mío…

La libertad le permite a Buika apropiarse de las canciones, ella dice que no por no ser mexicana no pueda cantar rancheras y lo hace recordando a Chavela Vargas, interpretando desde las entrañas, En el último trago.

Sin duda esta mujer, cuya patria es el mundo o ella misma, más allá de la música, es una catarsis para sacar el dolor, agarrar fuerza y seguir adelante, sin proponérselo promueve eso que llamamos sororidad.