Diamantina rosa y violeta, bengalas de luz, cuerpos desnudos, pañuelos verdes, botellas ardiendo, ventanas rotas, gritos, llantos, impotencia, rabia.

“Son provocaciones”

De acuerdo a distintos reportes, durante los últimos cuarenta días, en la Ciudad México hubo, al menos, tres ataques a mujeres por parte de agentes de policía: el 10 de julio una indigente de 27 años fue violada por dos policías en un hotel del centro histórico, el 3 de agosto una joven de 17 años fue agredida por cuatro agentes dentro de una patrulla, y el 8 de agosto un miembro de la PBI violó a una menor de 16 años en los baños del Museo Archivo de la Fotografía.

Nubes de aerosol pintan las paredes y los monumentos entre consignas, pancartas, lágrimas, hartazgo e instrucciones para hacer gas pimienta casero.

“Se pueden manifestar. Pero así no”

Manos ansiosas y violentas, que agarran una pierna, una nalga, un pecho desconocido en el Metro, en la calle. El hombre llega hasta donde la mujer quiere. Eso te pasa por andar a esas horas en la calle. No vayas provocando. No te metas, si le pega será por algo. Zorra, calientahuevos.

¿Qué nos indigna más como sociedad? ¿Cuál de las cosas que acaba de leer le incomodó más?

El viernes pasado, cientos de mujeres se manifestaron en las calles de la Ciudad de México para exigir algo que pareciera muy simple de otorgar, que nos dejen vivir en paz. Que podamos caminar las calles, disfrutar los espacios públicos, usar el transporte público sin que nos maten, sin que nos violen, sin que nos golpeen, nos toquen, nos besen, nos soben, nos embarren semen, nos digan cosas asquerosas, sin que crean que tienen derecho sobre nosotras y nuestros cuerpos. Y eso es sólo en el espacio público, porque también les queremos pedir a nuestros novios, nuestros esposos, nuestros amigos, que de puertas adentro tampoco ellos nos violen, que no nos golpeen hasta desfigurarnos, que no nos mutilen, que no nos tiren ácido, que no nos asesinen. Se los pedimos por favor, les rogamos, pero no nos deben alcanzar a escuchar, porque en México, de acuerdo al Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública, en promedio, cada día matan a 2.5 mujeres y niñas, cifra que podría llegar a nueve feminicidios diarios, si tomamos los datos de ONU Mujeres México y asociaciones feministas.

Dónde está la profunda indignación por las niñas y mujeres que desaparecen cada día, cuyos cuerpos son encontrados desnudos, violentados, o en bolsas, despedazados, si es que aparecen. Dónde están los miles de posts, de tuits, de líneas en los medios y minutos al aire hablando de lo indigno de eso, de lo absurdo, del sinsentido que es la violencia “sólo por que sí”.

Hay quien sugiere, desde sus redes o desde la plataforma del poder, una propuesta orwelliana: que las manifestaciones deben realizarse en espacios específicos, contenidas, sin causar ninguna molestia o inconveniente, que se escuchará quien se manifieste “bien”, quedito, suavecito. Argumentan que si las mujeres se van a manifestar, lo hagan como deberían hacer todo las mujeres en una sociedad como la nuestra, en silencio, bonitas, casi sin existir de verdad. Parece que no son capaces de reconocer la misoginia en sus palabras.

Dice Alexandra Fanghanel que en una sociedad con una cultura de la violación enraizada, donde la violencia contra las mujeres está normalizada, los cuerpos femeninos usando el espacio público son por sí mismos disrupción y protesta. Son nuestros cuerpos los violentados y son nuestros cuerpos los que protestan. Mírenos, mírenos, no paren de mirar nuestros cuerpos con torso desnudo, con pañuelos blancos, con diamantina de colores. Y mientras miran, y se indignan porque esos cuerpos no están ahí para complacerles, para obedecerles, intenten escuchar el clamor que se va formando. Porque no permitiremos que ni una más desaparezca, que ni una más sea violada y tirada en la calle, que ni una niña más sea secuestrada por su vecino, por el conductor de la combi, por ningún hombre que crea que tiene derecho a ella sólo porque es hombre. Y si tenemos que incendiar, simbólica y literalmente las calles de la ciudad, lo haremos. Ningún monumento vale más que nuestras vidas.

*Graciela Rock es mexicana viviendo en Barcelona. Con estudios en política pública, desarrollo y género, vive añorando su regreso a México y poder comer gorditas en el mercado de Mixcoac. Mientras tanto trabaja, cambia pañales y les enseña de feminismo a sus hijas. En sus ratos libres, hace el vermú y no la guerra.